Sabiduría monástica | Crítica

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  • Elba publica 'Sabiduría monástica' una amplia colectánea de literatura contemplativa, que recoge antiguas y modernas enseñanzas sobre el recogimiento y la vida en comunidad, obra del benedictino estadounidense Hugh Feiss

Imagen de San Antonio Abad y San Pablo, primer ermitaño, por Velázquez (h. 1634). Museo del Prado

Imagen de San Antonio Abad y San Pablo, primer ermitaño, por Velázquez (h. 1634). Museo del Prado

Es fácil vincular el ecologismo actual, y el rubro arcádico hoy en boga, con aquel Menosprecio de Corte y alabanza de aldea con que fray Antonio de Guevara, consejero del césar Carlos, invitaba a los cortesanos a volver a sus comarcas. También es fácil anudar las agitaciones del siglo y cierta necesidad humana de recogimiento, que va desde el eremitismo de san Antonio y san Jerónimo, de los reparos Pascal a los anacoretas de su época, hasta la aspiración a la pureza, a la sencillez, al ensueño naturista que distingue nuestros días. Esa misma necesidad de retiro -y la controversia entre órdenes-, es la que encontramos, por ejemplo, en los Avisos de Covarrubias, y en la obra de santa Teresa de Ávila, cabeza espiritual y cima literaria del XVI europeo, tanto en lo que concierne a su Camino de perfección como en su libro de las Fundaciones.

Esta es una selección de textos sobre la vida recoleta y aquella necesidad del hombre por encontrarse a solas

Extrañamente, en esta Sabiduría monástica de Feiss, no se halla texto ni mención alguna a la religiosa abulense. Aun así, en los “Escritos sobre la vida contemplativa” que aquí se recogen, y que incluyen a san Antonio abad a Hugo de Cluny, el gran Bernardo de Claraval, Benito de Nursia (origen de la Regla de san Benito), Hildegarda de Bingen, Beda el Venerable y algunos otros autores, entre los que pudiéramos destacar, por sus logros aledaños, a Jean Mabillon, quien firma una De re diplomatica, de crucial importancia en materia historiográfica. Se trata, en todo caso, de una selección de textos sobre la vida recoleta, y aquella necesidad ancilar del hombre por encontrarse a solas y escuchar, junto al dictado de la divinidad, la voz de su corazón y el vago rumor del mundo. Es decir, se trata de un libro, más espiritual que declaradamente religioso, dirigido a un público curioso de los modos en que el hombre ha dado forma a su desvelo interior.

Decía Teresa de Ávila en su Vida: “No sé cómo queremos vivir, pues todo es tan incierto”. A lo cual parece contestar, con siglos de anticipación, Pierre de Celle en Sobre la aflicción y la lectura (s. XII): “...una sala sin lectura es un infierno sin consuelo, un instrumento de tortura sin alivio, una cárcel sin luz, una tumba sin aire”. Hay algo que nos concierne íntimamente, en cuanto que radical y humano, en lo aquí agavilla Feiss con paciencia y erudición benedictinas.

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