El vate que cautivó a Isabel II
Cordobeses en la historia
Antonio Fernández Grilo entró en los anales de la poesía local con un poema a una mar que desconocía, se inspiró en Las Ermitas y vivió de la complacencia de los monarcas de su época
FERNÁNDEZ Grilo, nació el 13 de enero de 1845 en Córdoba, sin que sus coetáneos ni él mismo, precisen nunca sus orígenes familiares ni en qué calles transcurrió su infancia; sí que le impusieron de nombre Antonio Luis Arcadio y contó, desde muy joven, con la protección de varios aristócratas. El conde de Torres Cabrera fue mecenas de su primer libro, Poesías, y el barón de Fuente de Quintos, admirado por su poema Al mar, costeó su primer viaje a Málaga, para que conociera el azul intenso que inspiró sus versos, ganadores de un certamen literario en el Círculo de la Amistad cuando contaba sólo diecisiete años.
A los veinte, el joven poeta trabajaba como periodista en su ciudad natal, habiendo puesto en marcha una publicación, El Andaluz, quizá la única iniciativa donde no lo acompañó la fortuna. Coinciden coetáneos suyos, como Ricardo de Montis en que jamás se preocupó de escribir obras bien cimentadas, que tuvo en la suerte y en sus dotes de recitador y halagador la llave del éxito con aquel premio, pórtico de la alta sociedad, que pronto quedaría estrecha a sus aspiraciones.
Fernández Grilo se hizo casi imprescindible en las reuniones y tertulias, más por su simpatía, carácter afable y don de gentes, que por la calidad de sus versos, fáciles, armoniosos; tan tremendamente populares y floridos que hasta el mismo Alfonso XII los aprendió de memoria.
Académico y recomendado por Córdoba, con veinte años llega a Madrid y continua su labor periodística en El Contemporáneo, El Debate, El Argos y alguno más. Hace amigos como Zorrilla, enemigos como Azorín y relaciones que propician su introducción en la Corte, donde obtuvo el beneplácito de Isabel II y mantuvo el de Alfonso XII, María Cristina y Alfonso XIII.
En palabras de Montis, "no ha habido escritor alguno que haya gozado de tal merced en nuestra nación". En la villa y corte "obtuvo buenos destinos que nunca se preocupó de desempeñar, conservándolos, no obstante, merced a sus buenos e influyentes amigos", entre quienes estaba Isabel II. Y fue aquella mujer, reina contra la Ley Sálica y popular por su fogosidad, quien en 1891 sufragó el cien por cien de la magnífica edición de su poemario Ideales, impreso en París e importado hasta España exento de pago de impuestos y otros costes para el autor.
En alguno de aquellos "empleos" en los ministerios, tan graciosamente otorgados, nunca llegaron a conocerle pues, ni siquiera el día de pago tenía necesidad de acudir, puesto que le llevaban el sueldo a casa. Un alto funcionario llegó a quejarse con tanta insistencia, que los comentarios llegaron al propio rey, con quien el poeta cordobés solía departir de vez en cuando. Alfonso XII le transmitió el malestar a Grilo; éste "escuchó el capítulo de quejas simulando gran sorpresa" y tras callar pacientemente replicó: "ha engañado á Vuestra Majestad quien le haya dicho eso: yo voy a la oficina siempre que en ella puedo hacer falta". El Rey, de muy buen humor, preguntó qué días eran esos y don Antonio le explicó que "cuando esteran y desesteran"; porque el Ministerio se quedaba sin empleados y podía surgir alguna urgencia. Por eso no le conocían. Así fue como empezó a recibir una pensión de la Casa Real que mantuvo hasta su muerte.
A pesar de estar exento de la maldición bíblica que se refiere a ganar el pan, se quejaba de lo agitado de su vida en la Corte; de modo que, a veces, viajaba hasta Córdoba y subía a las Ermitas, fuente de inspiración del poema, de tan hondo calado entre los cordobeses, que se quedó impreso en piedra en el Desierto de Belén: Hay en la alegre sierra/ sobre las lomas/ unas casitas blancas/ como palomas…", versos que, con La Nochebuena, Chimenea Campesina o Adiós al convento, pasan por ser de lo mejor de aquel hombre al que algunos críticos consideraron el Castelar de la poesía, más recitador que poeta, sin dominio del verso de arte mayor o vate de forma más que de fondo.
Ricardo de Montis -coetáneo y buen conocedor de ambos- no pudo evitar comparar a Fernández Ruano y Fernández Grilo. "El primero estudiaba mucho; el segundo apenas leía". Cuando se encontraban por las calles de Córdoba se intercambiaban el siguiente saludo: "Adiós, pavo ruano", decía Grilo; a lo que el otro respondía: "Adiós titiritero de la poesía". Luego solían abrazarse con afecto y el poeta de la corte, recitaba de memoria algunos versos de Fernández Ruano. El gran cronista de la Córdoba del siglo XX, vertía su opinión de forma tan subrepticia como clara, al puntualizar: "Si Grilo hubiese tenido la ilustración de Fernández Ruano y Fernández Ruano el carácter de Grilo ¿Quién duda que ambos habrían llegado al templo de la inmortalidad?".
En febrero de 1906, Martínez de la Rosa deja vacante la letra C, en la Real Academia Española. El poeta cumple el sueño de ingresar en la institución y comienza a preparar su discurso en verso. Pero el 9 de julio una caída le provoca la muerte y Grilo nunca llegó a ocupar el sitio de Luis Rosales o Goytisolo; pero Córdoba lo puso plaza junto a la Puerta Gallegos.
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