Poemas de ausencia y lejanía | Crítica

Hueco, sombra, canción

  • La editorial Libros de la Herida publica por primera vez la poesía completa del exiliado republicano Antonio Otero Seco

Antonio Otero Seco (Cabeza del Buey, Badajoz, 1905 - Rennes, 1970) fotografiado por F. Buendía en 1936

Antonio Otero Seco (Cabeza del Buey, Badajoz, 1905 - Rennes, 1970) fotografiado por F. Buendía en 1936

Leemos a veces que la última entrevista a Federico García Lorca corrió a cargo del gran Bagaría, publicada el 10 de junio de 1936 por el diario El Sol, o sea algo más de dos meses antes de su asesinato, pero de hecho hubo otra posterior, concedida "pocos días antes" de la infausta marcha del poeta a Granada, que vio la luz póstumamente –el 24 de febrero de 1937– en la revista Mundo Gráfico. El autor de esa entrevista, Antonio Otero Seco, uno de los muchos escritores e intelectuales republicanos que emprendieron el camino del exilio, ha sido más recordado en Francia, el país de acogida, que en España, donde hasta ahora sólo se había reeditado una antología de su Obra periodística y literaria (Editora Regional de Extremadura) a cargo de Francisco Espinosa y Miguel Ángel Lama. La publicación de Poemas de ausencia y lejanía, que ve la luz en la colección Poesía en Resistencia de Libros de la Herida, supone por ello un rescate importante, pues reúne por primera vez toda la obra en verso de Otero Seco y contribuirá sin duda a la necesaria recuperación de una figura injustamente olvidada.

Otero huyó a Francia en 1947 y después de unos años en París se estableció en Rennes

"Español, liberal y republicano", como su amigo Chaves Nogales, e igualmente afín al partido de Azaña, Otero permaneció en Madrid durante la guerra y fue condenado y encarcelado por la dictadura, que lo liberó en 1942. Incapacitado para dedicarse al periodismo, trabajó como contable o representante al tiempo que participaba en la oposición clandestina, por lo que padeció de nuevo detenciones y torturas. Huyó a Francia en 1947 –según él mismo contó, disfrazado de cura– y después de unos años en París se estableció definitivamente en Rennes, ejerciendo como profesor universitario y crítico de literatura española hasta su muerte en 1970. Antes de la guerra había publicado novelas cortas, una obra de teatro y sobre todo cientos de artículos en la prensa extremeña o capitalina, también algunos poemas –lo sabemos ahora– cuyas versiones definitivas se incluyen junto a las primeras en este impecable volumen. Al cuidado de José María Gómez Valero y David Eloy Rodríguez, la edición cuenta con un sabio preámbulo –entre la semblanza y el estudio crítico– de Juan Manuel Bonet y se cierra con un emotivo epílogo de Mariano Otero San José, hijo del autor, que junto con su hermano Antonio, el propio Bonet y Edouard Pons se han ocupado de recopilar y ordenar el conjunto.

Fue un hombre profundamente honesto, marcado por la experiencia del destierro

La obra poética de Otero no es muy abundante, pero abarca toda su trayectoria y define bien su personalidad e intereses, los de un hombre sensible y profundamente honesto que quedó marcado por la experiencia del destierro. La primera sección, Viaje al Sur, recoge sus poemas de anteguerra (1930-1936) y muestra a un autor influido por el neopopularismo de Lorca o Alberti, pero también por Ramón Gómez de la Serna, tan presente en el 27, y los poetas de Mediodía, con ecos de la modernidad ultraísta. Son estampas o "viñetas paisajísticas", en palabras de Bonet, que se refieren a pueblos o ciudades de Andalucía o Marruecos y llaman la atención por la rica imaginería y las "audaces metáforas". En adelante, desde el poema dedicado a "Federico", el primero de los "muertos enterrados con los ojos abiertos" que "sólo los cerrarán el día en que se les haga justicia", según la cita alusiva a una leyenda indígena de Guatemala, el tono se vuelve elegíaco y doliente para lamentar otras pérdidas como las de Miguel Hernández, Unamuno o su propio "Padre", quizá el más impresionante de los réquiems. Hay poemas escritos en las cárceles donde Otero conjura la ausencia de su mujer, "María"; un "Paréntesis sonriente", de carácter más ligero, donde se evocan viajes entre 1950 y 1952, y otras composiciones circunstanciales en las que el poeta hace gala de un peculiar gracejo. Pero el "Exilio", la "Lejanía", el homenaje a los ausentes, la interminable espera, son los temas fundamentales de la última etapa en la que Otero transmite la honda melancolía de un autor, como lo define Bonet, "traspapelado por la historia". Conmueve la anticipación del poema final, "Vendrás", cuando resume el legado de "tantos años tristes": "Sólo un hueco, una sombra, una canción". Restituida la canción, ha llegado la hora de completar el hueco.

De izqda. a dcha., Antonio Otero Seco, José Miaja (con un ejemplar de 'Gavroche en el parapeto'), Vicente Rojo y Elías Palma, abril de 1937. De izqda. a dcha., Antonio Otero Seco, José Miaja (con un ejemplar de 'Gavroche en el parapeto'), Vicente Rojo y Elías Palma, abril de 1937.

De izqda. a dcha., Antonio Otero Seco, José Miaja (con un ejemplar de 'Gavroche en el parapeto'), Vicente Rojo y Elías Palma, abril de 1937.

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