Humanidades en la Medicina
Rafael Recio Barba
Neuropolítica: Las razones de la sinrazón
AUTOR entre otras obras del renovador cartel de la Feria de Mayo de este año, compagina su dedicación al mundo del arte con su no menos conocida faceta de disc jockey de música funk, un sonido reposado como el resultado de sus obras pictóricas.
-¿Sabe ya a qué ha venido a este mundo?
-Pregunta a bocajarro. Ya me voy comprendiendo... Hum, estoy frío.
-Dejémoslo para el final. ¿Es usted de lágrima fácil?
-Yo soy asombrable, emocionable y sorprendible.
-Pero usted, por sus obras, parece enamorarse más fácilmente de una flor que de una mujer.
-Yo soy sensible a la belleza en cualquiera de sus manifestaciones (risas). Uf, vaya comienzo.
-¿Qué sería de Córdoba sin Fuengirola?
-Hubo una época en que la modernidad cordobesa se avergonzaba de Fuengirola e hicieron de Cádiz un sitio in. Era una forma de rebelarse contra nuestros padres, que nos habían llevado allí a veranear, a la Costa del Sol. Años después se le volvió a ver un punto exótico a Fuengirola y Torremolinos. Hay en Torremolinos, arquitectónicamente, un encanto especial en muchos edificios construidos en los 60.
-¿Cuánto tiene en su vida diaria cordobesa de torremolinesco?
-Torremolinos y Fuengirola han sido mi forma de conocer por ejemplo el funk y la cultura afroamericana, que las conocí en las discotecas de Fuengirola de los años 80. Eso es para mí la Andalucía internacional. Habría que preguntarse qué son los iconos y ya de paso qué son los iconos del arte español.
-¿Cree que ocurre con el arte como con el landismo en el cine, que ha sido despreciado lo autóctono, lo que representa realmente la cultura española de la época?
-Lo que veo es que hay complejo de parecer español en todos los sentidos menos en el futbolero. Hay un complejo de ser español que también se nota en el arte. Se notaba en el cine, en la música de los 80, que todos los grupos cantaban en inglés, en la sociedad en general; por ejemplo en las peluquerías ponían el apóstrofe sajón para anunciarse: Rizo´s y todo ese tipo de cosas. Nos avergonzamos de la palabra bar y los llamamos pub. Pero es que seguimos así después de tres decenios, seguimos acomplejados, también en el arte, titulando las cosas en inglés. Es un complejo. Incluso los artistas cuando se expresan, cuando intentan construir su iconografía, sus recursos visuales, si tienen que pintar prefieren pintar un motel que un hostal; y si ponen un coche ponen un Ford en lugar de un 1.500. Y si hay que poner un hombre lo visten de Cary Grant. Echo de menos que el arte mire más lo vernáculo, porque ahí está la diferencia.
-¿Cuando ha dejado el arte de mirar lo vernáculo?
-Creo que todo esto siguen siendo secuelas del franquismo, que no nos queremos parecer al período 1936-1975 y entonces lo español todavía sigue siendo algo de lo que avergonzarse. En mi trabajo intento construir mi andalucismo, mi raíz, mediante el arte. Quiero a través de él sacar a flote quien soy, mis vivencias. Uno ha viajado, ha leído, tiene fantasías y esas experiencias dan como resultado la pintura que haces, pero a mí me gusta que vaya sobre un colchón vernáculo. Si no miramos lo propio y sólo tomamos como referencia lo que nos llega de otros países estaremos haciendo un trabajo de iconografía global, y eso me aburre.
-¿Qué sabe de sus abuelos?
-El uno, por parte de mi madre, era un hombre enmarcado en la seriedad cordobesa, esa seriedad que viene de los fondos de los cuadros de Julio Romero, esos atardeceres plomizos, ese silencio, esa quietud que también se ve en la rectitud de Manolete, de los trajes bien planchados. Y por parte de mi padre, mi abuelo viene de la zona de Villaralto y de Hinojosa del Duque: sus padres eran pastores y mataban mastines a puñetazos, defendían a mi bisabuela de los lobos. Tengo dos afluentes de los que me siento muy orgulloso y que se complementan perfectamente. Y mis padres han heredado ese legado y yo siento que lo tengo en mí.
-¿De algún modo siente que vive dentro de sus cuadros?
