Un tercio fenomenal

La nostalgia de haber vivido momentos únicos es una fuente muy poderosa que artistas consagrados aprovechan para elaborar espectáculos que rememoran sus grandes éxitos. Tricicle, con solo diez montajes, dos de ellos recopilatorios, ha conseguido mantenerse activo más de 40 años.

El gesto como lenguaje universal y su genialidad para crear humor les ha permitido ganarse la admiración del público en todo el mundo. Ahora, Carles Sans, “el guapo de los tres” sube solo al escenario para hacer algo nunca visto en compañía del “gordito” y el “calvo”: hablar. Y mucho.

En ¡Por fin solo!, Sans rompe con el silencio y realiza su particular One Man Show para compartir con el espectador una selección de anécdotas de su vida personal y profesional. Entre otras vivencias, conoceremos sus primeros pinitos en el mundo de la publicidad siendo imberbe, el descubrimiento de su vocación artística o cómo conoció a Joan Gràcia y Paco Mir para crear la compañía, hacerlos inseparables y vivir situaciones reales comparables a la infinidad de sketches que han interpretado.

Pantalla retro iluminada a color, proyección de algunas imágenes y apoyo sonoro bien diseñado para apoyar los gags son los únicos recursos escenográficos. El resto lo aporta Carles demostrando que tantos años sobre las tablas dan confianza suficiente para llenar cualquier auditorio por grande que sea.

Voz y gesto en perfecto equilibrio, unido a una forma física envidiable (por mucho que se empeñe en criticar gimnasios y personal trainers) le propician el desarrollo idóneo para mantener el espectáculo en alto a lo largo de 70 minutos y al público con la sonrisa encajada dispuesta a dar el pequeño salto que le lleva a reír. Propósito fundamental de este fabuloso artista que una vez cumplido recibió la ovación más que merecida.

La risa. Manifestación biológica ligada a la satisfacción. Expresión emocional compartida, contagiosa y liberadora de endorfinas que mejoran nuestro ánimo. Tricicle se tomó muy en serio su trabajo para hacer humor durante cuatro décadas y Carles Sans demuestra que aún merece la pena comprar una entrada para continuar riendo sin importar ver solo un tercio.