Cordobeses en la historia

El poeta de postguerra que renunció a la luna

  • Leopoldo de Luis dejó Córdoba a muy corta edad, fue adolescente en Valladolid, oficinista en la II República, escritor en el Madrid asediado y eterno poeta de la ciudad que le vio nacer.

UN joven Alfonso XIII reinaba en España, la Revolución Rusa de octubre traía nuevos aires y formas de entender la vida a una sociedad hasta entonces esclavizada, y el corazón de la vieja Europa seguía desangrándose en las consecuencias de la Primera Gran Guerra continental del XX. Mientras, en Córdoba, nacía el 11 de mayo de 1918 (Ricardo Senabre señala que fue en 1917), un niño llamado a convertirse en poeta y crítico literario de primer orden. Se llamó Leopoldo Urrutia de Luís. La estancia en esta ciudad, donde vio la luz y lloró por vez primera, fue breve. Muy poco tiempo después la familia marchó a Valladolid. En la ciudad castellana residió durante 17 años, y allí, para unos, estudió Magisterio. Para otros, se formó en esta disciplina de la docencia en Madrid, adonde arribó posteriormente y fijó su residencia. Era entonces capital de la II República y los también cordobeses Alcalá Zamora y Alejandro Lerroux sus máximos representantes. Allí, como Gloria Fuertes y tantos otros poetas libres e independientes, compaginó un trabajo como oficinista con el de colaborador en la prensa escrita. Para entonces, sus convicciones y su mente, abiertas a la libertad ya le habían acercado a Miguel Hernández, a quien conoció en 1935, según unos, o en mayo de 1936 en opinión de otros. Así, al año siguiente de la llegada de los jinetes apocalípticos a España, siguió leal al Gobierno Constitucional y escribía ya en el alicantino Nuestra Bandera, o en el madrileño La Hoja del Lunes. Fueron años en los que consolidó aquella amistad con el poeta de Orihuela, a la que unió la de León Felipe, y se inició en la de Vicente Aleixandre. Al mismo tiempo, y todavía con su primer apellido, Urrutia, en 1937 publicó el poemario Romance.

Una vez llegados los años de la victoria, que no la paz, su posicionamiento firme en favor del raciocinio y de las ideas expresadas sin trabas, le condujeron a prisión y a trabajos forzados durante 3 años. Ya libre, pero firmando como Leopoldo de Luis en un intento de esquivar la maquinaria represiva del poder, su nombre aparece con frecuencia como crítico en numerosas revistas literarias de la profundidad de Espadaña, Garcilaso, la cordobesa Cántico, Ínsula, Poesía Española o en la mítica Revista de Occidente de Ortega. Igualmente, y de manera definitiva y rotunda, irrumpe en el universo de la Poesía en 1946, año en que es publicada la que se considera su primera obra en ese campo, Alba del hijo (Madrid, Colección Mensajes), al que le seguiría, en 1948, Huésped de un tiempo sombrío (San Sebastián, Colección Norte), en 1949 Los imposibles pájaros (Madrid, Adonais) dedicado a su amigo Vicente Aleixandre.

El 23 de marzo de 1954 fallece su padre y aparece el poemario con ese nombre, El padre (Melilla, Colección Mirto y Laurel) dedicado a su memoria, con un recuerdo a su hermana y con versos tan desgarradores como "No te suelto. No puedes escaparte./Con toda el alma clavo en ti mi dentadura (…) Contra tu muerte pongo mi ciega mordedura, en claro homenaje o aliviado en la Elegía a Ramón Sijé de su amigo Hernández, al que adoró. En ese mismo año, también para el padre y escritos cuando aún vivía, aparece El árbol y otros poemas (Santander, Colección Trito hombre) en donde la infancia y su tiempo afloran magistralmente.

En 1964 el poeta, que siempre quiso ser considerado de postguerra, sigue sin disimular su compromiso con los más humildes y publica entre otros poemas de La luz a nuestro lado (Barcelona, Colección El Bardo) su conmovedor Renuncio a la luna en estos términos: El hambre, triste pie que pisa/ por el mundo. El dolor que a tanto ser acuna./ Mientras exista un niño sin pan y sin sonrisa/ yo renuncio a la Luna.

Entre otros premios, obtuvo el Pedro Salinas del Ateneo de México en 1952, el Nacional de Literatura en 1979, el Ausias March, el Francisco de Quevedo, el Internacional de Poesía Miguel Hernández, el Pablo Menassa de Lucía o el Nacional de las Letras Españolas en 2003.

Autor de 32 poemarios, recogidos en dos tomos por Visor, su venero poético no se secó ni se enturbió jamás, y en 2003 aparece su última obra, Cuaderno de San Bernardo (Almería, Fundación Valparaíso). Está dedicado a Maruja, siempre presente en su corazón y en sus versos, como la Córdoba de madre y sueño que quedó inédito. El poema a la Madre, ciudad… en la que se descalza para pisar tu barro primigenio,/ tus cimientos, tus ángeles/ escondidos tus genios, tus escombros/ de dioses derribados y fugaces."

Leopoldo de Luis fue nombrado Hijo Predilecto de Andalucía en 2004 y, en el mismo año, Córdoba le concedió la Medalla de Oro. Murió en Madrid, donde transcurrió casi la totalidad de su vida, un 20 de noviembre de 2005. Allí, en el distrito de Tetuán, perpetúan su memoria una plaza con su nombre y una estatua. Aquí nos dejó ráfagas de su presencia y un último recuerdo, entre el semáforo de Estudio Jiménez y la parada de Fuentes Guerra: un traje gris oscuro, un hombre alto y ágil, como las gacelas que tanto inspiraron a otros poetas cordobeses, y una sonrisa franca y limpia. Fue el primer y único abrazo, tierno, sincero, emotivo, antes de saltar al autobús y quedar enmarcado en la ventanilla, para siempre, diciendo adiós.

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