GEOGRAFÍA HUMANA · CARLOS ALBURQUERQUE

"Si se vende una casa a la semana, nos damos con un canto en los dientes"

  • "La realidad de la profesión es otra, ahora a los clientes no se les espera en el despacho", dice · La actividad industrial crecería con un mayor riesgo empresarial y con el apoyo de bancos e instituciones

Carlos Alburqueque recibe en su despacho en festivo. Activo, asegura que no duerme más de cuatro horas, y no aparenta ni de lejos la edad que tiene. Habla como el que dispara, como si el día no tuviera horas para tanta idea por ser contada. Notario atípico, vendió detergentes, estudió Derecho ya talludito y fue corredor de comercio hasta que se fusionó esta profesión con la de fedatario público. Cofrade, músico y veterano del Córdoba CF, habla como hombre de mundo y como espectador de estos tiempos difíciles que a todo el mundo le ha tocado vivir.

–Usted y todos los notarios han vivido en primera persona el boom inmobiliario. ¿En algún momento pensó ‘criaturas, qué estáis haciendo’?

–Sí, por la alegría con la que se han tasado las viviendas, por el momento de euforia que en parte respondía a la realidad. La ventaja es que la gente dispone de un pequeño patrimonio pero a costa de un sacrificio muy grande. Se contrataban préstamos con un tipo de interés muy barato. Además del piso, la gente se financiaba el coche a 25 años. Las cosas han venido a su ser. Por un piso de 70 metros cuadrados en Cañito Bazán –magnífico, sin duda– se ofrecían 70 u 80 millones. Gente que tenía un piso pequeño, se lo ha vendido a un inmigrante, se ha hipotecado por uno de 20 que ha vendido a su vez por 40 –estamos hablando de la misma vivienda–, se ha comprado un adosado que ahora no puede pagar. Y ahora ni se vende ni por 40, ni por 30, ni por nada. 

–¿Daban ganas de dejar de dar fe y repartir pescozones?

–Todos hemos estado metidos en esta vorágine y la banca, también. Mire, ni tanto ni tan calvo. A partir de 2007, se apreciaba que esto no podía llegar a más. Dejemos el color político, pero no se ha hecho un esfuerzo para tratar de poner los pies en el suelo, tomar medidas para acompasar esta situación. La gente consumía, la banca ganaba, los indicadores económicos iban muy bien. No me quiero reír de ello, pero hubo quien dijo que éramos el mejor país de Europa. La realidad es otra. El crecimiento se ha ido parando y, además, en Córdoba sólo tenemos la industria joyera que no está bien. Como no se adecue la demanda al mercado, la crisis va a durar más. Yo no le podía decir a la gente lo que tenía que pagar, la ley suprema del mercado es la oferta y la demanda, pero se ha visto que del todo no funciona. La desregulación ha evidenciado que no es adecuada. Yo he vivido varias crisis y, ahora, el entorno exterior es peor, lo que no quiere decir que le echemos la culpa a nadie.

–¿Aquí tenemos hipotecas ‘subprime’?

–No con la virulencia de Estados Unidos. Yo he visto que se daban préstamos a parejas que, entre los dos, sumaban unas nóminas de 1.600 euros. Con un problema de desempleo, difícilmente se pueden afrontar esos pagos. Con que subiera un poco el tipo de interés, casi se convierten en subprime. Hace dos años, el interés era del 2,77 y los diferenciales eran del 0,75. Ahora estamos al 5,11 con un diferencial del uno o del dos, en las pocas hipotecas que se hacen. Es más del doble. No se han dado con la misma alegría que en Estados Unidos.

–Las personas que vienen a firmar muestran, incluso, un ambiente distinto.

–Sí, todo ha cambiado. Mire, en nuestra profesión hay personas, todas, de gran prestigio. El que se ha apoyado en el campo de la vivienda está sufriendo una disminución de los ingresos. Es que no se vende nada. Puede ser que haya gente dispuesta a comprar, pero no a pagar lo que pide el vendedor. Por otra, el plan de rescate del Gobierno no va a llegar al consumidor. Los bancos tienen que devolver sus propios préstamos con otras entidades, muchas extranjeras. Quizá se alivie algo la carga y se inyecte dinero al mercado. Mire, el que viene sabe a lo que viene, el precio está muy medido. El vendedor ha bajado el precio hasta donde puede para quitarse una deuda y el comprador se aprovecha de la situación. Por mi experiencia, yo podía hacer 15 ó 20 operaciones al mes de compraventa. Ahora, si se hacen una o dos a la semana, nos podemos dar con un canto en los dientes. El mercado está plano. Además, hay promotores con los edificios vendidos pero los bancos, de todas las viviendas, sólo le subrogan la hipoteca a unos pocos clientes. Están mirando al cliente con lupa.

–Los promotores no pueden siquiera transmitir libre de cargas.

–Efectivamente. Los promotores tienen unos préstamos que han de subdividir entre los clientes de las viviendas. Por un lado, no venden. Por otro, los bancos no creen que muchos clientes tengan la  capacidad de devolución.

-¿Qué hay de verdad en ese carácter aristocrático de la notaría que hace que todas las madres lo quieran para sus hijos?

