Crítica de libro

El amante de la ballena

  • Diego Moldes escribe un caótico, voluminoso y emotivo homenaje a la cultura, la misma que su admirado George Steiner dio por finiquitada

'Jonás arrojado por la ballena', por Brueghel el Viejo, alrededor de 1598.

'Jonás arrojado por la ballena', por Brueghel el Viejo, alrededor de 1598. / DS

No es casual que la inspiración para escribir su libro le haya llegado a Diego Moldes (polígrafo pontevedrés del 77, responsable, entre otros anteriores, de una novela, un libro de poemas y una contundente monografía sobre los judíos y la civilización) después de leer uno de los capítulos de En el castillo de Barba Azul, del sabio pesimista George Steiner. En una vena que todos conocemos, Steiner llevaba quejándose del fin de la cultura y recordándonos lo hermosas que eran las cosas antes del marchitamiento final por lo menos desde los años setenta (fecha del nacimiento de Moldes), y pocos autores existen que hayan denunciado más que él la corrupción irremediable a que el capitalismo, la globalización, la banalización general del universo ha condenado a nuestros ideales, herederos del platonismo. La cultura, dice Steiner, se pudre, supura, se llena de gusanos, el mármol cría hongos, la ceniza anida en las bibliotecas, las universidades se convierten en jardines de infancia y pronto, como acuñó aquel otro sabio, no las reconocerá ni la madre que las parió. Es natural que Diego Moldes se preocupe.

Los motivos de la inquietud de Moldes proceden de su propia condición, puesto que él es (nos confiesa en una página que ahora no encuentro) un cultureta. Para que comprendamos del todo lo que significa este concepto, nos aclara que la gente de este tipo se dedica (como él mismo), entre otras cosas, a leer poesía polaca en edición bilingüe aunque ni siquiera domine esa lengua, y no tiene empacho (añado yo) en encerrarse en la filmoteca para zamparse una película húngara de siete horas, aunque sea troceada en tres sesiones. Moldes ha dedicado su vida a la cultura en todos sus aspectos, como ensayista, profesor, crítico, periodista, es uno de esos personajes venerables que amenizan las sobremesas desde las pantallas de Saber y ganar, cree sinceramente en los valores que la filosofía, el arte, la gran literatura, el cine con mayúsculas, pueden transmitir. Por eso le incomodan los silogismos de Steiner, para quien, igual que para la gente de Frankfurt, no cabe poesía después de Auschwitz.

Lo que tenemos aquí es un homenaje y una apología en el sentido clásico del término, igual que aquella otra que pronunció Sócrates frente al tribunal poco antes de que lo obligaran a la cicuta.

La ballena del título es el animal emblemático elegido por el autor (revelado de golpe, según parece, en una suerte de visión o avenate) para tratar de hacernos captar la complejidad, enredada en contradicciones, de su tema: si yo he entendido bien, la ballena surca los mares del subconsciente, es enorme pero también indefensa, canta en las profundidades para relacionarse con sus congéneres, transporta profetas y herejes en su estómago, donde, por otra parte, uno puede tumbarse a dormir oyendo las corrientes resbalar sobre la piel de color acero. La ballena personifica la cultura, las culturas, nuestra cultura, la cultura del hombre culto: una cosa monstruosa e incomprensible, que emerge torpemente a la superficie entre chorros de espuma, que se niega a morir aunque la arponeen, reina invisible del océano, siempre en peligro de extinción, de amanecer varada en cualquier playa.

El método que elige Moldes para su homenaje (con timbres inevitables de elegía) resulta algo confuso, por acumulación de materiales. Entiendo que se trata de una confusión deliberada: igual que en los libros que él ama (los de Steiner, los de Eco, los de Manguel, los de Borges, los centones, los atlas, las enciclopedias, las selecciones del Reader’s Digest), las citas, los nombres, las fechas que acompañan a los nombres, las referencias eruditas se hacinan en cada página dificultando comprender de qué se está hablando en realidad, y todo el libro deja el mareo agradable y exhausto de un viaje en montaña rusa. Sin temor a la incongruencia, En el vientre de la ballena hilvana recuerdos personales de su autor, decálogos de libros y películas, entrevistas con mandarines culturales de dentro y fuera de nuestras fronteras, definiciones y refutaciones, literatura, antropología y música, profecías y revelaciones, exhibicionismo, euforia y tristeza. Cuando uno llega al final no está mucho más seguro de comprender a esa criatura abisal, la cultura, que se dedica a perseguir a través de casi cuatrocientas páginas, pero sí de que Moldes la admira con sinceridad, la adora desde lejos, se detiene en la orilla a oír sus cantos de agonía bajo las aguas negras.

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