La ventana inolvidable | Crítica

La puerta de las miradas

  • En su nueva entrega narrativa, Menchu Gutiérrez discurre sobre las ventanas, acumulando metáforas, reflexiones e historias con las que conforma un hermoso relato híbrido

Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957).

Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957).

Como el resto de sus libros de narrativa, la nueva entrega de la también poeta, ensayista y traductora Menchu Gutiérrez, una de las escritoras más singulares y valiosas de su generación y de la literatura española actual, apenas admite la calificación de novela, aunque haya ganado el premio internacional Ciudad de Barbastro acogida a ese género, pero el hecho de que sus editores la presenten como tal no tiene mayor relevancia ni afecta a la calidad y el peculiar encanto de su prosa, en la que las impresiones sensoriales, la atención a los detalles, el preciso dibujo de los contornos del mundo conviven con una espiritualidad que los trasciende, involucrando al lector en las evoluciones de su exploración incesante. La introspección, el recurso al imaginario simbólico y una escritura muy cuidada, pero a la vez natural, nada grandilocuente, permiten identificar desde el principio la voz de una autora de exquisita sensibilidad y sostenida predilección por el registro meditativo, cuyos libros tienen la virtud de construir una delicada trama de estímulos, ensoñaciones y sugerencias que recrean una búsqueda y elevan el lenguaje, como en la poesía, a la categoría de máximo protagonista.

Somos los que nos asomamos para mirar y somos los que recibimos las miradas ajenas

Desde la pequeñas ventanas geminadas de la infancia en el cuarto de la antigua casa familiar, luego abandonada y demolida, cuyo enrejado nos dice la narradora que conservó no exactamente a modo de fetiche, sino como una especie de "máquina del tiempo", vestigio de una primera conciencia de arraigo, hasta el inmenso ventanal de la casa del presente, una pared translúcida que permite la contemplación del cielo sobre el valle, el hermoso recorrido que plantea La ventana inolvidable parece recrear algunas vivencias propias –"mi vida puede contarse en sus ventanas"– y otras referidas a personajes cercanos, citados siempre por sus iniciales, pero más allá de las experiencias concretas, es decir apelando a lo que estas tienen de universales, la autora apunta a un fondo común en el que cualquiera puede reconocerse. En tanto que "puerta de las miradas", la ventana es un espacio fronterizo y ambivalente, desde el que observar o ser observado, un mágico "diafragma" que se abre o se cierra y comunica o separa el interior y el exterior, lo de dentro y lo de fuera. Consciente o inconscientemente, somos los que nos asomamos para mirar y somos los que recibimos las miradas ajenas.

La autora reivindica el silencio, la vida no apresurada, la conciencia libre de servidumbres

Conforme a una imagen orgánica, ya presente en su anterior entrega, La mitad de la casa, donde el espacio habitado se concebía como ser vivo, Menchu Gutiérrez relaciona las ventanas con los ojos, pero también con los oídos, las narices o las bocas, pues también los sonidos y los olores traspasan el umbral que divide los dos mundos, tanto en sentido espacial como temporal, abarcando el instante que huye y el pasado que regresa. Como la propia materia de la que trata, la escritura es fragmentaria y corresponde al lector rellenar los huecos –el "diálogo entrecortado" o el "capítulo suelto de una historia siempre incompleta"– que hablan de sucesos luminosos u oscuros, referidos a los momentos de plenitud o vinculados a la melancolía de las mudanzas y despedidas. Los distintos relatos conforman una aproximación coral, mezcla de evocación y reflexión, de historias y pensamientos, que se sirve de las tres personas gramaticales y articula un discurso abierto, entre lírico, narrativo y ensayístico, con espacio para reivindicar el silencio, la vida no apresurada, la intimidad a salvo de la sobreexposición, la conciencia libre de servidumbres y requerimientos superficiales.

Hacia el último tramo de la narración, se refleja el tiempo del confinamiento pandémico

Además de las ventanas familiares o entrevistas fugazmente, conservadas en la memoria que asimila del mismo modo los recuerdos ajenos, hay también el escaparate del comercio, "de belleza detestable, embaucadora", el torno del convento de clausura, las mínimas aberturas del palomar, la pequeña ventana en la cabecera del féretro, las ventanillas del avión, el tren o el coche, el ojo de buey del barco, la celosía del confesionario o el hueco atravesado por los barrotes de la cárcel. Hacia el último tramo, se refleja el tiempo del confinamiento pandémico, cuando el obligado encierro hace aún más necesaria la función de las ventanas, las que se abren al paisaje inmediato o las que permiten conectar desde las pantallas con personas muy alejadas, cada una en su celda sobrevenida. Pero lejos de celebrar la tecnología de los teléfonos o computadoras, soportes del "panóptico digital" en el que vivimos, la narradora concluye remontándose de nuevo a la infancia, con el recuerdo de la niña que abría, ilusionada pero temerosa de que llegara a su fin, las ventanitas de papel del calendario de Adviento.

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