Córdoba

La reina de la saeta de Córdoba

  • María Josefa Zamorano Conocida como María La Talegona, ha sido una referencia para la Semana Santa de Córdoba y su huella artística y humana aún está presente en la ciudad

La reina de  la saeta de Córdoba

La reina de la saeta de Córdoba

María Josefa Zamorano Ruiz vino al mundo en agosto de 1909 en la antigua calle Mayor de San Lorenzo, hoy María Auxiliadora, según reza en su partida de nacimiento, del humilde matrimonio formado por su madre y maestra Rafaela Ruiz García y Antonio Zamorano Jurado, de profesión jornalero y empedrador.

Fue la cuarta y única niña de una familia gitana de seis hermanos. Su infancia transcurrió en San Lorenzo, en una casa de vecinos de la calle San Juan de Palomares en la que las habitaciones estaban separadas por cortinas; y en la que escucharía cantar a su madre, también saetera, que le inculcó el amor por el cante. La niña era muy tímida y no había manera de subirla a un escenario, y menos para cantar. Pero la llevó con tan sólo 14 años a un concurso de saetas en el que obtuvo el primer premio, consistente en 25 pesetas.

Conocida como La Talegona, por aquello de que la abuela materna de la niña tenía una huerta en el Jardín del Alpargate, donde sembraba algunas hortalizas que vendía por la ciudad echando las monedas que obtenía en una talega, haciéndola sonar, obteniendo así ese sobrenombre que pasaría de generación en generación.

En aquel barrio habitó hasta que, ya mayor, compró una casa en la calle Candelaria, en el barrio de San Pedro. Lo hizo con el dinero ganado en la compañía formada por José de Udaeta, bailarín, coreógrafo, concertista de castañuelas y su pareja de baile, la bailarina suiza Susanne Audeoud. Marchó con ellos a Barcelona, con los que representó una adaptación flamenca de La Celestina por toda Europa durante seis años a finales de los sesenta, en la que era la primera actriz, y de la que queda un disco que grabó junto a Enrique Morente. A su regreso a Córdoba representó La Celestina en el Alcázar de los Reyes Cristianos.

Compartió otro disco con Jesús Heredia y colaboraciones en grabaciones de saetas y cante cordobés. Fueron sus escasas incursiones profesionales en el flamenco. También sobresale su participación en la película Carmen la de Ronda y en el disco Antología de Cantaores Flamencos editado en 1960, en el que grabó alegrías de Córdoba, medias granaínas y verdiales y fandangos de Lucena.

Algunos de estos cantes le valdrían en 1965 el Premio Cayetano Muriel del cuarto Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, en el que sólo participó ese año. María tenía voz y conocimiento del cante, admiró a sus maestros Vallejo, Chacón y Cepero, pero no quiso hacer de ello su profesión. Volvió a su anterior trabajo de limpiadora del Cine Iris, en San Lorenzo, y del Palacio del Cine e Isabel la Católica, que eran propiedad de la empresa de salas de cine Cabrera, con la que trabajó hasta la jubilación.

Pero María no dejó de cantar. En los altares domésticos al llegar Semana Santa, en los balcones a las imágenes de Cristo y de la Virgen, en los patios o cuando la llamaban de alguna reunión privada en la Sociedad de Plateros o en Bodegas Campo para algún recital flamenco. Pero fue la saeta, que cantaba por carceleras, seguiriyas y otros palos, como también hacía la saeta antigua de Córdoba que aprendió de su madre, la que la encumbró entre el pueblo.

No faltó hasta su muerte las noches de Jueves Santo en el balcón del desaparecido Bar Ogallas en el Alpargate para cantar al Esparraguero, como también a Jesús Caído, al Santo sepulcro, la Virgen de los Dolores o el Cristo de la Misericordia. Precisamente, una saeta por carceleras cantada por ella al Crucificado de San Pedro en 1949 sirvió de inspiración a Pedro Gámez Laserna para la saetilla final de su magistral Saeta Cordobesa.

En el bolsillo, recuerda uno de sus sobrino-nietos, Rafael Aranda, solía llevar tiras de bacalao "para que no se le secara la boca", así como para conseguir que la voz se le pusiera "pastosa", según añade el crítico de flamenco Rafael Guerra. María La Talegona permaneció toda su vida soltera, aunque en su familia se mantiene la raíz flamenca de manera profesional en personas como su sobrino Manuel Aranda Talegón de Córdoba o su sobrina-nieta la bailaora Carmen Rivas La Talegona.

Su vida era la Semana Santa. Era un torrente de voz y sentimientos, pues rezaba cantando y llorando. Era tal la fuerza vital que padecía subidas la tensión que mediante el sangrado nasal se reconfortaba nuevamente. Su buena amiga Concepción Castro Muñoz, autora de letras flamencas, le proporcionó muchas de las saetas que La Talegona cantó.

Quienes la frecuentaban la describieron como una persona humilde, sencilla y cariñosa. Su vida estuvo repleta del aprecio de su familia y amistades y de cuantos la conocían. Con su cante conseguía emocionar, sobre todo durante la Semana Santa, cuando salía con esas saetas que para ella eran como si de un éxtasis espiritual se tratara, ya que en alguna ocasión comentó que la Virgen le había sonreído.

Un día de febrero del año 1991, la saeta de nuestra ciudad quedó huérfana. Tras su muerte a los 81 años, la ciudad le dedicó una calle en la barriada de Miralbaida y colocó una placa que la recuerda en la plaza del Cristo de Gracia, el Crucificado que, en un grabado, la acompaña en su lápida.

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