Córdoba CF

Una etapa sumida en la controversia constante

  • La familia González dice adiós sin haber tenido nunca el cariño de la afición a pesar de sus éxitos deportivos

Carlos González, a su salida del estadio tras la conclusión del choque ante el Reus.

Carlos González, a su salida del estadio tras la conclusión del choque ante el Reus. / álex gallegos

Seis años, seis meses y 17 días ha durado la aventura de la familia González al frente del Córdoba, si bien aún falta la oficialidad de la salida. Una etapa sumida en la absoluta controversia que se cierra con el notable déficit de no haber tenido nunca el cariño de la afición a pesar de sus éxitos deportivos. Porque nadie podrá discutir el cambio de estatus y mentalidad que ha vivido el club blanquiverde en este tiempo, aunque tampoco es nada discutible la incapacidad demostrada para gestionar la entidad cuando más fácil parecía, tras el hito histórico de la vuelta a Primera. Curiosamente, ese fue el principio del fin, el inicio de una caída libre personal e institucional que ha terminado con el equipo peleando de nuevo por evitar el fracaso en el verde y la supervivencia en los despachos, y con los dirigentes diciendo adiós antes de que fuera demasiado tarde para seguir cogiendo algún pedazo de la tarta.

El 2 de junio de 2011, Carlos González conquistó en una reunión en Madrid a José Romero y acabó ganando la partida a otros grupos interesados para, un día más tarde, convertirse oficialmente en el nuevo máximo accionista del club. Ecco Documática, su firma por aquel entonces -hoy bajo el manto de Azaveco-, abonó un total de 1,25 millones a Prasa por el 98,7% de los títulos, con un primer pago de apenas 250.000 euros. El Córdoba estaba ya en pleno concurso de acreedores, por lo que la gestión durante esos primeros meses fue marcada por los administradores concursales. Fue la etapa de mejor gestión, la única que verdaderamente estuvo controlada. Y bajo esos parámetros, el equipo alcanzó su primer play off de la mano de Paco Jémez y con el proyecto formado por Luna Eslava, cambiando la cara de un club acostumbrado a mirar hacia abajo que por fin pasó a ser un aspirante al ascenso.

Un salto a la élite que alcanzó dos temporadas más tarde, ya con una dudosa gestión deportiva en la que el principal asidero eran los golpes de (buena) suerte, sin más patrón que hacer caja. Tras entrar como séptimo, aquel regate a la leyenda negra de la institución en el Gran Canaria terminó con el mayor hito de la historia del club. Un caramelo para cualquiera, una oportunidad para asentarse entre los grandes que Carlos González y su equipo de colaboradores tiraron por la borda con una política de fichajes nefasta que terminó convirtiendo lo que debía ser un año para el recuerdo en una pesadilla. Un mal sueño que a día de hoy sigue latente, porque lejos de servir de lección fue tomado como un accidente sin más.

Así, la familia González perdió una ocasión de oro en el momento de mayor esplendor, con todo de cara, en Primera y con una entidad saneada que el próximo verano pagará la última parte del concurso, quita incluida. No supo hacer un proyecto digno en la máxima categoría, no supo corregirlo en el primer año de Segunda cuando más de cara lo tenía para volver a ascender, tras no querer invertir para ganar en enero, y al final lo ha acabado empobreciendo para volver al origen. Porque desde el curso pasado, la realidad vuelve a ser luchar por la permanencia, el reto que ahora dejan a Jesús León y Luis Oliver.

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