Historia taurina

Un verde y oro de vitrina

  • Doña Angustias, madre de Manolete, regaló uno de los trajes que acompañó a su hijo hasta la trágica corrida de Linares a la Hermandad el Prendimiento, que lo tiene expuesto en su casa

Detalle del traje verde y oro de Manolete.

Detalle del traje verde y oro de Manolete. / Antonio Clavellino

La noche comienza a hacerse presente en Madrid. Es miércoles 27 de agosto de 1947. Junto al Ministerio de la Gobernación hay un automóvil esperando. Cuatro hombres caminan en dirección del vehículo. Es la hora de iniciar el viaje hacia Andalucía. Los ojos de los curiosos miran la escena. Aquella corta comitiva y aquel Buick azul llaman poderosamente la atención. Se trata nada más y nada menos que de Manolete, la gran figura del toreo, quien en compañía de su apoderado, José Flores Camará, el periodista del diario Pueblo Antonio Bellón y Guillermo González, su fiel mozo de espadas, inicia su último viaje, que el destino había dispuesto que fuera en dirección a Linares.

El torero se sienta en el asiento del copiloto. Detrás, Camará y Bellón se acomodan. González hace las veces de chofer. El vehículo, siempre mirado por los curiosos, toma el camino de la ciudad minera. Manolete está anunciado en la feria de San Agustín. Matará una corrida de Miura junto a Gitanillo de Triana y Luis Miguel Dominguín, el menor de la dinastía, que viene arreando con fuerza. Dicen que la expectación es mucha y que el coso linarense se llenará sin lugar a dudas.

El viaje es pesado. El coche estaciona en el Parador Nacional de Manzanares. El grupo se dispone a cenar. Para templar nervios, Bellón habla con pasión de Juan Belmonte. Todo para sacar de sus casillas a Camará, quien era un fiel gallista. Manolete entra en liza. Con sorna habla del repaso que le dio Joselito El Gallo a Camará el mismo día que le dio la alternativa. La cena es distendida. Al terminar se retoma el viaje.

Manolete toma el volante. Ahora es Antonio Bellón quien ocupa el otro asiento delantero. Guillermo González y José Flores Camará se disponen a descansar en el amplio asiento de atrás. Mientras duermen Manolete se confiesa con Antonio Bellón. Hablan de todo. De lo divino y de lo humano. De lo cansado que estaba, de las exigencias de los públicos cada vez más intransigentes. Manolete está cansado y tiene muy madurado dejar de torear en breve.

El viaje toca a su fin bien entrada la madrugada. Ahora es hora de descansar. Hay una corrida de Miura esperando en los corrales de la plaza. El hotel Cervantes es el lugar elegido para establecer el cuartel general. Manolete no descansa bien. La cena de Manzanares hace que el torero sufra demasiadas molestias digestivas. Pronto amanece el nuevo día. Todo comienza a disponerse para la corrida. Chimo, el ayuda de mozo de espadas, prepara las ropas toreras. No ha dado tiempo a limpiar el traje blanco y oro usado dos días antes en Santander.

En las maletas hay otros dos. Un rosa pálido y oro estrenado en la campaña americana, y que ha venido usando con asiduidad y un verde y oro que no es del agrado del matador. Chimo se inclina por el rosa. Sabe de sobra eso de que el verde no es un color del agrado de Manolete. Aunque no era un torero marcado por las supersticiones, no podía olvidar la tarde del 27 de septiembre de 1942. Ese día, en la plaza de toros de Madrid, tras formar un revuelo con un toro de Montalvo, al que cortó las dos orejas, fue herido de gravedad por un astado de Curro Chica, vestido precisamente de verde y oro. La cornada fue grave. Tuvo que dar por finalizada la temporada y perdió la nada desdeñable suma de trece corridas. Ese traje fue arreglado por el sastre y lo cierto es que Manolete le tomó un poco de manía, tanto que se lo prestó a Parrita, quien curiosamente sufrió una cogida el día que lo llevaba puesto.

Tres años después, otro toro de Curro Chica, cogió de gravedad a Manolete en Alicante el día 29 de julio de 1945. La clavícula del torero cordobés quedó seriamente dañada y se perdió torear veintidós festejos. Curiosamente esa tarde alicantina, Manuel Rodríguez volvió a vestir de tonos verdes, en esta ocasión un flamante verde hoja seca, lo que hoy se denomina modernamente pistacho y plata. Chimo se acordó de lo acontecido y dejo aquel verde y oro, de golpes de mariposa en la maleta. El rosa pálido y oro quedó montado en la silla, esperando el destino de la tragedia, la muerte del héroe y el nacimiento del mito. La providencia así lo había dispuesto y Manolete dejaría de ser hombre para entrar en el Olimpo de los escogidos.

Aquel traje verde y oro quedó en el olvido. Colgado, junto a otros, en el armario donde doña Angustias guardaba las cosas de su hijo. En la década de los años cincuenta, en el Colegio Salesiano de Córdoba, donde se formó Manolete de niño, se funda la Hermandad del Prendimiento. El recordado imaginero cordobés Juan Martínez Cerrillo talla a la Virgen de la Piedad en las postrimerías de la década. Doña Angustias decide donar un traje de su hijo, antiguo alumno salesiano, para con sus bordados, enriquecer el ajuar de la dolorosa salesiana.

De su puño y letra llega una misiva a la cofradía. Junto a ella un traje de torear verde y oro. La cofradía acepta tan generosa donación, pero como muestra de admiración hacía el torero, opta por no desmontarlo. Desde entonces, aquel vestido de tonos esmeraldas forma parte del patrimonio de la hermandad y es expuesto en los salones de su casa como una autentica reliquia del Califa del toreo cordobés.

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