–Yo accedí a la profesión desde la correduría de comercio, lo que me hizo estar muy cerca del día a día de la realidad económica. Los notarios tenemos una función que el Estado nos delega pero que nos obliga a disponer de una infraestructura empresarial. Es el Estado quien fija los aranceles y quien habla de bajarlos cada vez que dice que va a reactivar la activididad económica, lo que me parece un brindis al sol. Todas las madres querían esta profesión para sus hijos porque se suponía que no obligaba a un gran esfuerzo, craso error. Se supone que ganando  las oposiciones hay futuro para toda la vida. La realidad es hoy otra. Mientras más se trabaja, mejor, como en cualquier actividad. A los clientes ya no se les espera en el despacho. A mis hijas nunca les he recomendado notarías. Esta profesión tiene una leyenda de privilegios que yo no he observado nunca.

–Usted vendía productos de limpieza. No sé si eso hace que las cosas del despacho se vean de otro modo.

–En Persán, sí, durante 17 años. Fui delegado, gestor de ventas y vendedor de productos como Flota o Puntomatic. Cuando me marché de la empresa, Procter & Gamble me ofreció una cifra que yo ni me imaginaba que se podía cobrar. Yo he tenido el fuerte apoyo de mi esposa, lo que me permitía trabajar por la mañana y estudiar por las noches. Las oposiciones las hice yendo y viniendo a Valencia durante dos años, trabajando en una bodega y como profesor mercantil.

–¿Córdoba exige una cierta presencia social para estar en determinado tipo de actividades?

–Nunca me ha preocupado eso de estar en presentaciones de libros o actos sociales. En cualquier tipo de negocio, tiene que haber relaciones humanas. Yo he sido siempre corredor de comercio de clientes. A mí no me gustan las cacerías, pero una determinada relación continuada lleva, muchas veces, a tener relaciones profesionales con quien se tiene una buena relación humana. Eso sí, el negocio está en darse a conocer como uno es y en ofrecer un servicio al cliente. En Persán, conocí uno por uno todos y cada uno de los comercios de Córdoba. Los visitaba yo con una cartera entre las ocho de la mañana y las nueve de la noche. Eso me ha permitido conocer a mucha gente que ahora son grandes empresarios.

–Usted da fe que Córdoba necesita...

–Yo me fui de Córdoba en el 78 y volví en el 89. Se tardaron 15 años  en soterrar la barrera que dividía la ciudad soterrando el ferrocarril.  Aquí tenemos un problema, además, y es que se apoya poco lo propio. Tenemos una clase empresarial que se aleja poco a poco del sentimiento que tiene el dueño de la tierra. Con las cosas que tenemos que podrían ser fantásticas... Me da mucho sentimiento, por ejemplo, el Parque Joyero, que también se ha realizado diez años después de lo previsto. Ahí se ha hecho un enorme esfuerzo y, sin embargo, el sector está en una situación negativa. No hemos sabido adecuar la oferta a la demanda. En la industria, hay buenas marcas como toda la actividad del cobre, pero es necesario asumir un mayor riesgo empresarial y, como tanto dice Luis Carreto (presidente de CECO), apoyo institucional y de la banca.

–Hay poco interés por viajar, ver, innovar...

–No es una visión mojigata, no, pero tampoco es tan amplia como debería ser. Hay que salir, hay que ver. De acuerdo con que hay una competencia atroz con los chinos por sus condiciones de trabajo. Pues habrá que ir a China. Ahora mismo, crear una empresa es más rápido, hay algunas subvenciones –mínimas– pero falta financiación.

–Tampoco existe un reconocimiento social hacia quien promueve empleo y riqueza.

–Sí, es como la gente que se avergüenza de decir que es de izquierdas o de derechas. Parece que hay una especie de complejo de pertenecer a la burguesía. Hay fantasmas del pasado que aseguran que el trabajador ha de estar en un lado y el empresario a otro. El modelo debería ser a la europea donde todo el mundo va a una cumpliendo con la legislación y los convenios. Ser empresario es una forma de ver y de entonder la vida, de generar riqueza. Y esa visión ha de compartirla todo aquel que se encuentre en una empresa.

–¿Agrava la crisis esa visión de la persona de empresa?

–La gente lo está pasando muy mal. El 90% del empleo lo mantienen los pequeños y medianos empresarios que no tienen líneas de crédito. Los bancos le dicen a las empresas que hay que acompasar las pólizas a las condiciones del mercado. Una forma de decir ya no te doy lo que te daba. El apego por ser empresario cae porque hay gente trabajando, con la formación suficiente para establecerse por su cuenta, que se encuentra con que no hay negocio para crear una actividad. No se crean empresas de transportes porque no hay nada que transportar. Las ventas de vehículos industriales no han bajado un 15% como nos dicen para tenernos tranquilos, sino un 40% porque el escayolista o el cristalero, que son quienes adquieren esas furgonetas no pueden. Sin ser catastrofista, todas las crisis pasan, van dejando una experiencia vital, unos jirones de piel. Pero también te pueden dejar allí. No hay más que ver los concursos de acreedores que se están presentando, empresas que tienen activo pero no tienen la suficiente capacidad de reembolso de sus deudas porque no tienen ventas. Y no tienen ventas porque nadie compra.

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