Dos siglos de historia bajo tierra
El recinto ha acumulado a lo largo de su historia la obra de varios artistas generando un nuevo atractivo turístico
España estaba bajo la dominación francesa cuando el Rey José I firmó en su palacio de Madrid, hace ahora 200 años, un decreto que vino a ser la partida de nacimiento del cementerio de Nuestra Señora de la Salud, el decano de los camposantos cordobeses. Este documento, rubricado el 4 de marzo de 1809, autorizaba la construcción de tres recintos fuera de las murallas de la ciudad dedicados a la inhumación de los difuntos, para acabar así con los entierros en las propias iglesias, "abuso contrario a la sana razón, a la política, al respeto debido a los templos y a los preceptos de la disciplina eclesiástica de los mejores tiempos", como se señala en el decreto. Carlos III inició en 1783 la batalla de sacar los cementerios de los cascos urbanos, pero el monarca no tuvo en Córdoba eco alguno.
El documento napoleónico llego a manos del Ayuntamiento el 12 de octubre, momento en que supo que había que construir tres cementerios: el de la Salud, uno en San Cayetano y otro junto a la ermita de San Sebastián. De los dos últimos no ha quedado prácticamente rastro alguno, salvo el dato de que en el de Ollerías se enterraron los ajusticiados por las tropas napoleónicas. Con el paso del tiempo, el primero siguió creciendo hasta llegar a integrarse en la propia ciudad.
Desde un primer momento, hubo un enfrentamiento entre el municipio y el prefecto que representaba a la autoridad de los franceses. Mientras el primero se negaba a asumir los costes, el segundo se puso manos a la obra y sufragó los trabajos con la venta de los materiales de la plaza de toros del Campo de la Merced, demolida por su estado ruinoso, entre otras medidas tributarias que financiaron los trabajos.
Este recinto se adosa a la ermita existente desde siglos en estos pagos, por lo que el camposanto adoptó el nombre de la misma y se creó el oxímoron que aún hoy sorprende de que un cementerio se llame de la Salud. Allí se va cuando se carece de ella. Aunque el municipio tuvo durante mucho tiempo la custodia del templo, recientemente la ha revertido al Obispado de Córdoba para recuperar el culto.
Los tiras y aflojas entre las autoridades locales y las francesas hicieron que las obras se retrasaran y no dieran comienzo hasta el 29 de octubre de 1810. Finalizaron el 8 de junio de 1811 y consistieron en la construcción de una tapia de casi tres metros de altura, unas dimensiones propicias para evitar que llegasen miasmas al casco urbano. La salud -con minúsculas-, ante todo.
Una vez terminada la tapia continuó el litigio entre las autoridades locales y las francesas. Aquéllas se negaban a recibir un recinto que no les iba a crear más que problemas, puesto que es una infraestructura improductiva, que le costaba el dinero a unas arcas que por diversos motivos se encontraban exhaustas.
Aunque la tapia estaba ya construida, los primeros enterramientos no se produjeron hasta 1833, que es la fecha de entrada en funcionamiento del mismo. En los nichos que hay en la entrada del cementerio es donde se encuentran los enterramientos más antiguos. Fundamentalmente ,están en nichos, con lápidas de pizarra e inscripciones que detallan algunos detalles de la vida que llevó el difunto.
A partir de ese momento comenzó a crecer en superficie hasta alcanzar la extensión actual. Esta circunstancia no ha impedido que los enterramiento se sigan realizado, aunque, como explica el gerente de Cecosam, José Cabrera, "hay una dificultad operativa, porque está totalmente copado, como el de San Rafael". Por tanto, sólo se utilizan las sepulturas y los nichos ya existentes, puesto que no queda espacio para construir más.
Los difuntos enterrados en la Salud a lo largo de estos dos siglos son alrededor de 20.000, según los datos de la empresa municipal que gestiona los cementerios cordobeses. Pero lejos de la frialdad de los datos, cada uno de estos enterramientos tiene nombres y apellidos. Una de las cosas que más llama la atención en este cementerio es advertir flores frescas en enterramientos que pueden llevar un siglo sin usarse. Los descendientes mantienen vivo el recuerdo de esos familiares que yacen bajo lápidas de mármol blanco que acusan con gravedad el paso del tiempo.
Tanto el Ayuntamiento como la propia Cecosam son conscientes del patrimonio artístico que se atesora entre los muros de este cementerio. En su su recinto hay auténticas obras de arte, como el conocido mausoleo en mármol de Carrara que tallara Amadeo Ruiz Olmos para Manolete, el trabajo de Mateo Inurria en la tumba de Lagartijo o el medallón en bronce de Mariano Benlliure que preside el panteón de Machaquito. Tres artistas de primera para tres califas del toreo.
Aparte, hay infinidad de huellas en todos los estilos, desde el neogótico al Art Déco, pasando por el modernismo o el neobarroco. Quizás nuestro tiempo sea el menos generoso en aportaciones artísticas a este recinto.
Estos sedimentos acumulados a lo largo de 200 años, junto a unos árboles de noble porte y una privilegiada situación -junto a uno de los accesos al Casco Histórico- lo convierten en un recinto digno de ser visitado. Cecosam pretende en un plazo de unos tres años integrarlo aún más en la ciudad. El primer paso se dará en unos meses y consistirá en la apertura de una puerta en su muro occidental para facilitar el tránsito de quien desee atajar un buen puñado de metros. Esta experiencia se puso en marcha hace un tiempo en el cementerio de San Rafael y los vecinos de la zona lo utilizan para cruzar de una parte a otra.
Una vez que la empresa municipal haya rehabilitado las infraestructuras viarias en el interior del recinto, Cecosam tiene previsto intervenir en las esculturas funerarias de todo tipo que hay repartidas por el cementerio. De una parte están las capillas funerarias, donde destacan las del Cabildo de la Catedral, la de la marquesa de Conde-Salazar o los marqueses de Cabriñana; de otra, los innumerables panteones con ángeles implorantes, alados relojes de arena, fustes tronchados, búhos vigilantes, amén de los típicos cráneos y fémures en una iconografía funeraria de difícil interpretación para las generaciones actuales.
La reciente actuación de una escuela taller ha devuelto a este lugar el aspecto y el encanto romántico que le quitó el abandono acumulado durante décadas. Aparte de una limpieza en todos los rincones, el ajardinamiento de diversas zonas y la eliminación de barreras arquitectónicas han preparado este espacio para la visita, así como también para aguantar otros 200 años más.
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