El pintor de la calle de la Feria, promotor de la academia de Murillo
Cordobeses en la historia
Juan Valdés Leal dejó su sello en Córdoba y Sevilla; ciudades que siguen disputándose la cuna de un pintor genial, y uno de los más representativos del Barroco andaluz



DE los orígenes asturianos de los padres de Juan Valdés Leal y de su nacimiento en esta ciudad se tiene noticia por una breve nota del autor de Paseos por Córdoba, quien bebe a su vez de Zúñiga. Ambos fechan su nacimiento en 1630 y aseguran que desde la infancia fue alumno de Antonio del Castillo. Otros lo consideran hispalense, hijo de un noble portugués y de una dama sevillana, de la que hereda el apellido, y los hay que apuestan por la condición de platero cordobés de su padre. Tampoco existe consenso sobre la fecha de este nacimiento, que pudo producirse en 1622. Hay coincidencia, sin embargo, respecto a los escasos datos que sobre su primera infancia y juventud se tienen y sobre su formación como pintor en Córdoba, con Antonio del Castillo en pleno apogeo artístico.
Sea como fuere, está presente en los anales y las antologías de los hijos de esta ciudad, en donde María Teresa Castellano Cuesta fecha el primer documento firmado por él en 1645, contando, pues, 22 años. "Muy joven" dice Ramírez de Arellano, casó "con Isabel de Carrasquilla, pintora de afición". Fruto de aquel enlace, que según la anterior biógrafa tuvo lugar en 1647, fueron sus hijas Luisa Rafaela y Eugenia, si bien el más conocido sería Lucas, nacido en 1661 y al que seguirían dos niñas más, María de la Concepción y Antonia Alfonsa, estos tres últimos nacidos ya cuando el pintor se había instalado en Sevilla, abandonando el taller de la calle de la Feria. Allí, tras unos años viviendo de encargos, no siempre suficientes, entabló contacto con el maestro Bartolomé Murillo, jugando un papel destacado en la apertura de la Academia del mismo nombre, que ayudó a instalar en la Casa de la Lonja sevillana. Cuando en 1660 se inauguró al fin la Academia de Murillo, fue nombrado mayordomo a las órdenes del pintor sevillano. Juan destacaba ya en el Barroco imperante con sus cuadros gloriosos, y otros de un realismo aterrador.
Mantuvo el cargo entre enero y noviembre de ese año, en que la hermandad hispalense de San Lucas lo designa su pintor oficial (o alcalde), cargo que abandona en 1663 para regresar como mayordomo. En este punto, coinciden las fechas de sus biógrafos, aportando el cronista cordobés que dejó de ser mayordomo "por su mal carácter". Otros autores como Ceán Bermúdez hacen referencia a ello: "El prudente Murillo tuvo que sufrir la dureza de su genio y la envidia de que estaba poseído, pues celebrando con blandura y oportunidad las obras que pintaba Valdés cortaba los choques que cada día había entre los dos". Una de esas "celebraciones" del maestro sevillano se produjo al ver unos cuadros representando varios cuerpos en estado de putrefacción; tras la sorpresa, don Bartolomé opinó que le parecía tan real que hacía falta taparse la nariz con las manos para verlos, y Valdés respiró aliviado y satisfecho.
En 1663 es nombrado presidente de la Academia sustituyendo a Murillo, cargo al que renunció él mismo en 1666. En ese año fecha María Teresa Castellano Cuesta su regreso a Córdoba, al referirse a los últimos años de Antonio del Castillo, con quien debía tener una estrecha amistad (¿su maestro?), y a quien Juan alegró esos días, animándolo a emprender un viaje a Sevilla para conocer las obras de Murillo poco antes de morir ese mismo año.
El hijo, Lucas Valdés, siguió los pasos de Juan, si bien se considera que la obra es menos meritoria que la del padre y tiene el sello de la escuela sevillana. Sensibilidad y maestría cristalizaron asimismo en una de las hijas, maestra en el convento del Cister: María de la Concepción.
En la iglesia cordobesa de San Francisco, Juan Valdés Leal dejó un cuadro representando a San Andrés y, en 1658 pintó una de sus mejores muestras: un total de once cuadros para el retablo mayor de la iglesia de los carmelitas de Puerta Nueva. Presidido por el magnífico lienzo de Elías sobre el carro de fuego y recientemente restaurado, hoy es una de las joyas más valiosas que de él conserva el patrimonio religioso local. Pero una de sus obras más conocidas y admiradas es la famosa Virgen de los Plateros que alberga el Museo de Bellas Artes cordobés.
En la Zapatería Vieja, junto a la plaza de Los Abades, hubo otro Cristo obra suya, tan admirado como venerado al que le pusieron el nombre de la calle. El cuadro fue recogido al parecer por un vecino cuando destruyeron los múltiples altarillos-guía (sólo se salvó el de la calle Lineros), a mediados de mil ochocientos. Frente a esta imagen de Valdés Leal, se produjo una anécdota en la Semana Santa de Córdoba que perdura en la memoria de los vecinos del barrio de la Catedral y recoge así Teodomiro: "…ante la expresada efigie estaban cantando varias personas y una joven, queriéndola echar de fina, cantó la siguiente saeta: Ya sube al monte Sidón/ la hermosísima Marida/ a cumplir la profesida/ que le anunció Simedón" (sic).
Dice el cronista cordobés que el regreso a Córdoba se produjo en 1672; pero la estancia se interrumpió dos años después, cuando marcha a Madrid, ciudad en la que permaneció hasta el 14 de octubre de 1691 en que fallece, aquejado desde hacía un año, de "un ataque de perlesía".
Pero parecen más fiables las fuentes que fechan la redacción de su testamento el 9 de octubre de 1690 y su entierro, en Sevilla, donde dejó una obra ingente, el 15 de octubre de ese mismo año.
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