religión | celebración del día del domund

En respuesta a la misión

  • Córdoba tiene repartidos en los cinco continentes a 175 misioneros, aunque la mayor parte de ellos se encuentran en países de América

  • Las misiones también cuentan con numerosas familias en destinos como Riga (Letonia)

La misionera Dolores Pérez Carrasquilla con un grupo de mujeres en Zimbabwe.

La misionera Dolores Pérez Carrasquilla con un grupo de mujeres en Zimbabwe. / reportaje gráfico: el día

En todo el mundo hay 175 misioneros cordobeses desarrollando su labor, de los 12.000 españoles que hay repartidos entre todos los continentes, según los datos facilitados por la Delegación de Medios del Obispado. El mayor grueso de ellos se encuentra en destinos en distintos países de América, un total de 101, mientras que el resto viven en países de la Unión Europea -37-, 24 en África, 11 en Asia y dos en Oceanía. Todos ellos celebran hoy la Jornada Mundial de las Misiones (Domund), que este año tiene como lema Cambia el mundo y por el que todas las colectas de las parroquias y donativos se destinarán a los territorios de misión.

Quizá el más conocido o mediático de todos los sacerdotes cordobeses que están de misión en el extranjero y que desarrollan esta labor es Juan José Aguirre, obispo de Bangassou en la República Centro Africana, pero hay otros. Por ejemplo, entre todos estos cordobeses se encuentra Dolores Pérez Carrasquilla. Nacida en Córdoba en 1946, en el barrio de Santa Marina, esta misionera pertenece a la congregación de Hijas del Calvario y ha pasado la mayor parte de su vida en Zimbabwe -un país del interior del sur de África; el mismo en el que se encuentran las famosas cataratas Victoria- y en el que sigue viviendo. Pero antes de marchar hasta África, Dolores dejó su Córdoba natal en los años 70 del pasado siglo, se fue hasta Burgos para hacer el noviciado y luego a Madrid. En 1975 se trasladó a Londres para aprender inglés durante un año y desde la capital británica dio el salto hasta Zimbabwe, donde permanece a sus 72 años ejerciendo como misionera, aunque ya con menos responsabilidades que a su llegada porque está jubilada. Su primer destino fue en la misión del Sagrado Corazón de Karyiangwe, en la Diócesis de Hwang. Allí permaneció 16 años como enfermera y matrona, en un espacio en el que "no había médicos", afirma. Tras su paso por este destino, se fue a otro, también en Zimbabwe, "donde Manos Unidas nos dio dinero para construir una clínica, la más bonita que hay en Zimbabwe". Su estancia en África se vio frenada durante un tiempo, ya que tuvo que regresar a España "a un servicio de cinco años como consejera provincial" de la orden, relata. Ese lustro pasó y de nuevo cogió el avión de regreso y voló hasta su querida África, donde la designaron consejera provincial y vicaria "y me pasé ocho años al servicio de las monjas". Ahora, subraya, "todas las hermanas de la congregación, unas cien, son todas locales, menos yo". Dolores sostiene que "Dios nos llama para hacer la misión en la vida". "A mí me ha dado la alegría; tengo la suerte de que me llamó para ser misionera y dar mi vida para los más pobres. Soy una mujer muy feliz", asegura y cuenta que ya ha dejado el trabajo en el ámbito sanitario porque se ha jubilado y que actualmente desarrolla su labor en un hogar de niños huérfanos que se llama Hogar del Amanecer. Allí la llaman banene, que significa abuela. Asegura que la vida que lleva "es muy normal porque estoy retirada de todas las actividades de pastoral y me dedico a estar con los niños, leerles la Biblia y contarles cuentos". "El SIDA ha hecho muchos estragos aquí y han quedado muchos niños huérfanos", describe, al tiempo que anota que "uno de los pequeños que tenemos llegó con seis meses y pesaba cuatro kilos; le puse el nombre de Rafael, como Dios manda. El pequeño ahora tiene dos años y medio y habla hasta un poco de español". Reitera que allí en Zimbabwe es "muy feliz y quiero que cada uno sea feliz en la vida y en la misión que Dios tiene, porque vida solo tenemos una y hay que gastarla para hacer el bien y ser felices". A pesar de que ha pasado más tiempo fuera de Córdoba que vivienda en su ciudad natal, no tiene reparos en asegurar que está enamorada de ella y alude a la parroquia de Santa Victoria, en el barrio del Naranjo, que les presta ayuda, al igual que otras instituciones como la Diputación o Manos Unidas.

