De libros

El lado siniestro de la violencia

Nueva York, vista desde Liberty State Park, en Nueva Jersey.

Nueva York, vista desde Liberty State Park, en Nueva Jersey. / Vanessa Carvalho / EP

La mafia ha deparado grandes obras de la literatura universal. Hay ensayos que han contado su origen y su desarrollo a lo largo de la historia (Cosa Nostra, de John Dickie, es uno de los más recomendables), reportajes en los que el autor se jugó el tipo y fue condenado a vivir siempre con esmolta (Gomorra, de Roberto Saviano), obras periodístico-divulgativas plagadas de anécdotas y de aspectos curiosos de unos personajes a cuál más increíble (los dos volúmenes de Crónicas de la Mafia, de Íñigo Domínguez), novelas de no ficción construidas a base de la relación entre el autor y el capo de los Bonano, una de las cinco familias neoyorquinas (Honrarás a tu padre, de Gay Talese) y, por supuesto, trabajos de ficción que no sólo resultaron de lo más entretenido sino que depararon algunas de las mejores películas de la historia del cine (El padrino, de Mario Puzo). Y cientos de libros más.

A esta colección ingente de obras de temática mafiosa se le acaba de unir un libro publicado originalmente en EEUU en 1973 pero inédito hasta ahora en español. Se titula Ciudad muerta y su autor es un tipo apenas conocido, o quizá olvidado, llamado Shane Stevens. El mérito de incorporar esta novela centrada en la mafia de Nueva Jersey al rico patrimonio de la literatura criminal traducida al castellano es de la editorial Sajalín, sello independiente que es sinónimo de calidad y que lleva, con ésta, 55 obras dentro de su colección Al margen, un auténtico tesoro para los amantes de la llamada literatura del arroyo.

Son libros escritos en su mayoría por perdedores, adictos, delincuentes y demás parias de la sociedad. "Literatura del arroyo", en palabras de uno de los socios de la editorial, Daniel Osca. Inició la colección Edward Bunker, que estuvo en las listas de los diez más buscados del FBI y se reformó en prisión, donde comenzó a escribir y creó una maravillosa novela titulada No hay bestia tan feroz. Le sigue una obra maestra sobre la droga, Réquiem por un sueño, de Hubert Selby Jr. Y así hasta el número 55 que este Ciudad muerta al que hoy dedicamos unas líneas.

Es una novela cruda y descarnada, plagada de diálogos brutales y de escenas tremendas. No se explica cómo nadie la editó en España durante medio siglo. Pero no importa, más vale tarde que nunca. La obra tiene un ritmo poderoso y ejerce una atracción fatal al lector, como cualquiera de las sustancias que venden algunos de los camellos que pasan por ella. Es un retrato de los bajos fondos de Nueva Jersey en los años setenta, donde más vale no encariñarse con ningún personaje.

A grandes rasgos cuenta la historia de dos grandes bandas rivales, lideradas por Joe Zucco y Alexis Machine, que se disputan el control de las actividades ilícitas de la ciudad. Por debajo de estos dos, hay todo un desfile de esbirros, algunos de ellos entrañables, otros dispuestos a todo y alguno que mete la pata y sabe que le quedan ya pocas páginas de vida, como alguien se encarga de recordarle en diálogos magistrales como éste: "—Entonces, ¿cómo te llamas? Scottini se humedeció los labios. —Ray Scottini —lloriqueó. —Scottini. Sí, he oído hablar de ti. —¿Qué es lo que has oído? —preguntó Scottini esperanzado. Ginger le mostró una sonrisa poco amistosa. —He oído que eras hombre muerto".

Este diálogo no es más que una muestra del tono de la novela. Hay muchos más, algunos surrealistas, otros hilarantes, como el del chino que murió y debía dinero y quisieron cortarle sus partes íntimas para subastarlas pero no fue posible por cierto motivo. "No eres más rápido que una bala, ¿verdad? O sea, no eres Superman, ¿a que no? No podrías detener un cuchillo o un bate de béisbol con las manos desnudas, ¿verdad?", le dice uno de los jefes al novato Harry Strega, recién llegado de Vietnam. "¿Sabes lo que quiere hacer Machine contigo? Quiere colgarte de un puente del ferrocarril. Cortarte los cojones, metértelos en la boca, rajarte la espalda y dejarte ahí colgado. Lo único que te ha salvado es que trabajas para mí. —Zucco se puso en pie—. Y ahora me están entrando ganas de hacerte lo mismo". Poesía romántica al más puro estilo Gustavo Adolfo Béquer digamos que no es.

Hay quien ve en esta novela mucho de los Soprano. Pudiera ser, pero en todo caso sería al revés, pues el libro es anterior. Claro que lo raro sería que no las vieran, tratándose del tema que es. Lo cierto es que por estas casi 450 páginas pasan traficantes de droga, prostitutas, matones de tres al cuarto, tipos que son capaces de vender a su madre por algo de dinero o maníacos sexuales que caen en la más mínima trampa si hay una menor guapa de por medio.

De Shane Stevens dice la solapa del libro que nació en Nueva York en 1941 y murió en 2007. Escribió ocho novelas entre 1966 y 1985, dos de ellas con el seudónimo J. W. Rider, y desapareció de la vida pública. La quinta, By Reason of Insanity (1979), fue un best seller en Estados Unidos y se tradujo a varios idiomas. La editorial añade que Stevens ha recibido elogios de Stephen King, James Ellroy, Chris Offutt y John Connolly. E incluye una cita del propio Stevens: "Me han disparado, apuñalado, apalizado, gaseado, pateado, azotado, encarcelado y tirado ácido encima. He olido la muerte, visto su sombra y oído su aullido. La violencia ha sido mi pan de cada día desde pequeño, y algo sé sobre ella. Y también sobre el lado siniestro de la violencia, aquella que llevamos dentro. Está justo por debajo de la superficie, al acecho, siempre dispuesta a aplastar y destruir". Tremendo.

Y qué decir de la edición de Sajalín, con esa portada en la que aparece un tipo sentado con la boca abierta delante de una pared en la que parece haber escrito un menú de un restaurante italiano. El tipo lleva unas gafas y tiene toda la punta de estar echando una cabezadita, con la boca abierta y una camiseta interior de tirantas que deja ver un brazo lleno de tatuajes. En el cuello lleva varios collares, de uno de los cuales cuelga un crucifijo. Tiene cierta similitud con la fotografía mítica que Atín Aya le hizo al Pali en un bar del Arenal, que valdría, cómo no, para ilustrar cualquier libro sobre Sevilla.

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