El poeta que cambió la toga por la sal de Málaga y la poesía de 'Cántico'
Cordobeses en la historia
José de Miguel Rivas creció en el entorno de San Francisco, estudió Derecho en Granada y Sevilla, abrió despacho en la calle Osario y se entregó a la poesía de 'Caracola' y 'Trassierra'
EN plena guerra con Marruecos y tras el Desastre de Annual, el tren expreso de Málaga llegaba a Córdoba con cuatro horas de retraso por el descarrilamiento de un mercancías en la estación de El Chorro en Álora. El incidente provocó la protesta de 15 militares del regimiento de Covadonga, empeñados en un tren especial a Madrid que el jefe de estación se negó a habilitar. Mientras, la fábrica de la Porcelana buscaba operarias mayores de 15 años y el caricato Fasman imitaba con maestría a Dora La Cordobesita, El Conde del Portillo o Agustín Fragero; su espectáculo en el Teatro Circo incluía médiums, pruebas de catalepsia e insensibilidad. Pero la noticia más destacada de aquel miércoles 14 de junio de 1922 era la próxima llegada de los rayos X al Hospital de Agudos, hoy convertido en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba.
Era el mismo día del nacimiento de José de Miguel Rivas en el entorno del Potro, el escenario que marcó y acogió su infancia. Los padres, Gabriel de Miguel Sanz y Concepción Rivas Salmoral, tenían su hogar en la calle San Francisco, lugar de nacimiento de los once hijos de la pareja: Concepción, Gabriel, Pascual, José, Dolores, Rafael, Mercedes, Manuel, Carmen, Joaquín y el más pequeño, Angelito. Su fallecimiento, a los seis meses de nacer, supuso la primera gran tragedia para José de Miguel: "Yo, que siempre fui un niño tímido y retraído, me recuerdo llorando en un rincón; no sé si horas o días".
Los primeros años del poeta fueron de estancias en la finca de Trassierra en donde pastaba el ganado que nutría el matadero de Alcolea, una industria familiar que desapareció con la tercera generación. Las salidas al paisaje -tan cantado luego por Pablo, Aumente o Ricardo- las compartía con el paseo por la calle Badanas a la escuela "amiga", de la mano de una de las sirvientas de su tía: "Entonces, cuando un matrimonio no tenía hijos, era frecuente que criaran a los de los hermanos; y yo me fui con mis tíos Manuel y Carmen, que tenían varias panaderías en Córdoba, una de ellas en El Portillo, en donde tenían también casa". Era el tiempo de las sillas de anea plagadas de chinches antes de la pronta entrada en los Salesianos y las visitas a Angelita Romero de Torres, su vecina, que lo preparó espiritualmente para su Primera Comunión. Ya sentía ese algo inexplicable de la poesía y, mucho antes de entrar en Cultura Española, llenaba los cuadernos de poemas en las largas estancias en casa, porque las salidas le eran restringidas. "Mi tía descubrió los cuadernos; un día se los estaba leyendo a unas amigas en casa. Pasé una vergüenza terrible". De Cultura Española, que acabaría siendo La Salle, rememora patios inmensos, partidos de fútbol y las primeras matrículas de honor. Ya se había decantado por los estudios de Filosofía y Letras; pero se vio estudiando Derecho por libre, pues la familia entendió que las letras no tenían futuro. Los exámenes en Sevilla y Granada no le impidieron licenciarse en cinco años y recién cumplidos los 20. Las matrículas de honor fueron entonces en Historia de la Filosofía y en Historia, disciplinas que nunca dejaría de cultivar.
Aquel niño criado con el mimo del hijo único de familia adinerada pasó por el servicio militar de los años 40 en los campamentos de Badajoz, cuando incluso los alféreces de complemento debían soportar el clima extremo de aquel trozo olvidado de España bajo la lona de una tienda canadiense. Tras dos años de milicias se dio de alta como abogado, abrió bufete y hoy ostenta el número 1 del Colegio como no ejerciente: "Mis padres me pusieron un despacho en la calle Osario 6, en donde vivíamos; hoy aquello se ha convertido en bloqueríos y pisitos de 30 metros. Me compraron los muebles y yo estaba allí, esperando y harto. No ejercí mucho, no me gustó nunca y entonces Córdoba era lo más aburrido". El momento coincidió con la explosión de vida y libertad en Torremolinos y la presencia allí de gentes diferentes. Al conocer aquel entonces barrio de Málaga, se preguntó: "¿Y yo voy a estar aquí metido?", y sin dominar el mundo de la construcción comenzó a edificar allí donde, en palabras de Rosa Luque, apenas si se oía el latido mortecino de una ciudad entumecida por la postguerra y otros demonios. Fue cuando le propuso a Pablo García Baena el ya mítico anticuario de El Baúl de La Nogalera, y durante veinte años vivieron desde allí la poesía junto a Bernabé Fernández-Canivell y el Grupo Caracola, que los acercó a Vicente Núñez. Luego, cuando el poeta se endilió en Aguilar, pasar a verlo camino de Málaga era quedarse entre versos y copas de vino.
Con la primera publicación en Caracola de unos versos casi arrebatados por Julio Aumente, rompió la timidez y vio la luz el poemario A orillas de la vida en 1983. Desde entonces, su incesante producción poética y sus trabajos como narrador y ensayista conforman una extensa e intensa bibliografía, traducida en parte al inglés, italiano y sobre todo al francés. Sus más recientes reconocimientos han llegado de la Asociación Andaluza de Críticos Literarios, y en su ciudad, del Ateneo de Córdoba o la Real Academia.
Cuando Torremolinos se convirtió en algo diferente, y después de haber recorrido todo el mundo salvo Australia, volvió a buscar aquí su hogar y la costa fue un lugar de visita: "Córdoba para mí lo es todo, mi familia, mis afectos. Antes venía aquí, y ahora, si tengo ocasión, voy a La Carihuela".
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