Cordobeses en la historia

El torero que falló el último quite a la muerte

  • Manuel Fuentes Rodríguez 'Bocanegra' se crió entre las novilladas y los despojos del barrio del Matadero, conoció tardes de gloria junto a Lagartijo y murió en un quite, siendo espectador

DE Manuel Fuentes Canuto se sabe que fue un banderillero a jornal en el barrio del Matadero. Nada se conoce de su mujer, con la que tuvo a mediados de mil ochocientos al menos dos hijos, que siguieron sus pasos con suerte desigual: Antonio Fuentes Rodríguez Hito, novillero y banderillero, que acabó vendiendo carne de toro en la Corredera, y su hermano Manuel Bocanegra, el único en conocer el éxito y el infortunio, compañeros en la vida y la muerte.

Cuentan antiguas revistas taurinas, como El defensor de la afición, que Manuel Fuentes Rodríguez Bocanegra nació en Córdoba el 21 de mayo de 1837, coincidiendo con otros cronistas en que "desde su más corta edad empezó a demostrar decidida afición por las lides taurinas, ingresando en una cuadrilla infantil en la que logró distinguirse siempre". La primera fue de Antonio Luque Camará y en la segunda se colocó de banderillero con la de José Rodríguez Pepete, junto a otro jovencísimo aspirante: Lagartijo. Y antes que Jocinero atravesara el corazón del diestro cordobés en Madrid, Manuel Domínguez Desperdicio, había tomado en su cuadrilla a Bocanegra. Cuando en junio de 1857 un pitón de Barrabás hizo saltar el ojo derecho del diestro de Gelves, el cordobés era su banderillero predilecto. En la misma plaza, la del Puerto de Santa María, lo apadrinó aquel que, con su propio globo ocular en la mano, gritó: "¡Fuera desperdicios!". Fue un 31 de agosto de 1862, según la mayoría, con Jacinto Machío de testigo. Un año más tarde, confirmó la alternativa en Madrid de la mano de Curro Cúchares.

Continuador de las glorias y el estilo personal de Desperdicios -según alguna crónica de su época- "llegó a figurar entre los primeros espadas, logrando justas ovaciones por su temeridad y arrojo, especialmente en la suerte de recibir, la que ejecutaba con suma perfección".

En los primeros años de los sesenta (siglo XIX) cosechó sus mayores éxitos, llamando la atención del viajero romántico Hans Chistian Andersen: "…otro espada muy estimado, Bocanegra, le llamaban, fue saludado con una explosión de júbilo... mató al toro en la primera estocada". Coinciden el autor de La Sirenita y los críticos, en las pasiones que despertaba en Jerez, Cádiz, el Puerto o Málaga donde el público "aullando de alegría, le arrojó al ruedo todo lo que tenía a mano: sombreros, abanicos". Teniendo en cuenta que Viaje por España se publica en 1863, debía referirse al principio de su carrera, llena de otras tardes memorables.

En enero de 1866 y tras el sonado incendio de Los Tejares, la reinauguró junto a Lagartijo, con quien banderilleó al quinto toro en otra tarde compartiendo una misma silla -a una vara del animal "que se encontraba aculado a las tablas"-, y cuentan que con "tal exposición y lucimiento que no se ha ejecutado nunca más". Era la feria de septiembre de 1868.

Al año siguiente triunfó en la de abril de Sevilla. Lagartijo compartía dos carteles de feria con Gordito. En la primera tarde, el maestro cordobés resultó herido y telefoneó a Bocanegra para que le sustituyese, a lo que Manuel Fuentes accedió gustoso. La faena fue redonda, con el capote y la muleta, saliendo a hombros en medio de una interminable ovación. Como interminables debieron ser también los sobresaltos cuando aseguraban: "Ha sido el torero que más cogidas ha sufrido", algunas de ellas gravísimas: dos en Sevilla (1863), la peor en el muslo al hacer el quite al picaor; en Cádiz (1864) entrando a poner banderillas, a petición del público, un pitón le interesó la arteria carótida. Así, hasta 1869 en que una ceguera le apartó de los ruedos. Lagartijo demostró de nuevo su generosidad costeándole, antes de distanciarse, cuanto fue necesario. Comenzaba el declive físico, profesional y económico de Bocanegra.

En los 80 iba por los pueblos con la cuadrilla de Los niños cordobeses de donde saldrían figuras como Melo, Torerito, Guerrita o Mojino. Y seguía ocupando carteles en El Puerto, donde diez años después de su alternativa, hizo lo propio con Manuel Hilario Hermosilla. En 1874 fue el primero en pisar el ruedo a estreno de la antigua plaza de Madrid, seguido de Lagartijo; allí recogería los últimos halagos del público y la crítica. Al día siguiente volvió al sur para torear; pero la corrida del 20 de junio de 1889 se suspendió y marchó a Baeza, a ver una novillada con su sobrino y alumno, Rafael Ramos Melo.

La enorme figura de Hormigón salió por la puerta de chiqueros y la joven cuadrilla se conmovió. El toro derribó a los picadores ante el pánico y la inmovilidad de los torerillos. Manuel Fuentes pidió permiso a la autoridad, saltó al ruedo, hizo el quite y volvió a la barrera seguido del animal. Su enorme corpachón no pudo entrar en el burlaero, y el pitón de Hormigón entró en el muslo derecho alcanzando la cadera. Y en Baeza murió de peritonitis el 21 de junio de 1889. La noticia de su muerte llegó a Córdoba tres días después, no así la del entierro de esta figura que vivió y murió pobre de dinero y rico en vivencias. Su ciudad le puso calle junto a la plaza de toros de Los Califas.

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