Lo único que le interesa a la gente | Crítica

El futuro de la inteligencia artificial

  • Barrett publica ‘Lo único que le interesa a la gente’, singular acercamiento a la ciencia-ficción del canadiense François Blais, un autor de humor disparatado y mirada abatida

El canadiense François Blais (1973-2022).

El canadiense François Blais (1973-2022). / Marie Blais

François Blais es un autor poco conocido para el público español. Ahora que hace poco que ha pasado a la eternidad o a la nada –se suicidó hace algo más de un año–, el destino quizás le depare buena fortuna en nuestra lengua. A ello se están aplicando la editorial Barrett y su traductora Luisa Lucuix. François Blais nació en 1973 en Grand-Mère, un pueblecito de Quebec, a cuya capital nacional se trasladaría más tarde. Él mismo reconoció que le había costado mucho empezar a publicar y que, por eso, una vez que lo había conseguido, publicaba prácticamente al ritmo de un libro al año.

Fue desde su primera obra, Iphigénie en Haute-Ville (2007), en efecto un novelista prolífico, que destacó por un humor que sus críticos han descrito como disparatado y grotesco, mezclado con una mirada trágica, o quizás más bien abatida, que domina especialmente su último libro. En español tenemos la suerte de poder leerlo en las dos buenas traducciones de Lucuix, gran conocedora de la literatura quebequesa, ambas en Barrett y con bellas ilustraciones de cubierta de Conxita Herrero: Documento1, de 2019, y Lo único que le interesa a la gente, de este año. Tiene muchas ventajas adentrarse en la obra de este autor original e inteligente. Además, la literatura quebequesa sufre el lamentable estatus de hermana pequeña y un poco torpe de la familia francófona, encajonada entre dos bloques muy poco maleables, el inglés americano y el francés de Francia, pero la realidad, obviamente, no es así, y eso se comprueba con facilidad leyendo a Blais.

Lo único que le interesa a la gente es una novela de ciencia ficción que se abre con una oportuna cita de Kurt Vonnegut: "Al igual que la mayoría de los escritores de ciencia ficción, Trout apenas sabía nada sobre ciencia, y los detalles técnicos le aburrían como una ostra", que ya es en sí un alivio, porque deja claro que no estamos ante esa especie de acertijos tecnológicos diseñados para moralizar sobre el presente que suelen ser las novelas y películas de este género. Nada en esta fábula ambientada en la última década del siglo XXI nos resulta sorprendente: las máquinas no han venido a transformar la realidad de los hombres, no se anuncia un futuro devastador.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro.

Simplemente se ha seguido haciendo todo lo que ahora mismo, de forma rudimentaria, ya hacemos. Los androides, y especialmente su versión femenina, los ginoides, no se rebelan, no nos engañan ni dominan, no son la consecuencia desfasada del juego perverso de los hombres de querer ser dioses. La cuestión verdaderamente interesante que plantea esta novela va más allá: "Esta fábula de la dictadura de las máquinas fue un tema recurrente en la cultura popular durante un buen siglo. Ahora sabemos que ese escenario es absurdo. ¿Por qué iban a tener ganas las máquinas inteligentes de conquistar el planeta, batir imperios, hacer la guerra, amasar patrimonio, ascender en la pirámide social y, en fin, todas esas cosas que los humanos hacen sin cuestionárselo?".

Los noventa del siglo XXI son los años del apogeo de las industrias tecnológicas, tan caritativas y pasivo-agresivas como puedan serlo hoy Google o YouTube, con la diferencia de que la inteligencia artificial se ha desarrollado tanto que permite crear algoritmos autodidactas con soporte físico, que no imitan la inteligencia humana, sino que son producto de una vía alternativa: "Durante mucho tiempo, los hombres observaron a los pájaros con la esperanza de aprender a volar. Pero las primeras máquinas voladoras funcionales no se parecieron a los pájaros. Los aviones no baten las alas. De la misma forma, un algoritmo puede ser inteligente sin tener un cerebro por modelo".

El libro de Blais presenta un mundo inquietante, pero de una temible familiaridad

El protagonista de Lo único que le interesa a la gente es un agente sueco de la gran compañía tecnológica dominante dedicado a controlar los niveles de inteligencia y sintiencia de los genoides, concretamente de las premikas, sofisticados algoritmos que residen en soportes físicos cuidadosamente diseñados para complacer sexualmente a sus dueños. Una vez que la sintiencia ha rebasado un límite determinado, el algoritmo accede a la categoría de persona de pleno derecho. Cuando ciertas premikas pertenecientes a los hombres más poderosos de la distopía de Blais empiezan a dar evidentes muestras de humanidad, el agente se ve envuelto en una desconcertante trama que no debe de resultar extraña al hombre de hoy.

Lo único que le interesa a la gente nos presenta un mundo ciertamente inquietante, pero de una temible familiaridad, en la medida en que en nuestro tiempo el asunto de la inteligencia artificial ha ido adquiriendo un matiz apocalíptico. Y quizás ya hemos llegado a ese momento que pronostica Blais: "La broma recurrente en aquella época era que el futuro de la inteligencia artificial pasaba por el desarrollo de la estupidez artificial".

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