Memoria del mal, tentación del bien | Crítica

La libertad en huecograbado

  • Galaxia Gutenberg añade a la Biblioteca Todorov uno de sus títulos más relevantes: su 'Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo XX', que el pensador afincado en París publicó en el 2000

Imagen del pensador franco-búlgaro Tzvetan Todorov (Sofía, 1939-París, 2017)

Imagen del pensador franco-búlgaro Tzvetan Todorov (Sofía, 1939-París, 2017)

A casi un cuarto de siglo de su publicación, la Biblioteca Todorov, dedicada al pensador franco-búlgaro, recupera este oportuno ensayo sobre el siglo pasado y la naturaleza última de las novedades que albergó en su seno. Esto implica, como es lógico, una previa selección de aquellos episodios y aquellos fenómenos que, a juicio de Todorov, distinguieron el siglo anterior de las centurias inmediatas. Y el resultado al que se llega (un resultado que Todorov entiende condicionado por su condición de europeo, y en concreto, por su desdichada condición de europeo del este) no es otro que la aparatosa y criminal novedad de los totalitarismos, cuya identidad caracteriológica se verá corroborada en el pacto Ribbentrop-Mólotov de agosto del 39. Esto implica, naturalmente, que el totalitarismo oriental queda fuera de este estudio -subsumido en él, podríamos decir- y solo muy marginalmente comparece. Pero esto implica, en igual forma, que esta “Indagación sobre el siglo XX” es una vía lateral o inversa para ofrecer, en huecograbado, un estudio de la libertad y su colofón, su frágil colofón, democrático.

Todorov analiza cómo las tiranías vacían y combaten la libertad moderna

Para explicar la severa ulceración, la radical mutación que traen las tiranías del XX (primero la soviética en 1917 y luego la nacional-socialista en la década de los 30), Todorov acude Constant y a su De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos (1819), donde se explica de forma breve, clarísima y profunda la nueva condición del hombre libre, vale decir, del individuo, como desgajado de aquella libertad tribal, grupal, exterior al hombre, que proclamó el mundo antiguo. Desde luego, Todorov podría haber acudido también, para subrayar esta forma nueva de libertad y su persecución por las tiranías del XX, El miedo a la libertad de Erich Fromm, donde se explicita esta escalvitud, esa grata desindividuación, a medias voluntaria, que proporciona la masa. Sin embargo, Todorov ha preferido ceñirse a la génesis de la libertad moderna y al modo en que los totalitarismos la acucian, la vacían y la combaten, hasta suprimir el ámbito privado del individuo. A este respecto, al respecto del modo en que crecen y se fundamentan los totalitarismos del XX, desde el temprano terror de Lenin a los crímenes de Treblinka, Todorov hace dos apreciaciones de singular importancia, que no suelen ponerse de manifiesto al abordar la ejecutoria criminal del XX. Dichas apreciaciones son su carácter “antiprogresista”, en el sentido ilustrado de figurar la historia como progreso (luego veremos esto con más detenimiento); y por otro lado, la naturaleza científica, o por mejor decir, cientifista, con que vinieron sustentadas ambas formas de tiranía, barnizadas por una prosodia técnico-científica.

Esto es fácil de comprobar, tanto en la disquisición racial, ya legible en Buffon, como en el darwinismo de clase que encierra la dialéctica materialista. Ambas tiranías implican, de igual modo, una forma teratológica de utopía (Zamiatin, Orwell, Huxley, etc.), cuyo origen hay que buscar, no obstante, en el nacimiento del cientifismo moderno y su ordenación ideal de La Nueva Atlántida de Bacon, que antes ha conocido, por ejemplo, la Utopía de Moro y La ciudad del Sol de Campanella. Todo lo cual lo remite Todorov a un imperativo de la verdad única, de la verdad científica, donde la opinión y la variedad doctrinal quedan excluidas. Una cita de Simone de Beauvoir, ya en el año 55, traída por Todorov, resume bien dicho espejismo: “La verdad es una, el error es múltiple. No es una casualidad que la derecha profese el pluralismo”.

Sea como fuere, esta Memoria del mal no señala solo a quienes lo practicaron, sino a quienes escaparon a él y encaminaron su vida a recordarlo: junto a Germaine Tillion y Vasili Grossman, hay capítulos dedicados a Margarete Buber-Neumann, David Rousset, Primo Levi y Romain Gary. Por iguales motivos, los últimos capítulos vendrán destinados tanto al uso de la memoria y de la Historia, como a los peligros propios de las democracias. A este respecto, Todorov identifica con seguridad dos amenazas que hoy, singularmente, las acechan: la “deriva identitaria” y “la deriva moralizadora”. Vale decir, una vuelta a la homogeneidad, a aquella libertad tediosa y monolítica, contraria al individuo, de los antiguos.

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