“La violencia de género no es un problema de la mujer, sino de todos”

Concepción Ortega | Vicedecana del Colegio de Abogados de Córdoba

Reconoce sin tapujos que está enamorada de su profesión y se pregunta si “todo el mundo es inocente o culpable”

Trabaja para que a los maltratadores no se les nombre y “obviarlos”

Concepción Ortega, en el Colegio de Abogados de Córdoba.
Concepción Ortega, en el Colegio de Abogados de Córdoba. / Miguel Ángel Salas

Se define como luchadora, con genio y no intransigente. Vicedecana del Colegio de Abogados de Córdoba, Concepción Ortega (Puertollano, 1962), acumula una larga trayectoria profesional como letrada y luchadora por la igualdad. Defiende que a los hombres que comenten actos de violencia de género que hay que “obviarlos porque ellos no son nadie”.

–¿Por qué decidió hacerse abogada?

–Me entusiasmé con la lectura con Martín Vigil como gran parte de mi generación. Hubo un libro, Y ahora qué señor fiscal, que trataba de un robo con homicidio, pero en el que se ve que el chico, que era de la clase baja, no tuvo la misma defensa que tuvo la chica, que era de una clase alta y fue al que condenaron. Siempre he sido muy abogada de pobres y fue una de las cosas que me planteaba. Yo quería trabajar, no como abogada, sino con menores porque pensaba que el arbolito desde chiquito se podía enderezar un poco. De hecho, en el colegio Santa Victoria cuando estaba en octavo de EGB y el psicólogo nos hacía la entrevista a la hora de pasar a BUP, no sé por qué, pero me acuerdo que le decía que quería ayudar a los menores, que quería estar en el Tribunal de Menores. Le dije que si entraba en el Tribunal de Menores, haría Psicología y Criminología. Y él me dijo que hiciera Derecho y que si luego me quería especializar, que lo hiciese. También me gustaba Periodismo, pero como Psicología había que irse fuera de Córdoba y éramos cuatro hermanos. Así que me decidí por Derecho.

–¿Y qué le diría ahora a una persona que quisiera convertirse en abogado?

–Lo primero que digo es que estoy enamorada de la profesión. Para ser abogado tienes que tener claro que tú defiendes intereses ajenos, por lo que tienes un plus de responsabilidad; no es tu interés. Eres una persona que ayudas a resolver los conflictos de otra gente. Hay veces que puedes resolver el jurídico, pero el personal no puedes. Hay determinados conflictos que tienen un resquemor personal en los que no puedes entrar ni tampoco puedes. Les diría que si le gusta que lo piensen. Es una profesión de desgastar: no tiene horarios. Si el juicio no ha terminado, aunque sea tu hora de comer, comerás más tarde. No tienes horas, no tienes fines de semana, no tienes puentes, tu te organizas y te señalan algo para desorganizarte.

–Así pocos van a querer ejercer...

–Es la verdad (ríe). Si estás de guardia, por la noche te llaman, así que ten el teléfono encendido.

–¿Qué recuerdos tiene de aquella etapa inicial en la Universidad de Córdoba ahora que sigue allí como profesora?

–La asignatura que más me gustó en primero fue Derecho Romano. Ahora, siempre le digo a mis alumnos que si les gusta esa asignatura en primero, que sigan con la carrera. Me gustó porque era resolver los conflictos. No sé por qué siempre he tenido esas inquietudes desde muy pequeña porque en mi familia no ha habido nunca un abogado. Pero en nuestra época no había ni internet, ni Twitter, ni nada y a lo que te dedicabas era a leer y yo me bebía los libros.

–Una vez que acabó la carrera, ¿hacia dónde se dirigieron sus pasos?