-No es dentro, es con. Por regla general me considero una persona que destaca el lado agradable de la vida, lo que en la cultura afroamericana se llama el sunshine, el lado soleado del mundo, pero es verdad que la pintura es como un oasis que va contigo, donde puedes descansar, tomar la sombra y vivir. Ese oasis es necesario y todo el mundo intenta construirse un oasis.
-Últimamente me parece ver que en sus cuadros han entrado personajes que se disuelven, se vuelven transparentes ¿Tiene algo que ver con la reciente desaparición de su padre?
-No es una cosa directa. Sí hay una cosa muy bonita de la que soy consciente y es que cuando mi padre empezó a apagarse, mi manera de estar con él era reconocer alguna línea tal y como él, que también era pintor, las hacía. Esa influencia no la negaba sino que la potenciaba, era una manera de estar con él dibujar un brazo o una nariz tal y como él las hacía. Ésa era mi relación con mi padre en mis últimos tiempos. Y la aparición de los personajes tiene mucho que ver con el mural que hice en la Facultad de Filosofía y Letras, que me dejó exhausto de tanta vegetación y me pedía un cambio.
-¿Distingue entre su padre pintor y su padre-padre?
-Eso está unido. De hecho la parte emocional de mi padre, al ser un caballero nacido en los años 30, está en su pintura. A estos padres no se les pedía que tuvieran un lenguaje emocional verbal, eso es algo reciente, nuevo en los hombres. La forma de ser hombre era otra y yo como niño la forma de ver a mi padre con emoción, donde él la manifestaba, era en su pintura. Por lo tanto para mí, el padre y el pintor son indisolubles.
-¿Fue usted muy madrero?
-Sigo siendo un niño muy madrero y deberíamos seguir siéndolo hasta que nuestros padres desaparecieran. Tenemos una oportunidad de aprender y de mejorar la especie y yo no concibo separarme afectivamente de mis padres. Es compatible la independencia con tener a tus padres como referencia afectiva. Yo no era el adolescente que le decía a mis padres "mis viejos".
-¿Qué pintaba cuando niño?
-Yo era un niño muy fantasioso y lo que hacía era reproducir los episodios de Érase una vez el hombre. Le tengo mucho cariño a un dibujo que hice de un clan, un grupo de cazadores persiguiendo a un mamut. Ahí nace la práctica artística, algo te estimula y tú respondes al estímulo. Ser artista es no ser pasivo ante los estímulos, el artista responde a ellos.
-Yo le veo muy otoñal en sus obras ¿dónde ha dejado su primavera?
-Yo es que soy muy de día nublado. Soy de ojos azules y cuando he ido a Alemania sentí un golpe de pecho. De hecho me siento aquí un poco como prestado, este clima no es el mío. Lo de otoñal... yo diría invernal, pero llevo el invierno incorporado, no me esfuerzo.
-¿Se sorprende cuando las muchachas lo llaman guapo?
-Yo sé que cuando me lo dicen es una cortesía.
-¿Y cómo se la devuelve?
-Depende de cada caso.
-¿Es difícil la relación de un artista con las mujeres?
-En general, lo que sí noto es que hay un aspecto que echo de menos y es que a la mujer ya toca exigirle que tengan palabra. Antes tener palabra era cosa de hombres, porque los hombres gobernaban el mundo, hacían los pactos, y por eso debían tener palabra. Ahora ya llevamos muchos años que la mujer está ya totalmente donde debe estar y ya se le debe exigir también que tenga palabra. Echo de menos que se pida a la mujer que tenga palabra, que su palabra valga y sea comprometedora; es decir, que si dice esto pues se le exija eso mismo.
-¿Compromiso? ¿Y un artista, necesita un artista ser comprometido?
-Nunca he entendido eso. Yo lo que valoro es que los artistas como cualquier persona sean honestas, sean consecuentes con su norte, con su estrella polar, con su afán. Pero yo no le exijo a un artista otra cosa más que sea honesto, creíble, con todas sus contradicciones, porque tenemos derecho a cambiar de opinión porque, de hecho, creo que el hombre comienza a ser libre cuando aprende a cambiar de opinión. Pero el compromiso no sé lo que es para el arte. El arte debe ser una especie de brújula para caminar. Creo que el artista lo que debería ser es alguien alineado con sus sueños, consecuente y honesto.
