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Bienvenidos al día de la marmota

  • Atrapado en el tiempo, condenado a revivir cada quince días su misma pesadilla, el Córdoba volvió a estrellarse contra los fantasmas de un pasado que amenaza con comprometer su futuro inmediato

"Buenos días excursionistas, hoy es el día de la marmota", grita entusiasmado el comentarista de la radio local de Punxsutawney (Pensilvania). Son las seis de la mañana mientras suena I Got You Babe, de Sony & Cher, y Bill Murray, ojeroso, se dispone a vivir una vez más el 2 de febrero. No es una jornada cualquiera. Es el día en que la marmota Phil debe predecir si el invierno ya ha terminado o todavía quedan semanas de nieve. Siempre igual. Es la particular pesadilla del protagonista, una condena que le obliga a repetir el mismo día una y otra vez sin que haya una aparente solución.

Ése es el argumento de Atrapado en el tiempo, una comedia que 15 años después de su estreno va camino de convertirse en una película de culto. Hay reflexiones casi filosóficas que han querido ver en ella una actualización del mito de Sísifo, el rey corintio al que siempre se le caía la pesada piedra que cargaba justo antes de llegar a la cima de la montaña, aunque puede que la cinta no tuviera tamañas pretensiones. Era una simpática reflexión sobre el dejà vu, esa extraña sensación de haber vivido antes una misma situación, y que en la película se repetiría una y otra vez hasta que Murray tuviera un día perfecto no sólo para él mismo, sino también hacia los demás.

Así está el Córdoba, atrapado en el tiempo, inmerso en su particular día de la marmota, condenado a repetir cada 15 días la misma actuación. Quizás lo peor sea que, como Murray en la película, los jugadores blanquiverdes están convencidos de que la situación es irreversible, de que hagan lo que hagan, el final será el mismo. Pero más allá del desenlace, el choque ante el Sporting puede marcar un punto de inflexión por el modo en que se produjo. Sin la cohartada del árbitro, sin errores de concentración en el descuento y sin empredrados a los que echarle la culpa, ¿qué excusa le queda al Córdoba?

Mientras la masa abandonaba El Arcángel con una mezcla de cabreo y sorda resignación, en las rampas del estadio se oyó a alguien decir que el Córdoba "tiene todos los síntomas de equipo que desciende", un pensamiento que corre el riesgo de convertirse en profecía para un conjunto que ayer escuchó los primeros pitos de la temporada. Es curioso visto el último precedente, cuando entre una lluvia de botellas los blanquiverdes fueron despedidos con aplausos tras ser incapaces de derrotar al Albacete en la última perfidia arbitral. Puede que suceda como en el poema de Brecht, porque mientras hay enemigos a los que culpar no hay lugar para la preocupación, pero "cuando finalmente vinieron por mí / no quedaba nadie para protestar".

Algo parecido puede estar viviendo Paco Jémez, que ve cómo su discurso empieza a quedarse sin argumentos. El técnico comenzó la temporada con un crédito que parecía ilimitado, con una bula mediática que bendijo el proyecto desde la cuna como ruptura con todo lo que oliera a pasado, pero la solidez de unos cimientos virtuales empieza a sufrir sus primeras grietas. Puede que los gritos de Paco, vete ya no sean una enfermedad inoculada en el cordobesismo, pero nadie puede dudar de que son el síntoma de una patente preocupación.

Así está el Córdoba, cargando con una piedra que vuelve a caer cada quince días, condenado a repetir una y mil veces cada gesto hasta que todo sea correcto. No hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza, como el que sufrió Sísifo, ese émulo de Bill Murray y de Paco Jémez, dos hombres atrapados en el tiempo. Buenos días excursionistas, hoy es el día de la marmota.

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