–Tuve la gran suerte de que mi padre conocía a Enrique Garrido, que era el abogado de la empresa. Yo aún no tenía claro el ejercicio de la abogacía porque, además, había estado siempre colaborando con el departamento de Derecho Penal de la Facultad por mi profesora María Isabel González Martínez, que falleció hace tres años. Ella quería que me quedara colaborando con la enseñanza; fue una persona muy determinante en mi vida y en la carrera. El primer día de su clase nos dijo que había hecho su tesina sobre menores y, entonces, me acerqué y le dije que me quería dedicar al Tribunal de Menores. Desde entonces, tuvimos una gran unión y me protegió y me animó muchísimo, fue la primera persona que me dijo que valía muchísimo.

Concepción Ortega.
Concepción Ortega. / Miguel Ángel Salas

–¿Y qué decidió al final?

–Enrique Garrido me dijo que lo que tenía que hacer era una oposición porque la carrera de la abogacía es muy dura y es una inseguridad continua. Pero entré y me enamoré de la carrera. Como le digo a todo el mundo: esto es como una droga, como te guste, para quitarte tienes que ir a un centro. Esto tiene muchas cosas ingratas, aunque después tengas muchas gratas. Los clientes no son generalmente muy agradables. Si se gana, te dicen que claro que esto no tenía más vuelta de hoja y, si se pierde te dicen que se han sentido sin defensa. Claro, que no caen en la cuenta que lo mismo es que lo hicieron y no se puede engañar a todo el mundo todo el día. Te dicen que quieren recurrir o también que por un caso u otro ya han visto que le pueden dar más dinero y te entran ganas de decirle que se meta debajo del camión, que lo mismo conseguimos más dinero.

"Soy muy clara con mis clientes, les enseño el código y les digo la pena que les puede caer"

–Estos casos que expone por parte de algunos clientes, ¿a qué se debe?

–Se debe a san Google. Cuando se ponen así les pregunto que de qué promoción son porque de la mía no son. Todo el mundo ahora sabe de todo y eso ha sido ya lo último, pero creo que en todas las profesiones y al médico creo que le pasa igual. Te discuten incluso antes. Eso se puede hacer con los privados, pero con los abogados de oficio no; tragamos carretas y carretones.

–¿Qué es más difícil defender a un cliente que es culpable o al que no lo es?

–Me dedico al penal, aunque también hago familia y la especialidad que tengo ahora es violencia de género. Yo siempre he dicho que nada es blanco ni negro. Soy muy clara con todos mis clientes y me gusta porque advierto siempre, les enseño el código y les digo: aquí está la pena y es lo que te puede caer; yo lucharé por que no te caiga, pero esto es así. ¿Todo el mundo es inocente? ¿Todo el mundo es culpable? Hay una gama de colores. Para mí no es más difícil defender a un culpable porque si se entrega a mi criterio, yo hago todo lo posible para que tenga la mejor defensa. Ahora, defender a un culpable que no me escucha, que no me atiende… es complicado. No es ser culpable o inocente, sino es defender a un cliente que piensa que él tiene que llevar la razón y no se entrega al jurista o al abogado.

–Una de sus principales luchas es la violencia de género.

–Eso desde chica, además, no podía con la injusticias. He vivido en un patriarcado socialmente. En mi infancia, Franco estaba vivo, no lo olvidemos, y cuando empezó la transición era adolescente y tampoco te permitían mucho. Una de las cosas por las que siempre he luchado es que somos iguales y he tenido muchos enfrentamientos por ello. Yo era igual que mis hermanos y no concebía que se me tratara por ser mujer de manera distinta o que se me tuviera que proteger por ser mujer; eso ha sido una rebeldía mía. Por ejemplo, cuando terminamos la carrera una amiga mía, que murió, me habló de las asociaciones de mujeres para la igualdad y yo era entonces muy utópica y decía que para qué íbamos a estar así si eso ya lo decía la ley. Luego la vida profesional sí te enseña la vida real y las diferencias y las discriminaciones. Entonces, se defendía de una manera muy complicada porque ibas en contra de todo. Te estoy hablando del principio, cuando no teníamos ni órdenes de protección a principios de los años 90 y más en los pueblos. De hecho, me empezaron a amenazar con llamadas al despacho y fui a la comisaría donde dije que cualquier contrario me odia.