-Ha hecho obras últimamente con mucha repercusión como es el cartel de la Feria. ¿Eso implica más palmaditas en la espalda pero también más enemigos?
-Yo no escucho lo que dicen en el otro patio. Si hay personas que están descontentas con lo que yo hago lo lamento mucho, pero no puedo hacer otra cosa.
-¿Cuando hace el cartel de Feria, con el colegio de La Aduana y unos galgos, recibió muchas miradas de sorpresa de los que se lo encargaron?
-He visto sorpresa, claro, pero por suerte con todos los políticos que he hablado del cartel, desde el alcalde a Raúl Ramos, que fue quien me llevó a ellos, siempre he encontrado un buen talante. Cuando te encuentras personas que creen en la palabra para decir la verdad, no hay nada que temer.
-Hablemos de funk, es pinchadiscos de música funky, ¿no hubiese preferido ser telepredicador?
-Bueno, es un poco lo mismo.
-¿Qué encuentra en el funky?
-Es mi biografía. Yo en el año 84 cogía un autobús con mi novia para bailar funk en Rota. Entraba a la discoteca que estaba llena de negros bailando agarrados a cámara lenta, ese ritmo "pisada de elefante" y veía que todo el mundo bailando una cosa con una fuerza e intensidad de la que era difícil escapar. Luego descubrí en las fiestas de mis hermanos mayores a Steve Wonder. Así que cuando llegó la movida a Córdoba, o sus ecos de Madrid, yo ya estaba marcado como una vaca, ya no podía escaparme del funk aunque mis amigos escuchaban esa música oscura que representaban The Cure o los Pychedelic Furs. Yo me iba a la discoteca Picapiedra y la discoteca Pomelo en Rota y eso fueron años felices.
-¿Cuales son sus intereses últimamente?
-Quiero pintar lo vernáculo, así de claro. Pero un tiene muchas capas y sacar lo vernáculo de lo que no lo es difícil, porque todo está soldado. Aspiro a hacer una forma de psicoanálisis propio y descubrir esa parte vernácula en mí, eso sería lo que le da el rasgo diferencial a mi trabajo. Pero si un día aparece en mi trabajo un montón de negros bailando funk, también es algo que considero vernáculo.
-Con lo vernáculo no creo que tenga problemas de inspiración, estamos junto a un Mercadona, una empresa que ha puesto de moda el champú de caballo, eso no creo que se haya dado en ningún otro lugar del mundo.
-Estamos rodeados de materia prima para el arte y eso lo han visto en otros países. Yo lo único que pretendo es introducir la experiencia con el mundo en la pintura.
-¿Si alguien de fuera le pregunta por el mundo del arte en Córdoba, qué diría?
-Me cuesta hacer un análisis. Lo del descalabro del 2016, para el que de verdad es un artista, ha sido simplemente un ruidillo. Y el que de verdad tiene ganas de hacer cosas y de organizar pues, bueno, ya no hay subvenciones pero eso no impide que se trabaje, si hay ganas de hacer un evento para que la gente saque por ejemplo los poemas de sus cajones, lo va a seguir haciendo sin subvención.
-¿Es bueno que aunque sea durante un tiempo no haya subvenciones?
-Claro, indiscutiblemente. Sí. Sobre todo porque estábamos un poco engollipados, hemos perdido la capacidad de valorar las cosas. Yo creo que esto viene bien, así volveremos a valorar las cosas. Habíamos caído en la apatía, el descreimiento, y eso es la muerte en vida. Cuando tienes de todo nada te parece asombroso. Toda esta caída del respaldo institucional, a mí personalmente, no me parece un drama. Hay que verle el lado bueno. Yo ahora reúno las sobras de las pastillas de jabón para reunirlas en una pieza y poder aprovecharlas.
-¿Sabe usted cómo se hacía el jabón?
-Con sosa, aceite y alguna cosa para que oliera bien.
-Ahora, sí, dígame para qué ha venido usted a este mundo.
-Para discutir lo menos posible. Estoy aprendiendo a no opinar y a cambiar de opinión cuando no sea necesario. Si logro apropiarme de esas formas de ser estaré más cerca de acercarme al sentido de estar aquí pero, indiscutiblemente, el sentido de estar aquí es el amor.
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