La ciencia histórica | Crítica

Vísperas de la nada

  • Se recogen en este volumen las conferencias del gran historiador holandes Johan Huizinga, impartidas en el año 34 en la Universidad Internacional de Verano de Santander

El historiador holandés Johan Huizinga. 1872-1945

El historiador holandés Johan Huizinga. 1872-1945

Se recogen aquí las conferencias que Johan Huizinga pronunció en la Universidad Internacional de Verano de Santander en el año de 1934. Es decir, a pocos meses de que se sucedieran, en Asturias y Cataluña, los dos golpes de Estado, uno nacionalista y otro revolucionario, que socavarían precipitadamente la frágil estabilidad de la Segunda República.

No es posible olvidar, por otra parte, la suerte que corrieron tanto el propio Huizinga como numerosos eruditos, llegada la guerra al continente. El fusilamiento de Marc Bloch, o el confinamiento de Huizinga, no son sino una breve muestra del vaciamiento cultural de Europa (Auerbach escribiendo su Mimesis en Estambul, no lejos de la antigua Troya), que propiciaron, deliberadamente, los totalitarismos, en nombre de otro concepto de cultura: la cultura de la raza en los nacionalistas, y la cultura del proletariado del comunismo.

Esto mismo, referido a la Historia, es lo que expondrá Huizinga en la última de sus conferencias. En las tres anteriores, Huizinga delimita el campo y la naturaleza del saber histórico, así como la evolución de esta ciencia, que sólo modernamente ha alcanzado la amplitud y complejidad que hoy conocemos. Este debate en torno a la Historia (sus límites, sus capacidades, su función última), se extracta con claridad y rigor en la estupenda introducción del profesor Moreno Alonso, en cuyas páginas se da noticia puntual de aquellas conferencias, así como del clima intelectual -era la España de la Edad de Plata-, en la que se recibieron las palabras del historiador holandés, entusiastamente promovido por Ortega en su Revista de Occidente.

Huizinga libera la Historia del escrúpulo de exactitud, hijo de las ciencias físicas

Muy sumariamente, podríamos decir que, por un lado, Huizinga defiende la Historia como hija de la imaginación y de la inteligencia humanas (al modo en que lo hiciera Vico en el XVIII, para su Ciencia Nueva); y de otra parte, la libera del escrúpulo de exactitud, hijo de las ciencias físicas, con que el positivismo quiso revestir cualquier manifestación de sabiduría.

Sin embargo, las ciencias sociales no pueden inmergirse en el campo de la matemática sin incurrir en un grave y inhóspito determinismo; y tampoco puede perderse en la especulación ideal, ayuna de datos, si se pretende ofrecer una versión leal y aproximada, siempre parcial, siempre mejorable, del pasado.

El gran Arnaldo Momiliano recordaba con sorpresa y admiración el manejo de los datos arqueológicos que exhibía el historiador Rostovtzeff, cuando el acopio y la interpretación de los datos todavía no era de uso común en la labor historiográfica.

Con todo, lo más determinante de la labor de Huizinga es el carácter interdisciplinar, la ambición de totalidad que impulsa su obra. Señalemos, a este respecto, que la causa inicial de El otoño de la Edad Media es la necesidad de explicarse la pintura de los hermanos Van Eyck.

Y es evidente que su extraordinaria biografía de Erasmo es también una biografía intelectual, en la que ninguno de los aspectos de lo humano: la amistad, los prejuicios, la fe, el carácter, la vanidad, el miedo..., escapan a la mirada atenta, espaciosa, diligente y sobria de Huizinga. El propio título de una de sus obras más conocidas, Homo ludens, ya nos indica el linaje y la intención del historiador, que cabría relacionar, sin demasiada dificultad, con Michelet, Ranke y Jacob Burckhardt.

Lo que más nos estremece, sin embargo, es la terrible perspicacia de sus palabras, en el capítulo titulado Valor de la Historia para la cultura actual. Ahí se denuncia tanto el relativismo histórico, que entonces gozaba de la vibración desesperada de las vanguardias, y hoy aún nos aflige, por ejemplo, en la sociología de Baumann; como la utilización espuria de la ciencia histórica, ya sea para pergeñar una historia nacionalista, ya para la ortodoxia marxista.

Ambos son hijos del romanticismo, tanto por su necesidad de exactitud científica, como su idolatría a las nuevas categorías difusas de pueblo y raza, que horadaron desde su interior a las democracias burguesas. Para Huizinga, sin embargo, la Historia será una ciencia de la vida; y como tal, inagotable. Vale decir, flexible, curiosa, tentativa, humana, ajena por completo al áspero dogal del dogma.

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