Aunque no es cordobés de nacimiento, el padre Cirilo González -nació en Burgos- vivió en la capital durante varias décadas, pero lleva 24 años residiendo en Cuba. Aún así, recuerda su paso como capellán en el colegio Cervantes de la capital cordobesa, como profesor de la extinta Universidad Laboral durante siete años y también rememora su labor como sacerdote durante 13 años en el Sector Sur, cuando desde el Obispado de Córdoba les decían que allí "no había que hablar de Cristo, sino patear el barrio". Y es que, a su juicio, "la mejor misión es escuchar y estar con la gente". A sus 83 años, este dominico también cumple una misión allá, donde llegó en 1993. "Cuba me necesitaba", asegura a el Día.

Además de misioneros de carácter individual, la Iglesia también cuenta con familias misioneras y en Córdoba son muy numerosas las que un buen día deciden dar el paso. Una de ellas es la formada por Francisco Javier Cabrera y Esther Total, vecinos de Pozoblanco, que desde finales de 2015 residen en la ciudad de Bourges, en Francia, para lo que dejaron el trabajo, la casa, la familia y "todas nuestras comodidades", anotan. "Nos ofrecimos a la Iglesia para anunciar en cualquier parte del mundo el Evangelio y mostrar a los demás cómo el Señor nos ama", explica. Este matrimonio tiene cuatro hijos, el mayor tiene cinco años y el pequeño nueve meses. Cabrera reconoce que los niños "se dan cuenta de que viven lejos de sus abuelos, de sus tíos" y explica cómo es el día a día de su misión: "Vivimos en esta ciudad como cualquier familia; somos parte de una Misiso Ad Gentes -misión a los alejados- formada por seis familias". Asegura también que "lo más difícil de ser misionero se da en el momento en el que nos alejamos de Dios, que dejamos de rezar y quedamos de experimentar que Dios nos quiere". A pesar de la distancia con España, destaca que regresan dos o tres veces al año. Sostiene que entre el lugar en el que ahora residen y España "la diferencia no es tanta", aunque reconoce que allí sí encuentran "la falta de confianza de la gente". "Si no eres de su círculo intimísimo de amigos o familia no hay ningún tipo de relación, estrictamente la falsa amabilidad para representar que no hay problemas cuando por dentro pueden estar llenos de necesidades", detalla.

Otra de estas familias misioneras cordobesas es la formada por Francisco Javier García y Raquel Morales, que tienen siete hijos y ahora esperan el octavo. Su lugar de residencia desde hace un par de años es Riga (Letonia) y Francisco Javier confiesa que en sus planes de vida "jamás hubiera estado la idea de ser misioneros". "Es más bien la respuesta a una llamada del Señor", sostiene, al tiempo que alude a que ambos han nacido el seno de familias cristianas "que nos han transmitido la fe".

El joven explica también que la elección de destinos de misión para ellos no existe como tal, ya que "estás disponible para ir a cualquier parte del mundo". Aún así, ellos conocieron su destino cuando asistieron a la reunión mundial en Italia "donde se deciden los lugares; estábamos aproximadamente 30 familias y había necesidad como en 90 destinos distintos". Explica que "los nombres de los que se han ofrecido se meten en una y en otra cesta el nombre del destino ciudad o país, se saca un papel de cada cesta y sale una familia y una ciudad. Así, cada familia ya tiene un destino que acepta o no libre y gratuitamente para anunciar el Evangelio. A nosotros nos tocó Riga", indica.

Este matrimonio señala que su vida es como la de cualquier otra. "Nuestra vida es como la de cualquier otra familia. Un día cualquiera llevamos los niños al cole, vamos nuestros trabajos, vamos al parque, nos juntamos con los vecinos, hacemos la compra, etc. Pero siempre esta detrás la verdadera razón por la que estamos aquí", describe. Ellos también formar parte de la Missio Ad Gentes, cuya misión es "hacer presente el Evangelio y a Jesucristo allí donde no hay ninguna o escasa presencia de la Iglesia o fe católica a través de una comunidad cristiana", afirma. Y todo ello, tras pasar "las dificultades propias de un cambio de país tan radical, el idioma tan complicado como es el letón, el cambio de cultura, de comidas, de precariedad en todos los sentidos", indica, al tiempo que asegura que Letonia es "un país que ha sido constantemente invadido y ocupado a lo largo de su historia y también un pueblo que ha sufrido muchísimo". Ante la posibilidad de volver a España, reconoce que "nuestro hogar está de momento en Riga. Esta llamada a día de hoy sigue y vemos la necesidad por nosotros y por la misión de que de momento estemos aquí".

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