reivindicación Derecho a una muerte digna

Cuando una vida se va a pequeños sorbos

  • El caso de Francisco Guerrero reabre el debate de la eutanasia

¿Qué clase de libertad tiene una persona sin movilidad y dependiente de otras personas? ¿Qué día a día puede llevar alguien que queda inmovilizado en una cama por una enfermedad que poco a poco, a pequeños sorbos, va quitándole la vida? ¿Por qué no puede cada uno determinar su destino? ¿Por qué no es lícito que las personas decidan sobre su propia vida?

Estas son algunas de las preguntas que se plantean en el debate sobre la eutanasia, que se ha reabierto gracias al caso del cordobés Francisco Guerrero (1955), que padece esclerosis múltiple forma primaria progresiva, una variante muy agresiva, poco conocida e investigada de esta enfermedad.

Este policía local retirado pretende, a través de su experiencia, avivar la discusión sobre el derecho a una muerte digna y criticar la insensibilidad de los gobiernos ante situaciones como la suya. Los primeros síntomas de la enfermedad dieron la cara en 2002 y en estos diez años han ido haciendo más difícil la vida de Francisco, que ya tiene problemas de movilidad, de habla y para tragar. Para mostrar su situación y reivindicar el derecho a la eutanasia, ha escrito un relato en el que cuenta su experiencia como una alegoría de un hombre al que condenan a "cadena perpetua sin posibilidad de recurso ni revisión de oficio".

El protagonista de su texto lleva una vida muy activa, practica varios deportes, le gusta la lectura, estudiar y tiene un empleo estable. Pero un día, en 2002, siente "una leve pérdida de libertad" a la que no da mayor importancia. Sin embargo esto se va repitiendo hasta que llega un momento, en 2003, en el que tiene "una pérdida de libertad drástica y permanente" que lo hace "peregrinar por los juzgados para conocer qué resolución judicial lo estaba privando de libertad y por qué".

En 2004 encontró por fin a un juez que le notificó la sentencia: "cadena perpetua sin posibilidad de recurso ni revisión de oficio". Sin juicio, sin audiencia y con el único antecedente de "estar vivo". El protagonista del relato de Francisco Guerrero queda recluido en una cárcel "de muros transparentes", es decir, "que podía ver todo lo que ocurría al otro lado de aquellos infranqueables muros, agravando su pena, porque él nunca podría traspasarlos para realizar aquello que veía hacer a los demás, que él mismo había hecho, y deseaba con todo su ser volver a realizar, lo cual suponía una tortura constante".

La situación aún era peor, ya que con el tiempo el espacio de su celda se iba reduciendo "hasta llegar un momento en el que no pudiera mover un solo músculo" mientras los demás disfrutaban de los placeres de la vida, es decir, "vivían". Esta situación provoca "un desgaste psíquico constante" y "la única forma que tiene para dejar de padecerlos y recuperar su dignidad es el indulto que tendrá que firmar él mismo".

Con esta alegoría sobre la evolución de su enfermedad, Francisco quiere abrir el debate sobre la eutanasia, pero sobre todo le interesa que los ciudadanos se conciencien y presionen a los políticos. Y si la solución no llega a tiempo para él, tiene la esperanza de que favorezca a otras personas en su misma situación.

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