–¿Pero desde que comenzó hasta ahora, ha habido una gran evolución al respecto, no?

–Se han denunciado más casos. La mujer está saliendo porque está y se siente protegida. No hay más casos, lo que pasa es que la mujer se está empoderando y el hombre no admite el empoderamiento. El hombre que considera que todos somos iguales lo ve, pero el que no, no lo admite. Creo que cuanto más se empodera la mujer, ellos dicen que como te has empoderado, sí te la voy a dar. La utilización de los medios al violento, al agresor, al que quiere ser el protagonista de toda la vida de su mujer, de su familia, no se le puede dar protagonismo. En los medios no se debe hablar de ellos. Una de las últimas cosas en las que he estado trabajando es el hecho de que no se les nombre a ellos.

Un momento de la entrevista concedida a 'el Día'.
Un momento de la entrevista concedida a 'el Día'. / Miguel Ángel Salas

–¿A qué se refiere, a ocultar su identidad?

–A que no se diga su nombre. Ellos no son nadie. Por ejemplo, el caso de Bretón, debería ser el caso de Ruth y de José, no de Bretón; Bretón no existe. Es una forma de obviarlos y, con ello, su situación de dominio, va a ser mermada. No se les puede empoderar, hay que obviarlos, minimizarlos y, para ello, es no hablar de ellos.

–Ha participado en la Subcomisión de Género del Consejo General de la Abogacía en la definición del término de violencia vicaria. ¿Qué es?

–La violencia vicaria es una especialidad de violencia de género, en el cual el niño o niña es un mero instrumento para hacerle daño a la mujer, que no vale nada para esa persona. Él lo que quiere es hacer daño a la mujer y los mata, pero también hay otros tipos de utilización.

"El caso de Bretón, debería ser el caso de Ruth y de José, no de Bretón; Bretón no existe"

–¿Podría indicar alguno?

–Pues no dejar que vean a la madre, que los niños no tengan la visión de autoridad materna porque el padre se la niega…

–Uno de los últimos casos que ha salido a los medios y que ha tenido una gran proyección social ha sido el de Rocío Carrasco respecto al padre de sus hijos.

–Ese caso ha servido para muchas mujeres que nada más que ven Telecinco se crean a Rocío Carrasco y que existe la violencia de género, que crean que ocurren estas cosas. Ha tenido su impacto a nivel social. Sirve de visibilización y concienciación, por lo tanto, es positivo.

–Ha sido también una de las impulsoras de la Comisión de Igualdad en el Colegio de Abogados.

–No me quiero poner méritos que no son míos. La comisión la creó la anterior vicedecana María Victoria García de la Cruz Pineda de las Infantas, que fue quien tuvo la idea. La necesidad de la creación de la Comisión de Igualdad es fundamental porque no es la de la violencia de género. Son dos temas diferentes y no se pueden confundir porque se piensa que la Comisión de Igualdad es para la igualdad de las mujeres y, por tanto, como es un tema de mujeres, nada más que podemos estar mujeres. Pues no. Volvemos al mismo error. Es como la violencia de género, que no es un problema de la mujer, sino de todos, igual que la desigualdad. Aunque también está claro que donde más puede existir desigualdad es en la mujer, existen otro tipo de cuestiones que son de desigualdad. En la comisión, lucho tanto porque tengan una baja por maternidad como una por paternidad; el padre también tiene derecho a estar con sus hijos, está dentro de la conciliación familiar.

–¿En qué otros ámbitos trabaja esta comisión?

–También se tiene que ver cualquier tipo de discriminación, no solo hacia la mujer. Cada vez más, en la abogacía están entrando abogados que tienen algún tipo de discapacidad física y también tenemos que luchar para que tengan todos los medios adecuados y eso es igualdad. También existen muchas desigualdades con la mujer que no son violencia de género, como el tema económico de la empresa. En nuestra actual legislación, la violencia de género solamente existe solo cuando hay una relación de afectividad, de pareja aunque está rota. Y luego tenemos las zonas rurales, donde hay una desigualdad absoluta.

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