Claudio, entre la Deportiva y el Deportivo

El fútbol es como la vida misma, un compendio de alegrías y tristezas que se van entreverando. Y a veces da pie a situaciones curiosas, agudas, macabras. Según se mire. Que se lo digan a Claudio Barragán.

Claudio apareció henchido en la sala de prensa de El Toralín. En su anterior comparecencia como local, la Ponferradina había consumado el descenso matemático al no pasar del empate ante el Barcelona B (2-2). El 3-0 al Córdoba -ya consiguió el mismo resultado la temporada pasada en las filas del Elche, y un año antes se impuso por 3-1- llevó al técnico a mostrar su orgullo ante los periodistas: "Fíjate cómo es el equipo, que vamos ganando y seguimos jugando al mismo ritmo". "Es difícil que un equipo reaccione de esa manera cuando está abajo, y el equipo da la cara todos los domingos", insistió.

Lo dijo él, cocinero antes que fraile. En su etapa como jugador, con el Mallorca como trampolín, fue un delantero aguerrido y pícaro que formando pareja con Bebeto construyó la leyenda del Superdepor. Con Arsenio Iglesias en el banquillo y los Liaño, Djukic, Mauro Silva, Aldana, Fran... Un equipo para la eternidad que le permitió alcanzar la internacionalidad.

Sin embargo, la pelota no perdona. Apenas dos horas después de que su Deportiva aplastara al CCF, su Deportivo inició el trance que plasmó el descenso a Segunda tras dos décadas torcidas en los últimos años. El Deportivo, el mismo equipo que truncó la ilusionante trayectoria blanquiverde en la Copa del Rey a principios de enero, patinó a los ojos de su dolida afición con un 0-2 ante el Valencia. El principio del fin fue un tiro de Aduriz que cruzó el área que meses atrás había hipnotizado a Jonathan Sesma.

Lendoiro sonrió el 5 de enero con aquel regalo, aquel penalti de chiste. El sábado, el carismático dirigente festejó la Liga Europea de hockey sobre patines del Liceo. Poco después, el otro club forjado por él fracasó ante su gente. Quedarse en la Liga Adelante tiene premio: volver a ver bailar al mago Valerón.