Valores que sostienen nuestra libertad: una década promoviendo la cultura de la defensa
Tribuna universitaria
El Congreso Internacional de Ciudadanía y Cultura de la Defensa es un recordatorio de que la democracia no es un logro garantizado, sino una tarea permanente que exige comprensión, compromiso y vigilancia
Cuando en 2014 un grupo de profesores decidimos poner en marcha un foro dedicado a la reflexión sobre la cultura de la defensa, lo hicimos movidos por una convicción profunda: la de que, en un Estado constitucional como el nuestro, la defensa no es solo tarea de las Fuerzas Armadas, sino también un deber cívico, una responsabilidad compartida por toda la ciudadanía. Queríamos crear un espacio académico —libre, abierto y plural— que nos permitiera pensar, debatir y comprender cómo se protege lo que más nos une y define: nuestra democracia, nuestra libertad y nuestra dignidad.
Han pasado más de diez años desde aquel primer encuentro, y puedo afirmar con satisfacción que aquel propósito inicial ha echado raíces. El Congreso Internacional de Ciudadanía y Cultura de la Defensa, cuya tercera edición acabamos de celebrar, se ha consolidado como un referente en el calendario académico y como un punto de encuentro entre la Universidad, las instituciones y las Fuerzas Armadas. No se trata solo de un evento académico: es un ejercicio de ciudadanía, un recordatorio de que la democracia no es un logro garantizado, sino una tarea permanente que exige comprensión, compromiso y vigilancia.
Esta edición ha vuelto a reunir a expertos y profesionales de primer nivel —analistas del Instituto Español de Estudios Estratégicos, responsables de la Agencia Española de Protección de Datos, mandos de la Unidad Militar de Emergencias, docentes universitarios— que nos han ayudado a analizar los grandes desafíos de nuestro tiempo: el papel constitucional de las Fuerzas Armadas, el futuro de la paz en Europa, la ciberseguridad, la inteligencia artificial, la desinformación y la respuesta ante emergencias. Temas que, más allá de su dimensión técnica, tienen una trascendencia política y moral: todos ellos nos interpelan sobre cómo preservar nuestra convivencia frente a los riesgos que amenazan la estabilidad y la libertad.
El respaldo institucional recibido —de la Universidad de Córdoba y de su Consejo Social, del Ayuntamiento, de la Diputación, de la Subdelegación de Defensa y, especialmente, del Ministerio de Defensa— ha sido fundamental para mantener vivo este proyecto. Pero más allá de los reconocimientos formales, lo que verdaderamente da sentido a este congreso es la red de colaboración humana que lo sostiene: docentes, estudiantes y personal militar que comparten la convicción de que la defensa de lo común empieza en la conciencia de cada ciudadano y ciudadana.
La cultura de la defensa —entendida como un compromiso con los valores que sustentan nuestro Estado de Derecho— es hoy más necesaria que nunca. En un contexto internacional marcado por la inestabilidad política, la polarización en cualquier asunto público, el auge del extremismo y la devaluación de principios como la igualdad y el pluralismo, debemos recordar que los derechos y las libertades nunca se conquistan de una vez por todas. Siempre se encontrarán amenazados. Su preservación requiere instituciones sólidas y, también, una ciudadanía informada, crítica y consciente de su papel en la protección de ese bien común que es la democracia.
En este sentido, nuestras Fuerzas Armadas son un pilar esencial de nuestro sistema constitucional. No solo porque, en el respeto de nuestra Constitución, garantizan la soberanía, la independencia y la integridad territorial, sino porque encarnan un modelo de servicio público basado en la disciplina, la legalidad y el respeto a la dignidad humana. A menudo desconocemos la labor que desarrollan más allá de nuestras fronteras, en misiones internacionales de paz, cooperación o ayuda humanitaria. Hacer visible esa labor es también una forma de fortalecer el vínculo entre la sociedad y sus instituciones de defensa.
En mi papel como director de este Congreso, he insistido numerosas veces en que renunciar a nuestras Fuerzas Armadas, creyendo que así evitaremos los conflictos, sería como renunciar a nuestro propio sistema inmunitario esperando no enfermar. Pero tampoco debemos olvidar que la defensa más poderosa de nuestro Estado de Derecho no descansa únicamente en ellas. Requiere algo más: nuestro compromiso, en lo cotidiano, con la dignidad y con la libertad.
Por eso seguimos celebrando este congreso y por eso continuaremos haciéndolo. Porque hablar de cultura de la defensa es, en el fondo, hablar de cultura democrática. Es invitar a la ciudadanía —especialmente a las personas más jóvenes— a ser consciente de que lo que no se defiende, tarde o temprano, se pierde.
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