Cordobeses en la historia

El pintor de 'Cántico' y la calleja de La Hoguera

  • Miguel del Moral Gómez nació junto a San Miguel, se impregnó de toda la belleza de Madrid, Italia y Holanda y la plasmó en un estilo peculiar con denominación de origen cordobesa

BAJO la vivienda familiar de la calle Marqués del Boil, tenía Miguel Gómez el restaurante que llevó su nombre hasta los años cincuenta. Allí entró a trabajar Francisco, el joven camarero que se ennovió con su niña y, a duras penas, tuvo que aceptar como yerno. Francisco del Moral y Ana Gómez se fueron a vivir a la plaza de San Miguel, en donde fueron naciendo Ana, Miguel y Francisco. El segundo de ellos, vino al mundo un 17 de abril de 1917, aunque en su gusto por quitarse años, cambiara su fecha de nacimiento por la de su hermano Paco (1920).

Francisco y Miguel del Moral, crecieron cerca de El Pisto, El Abuelo o El Góngora, cuando las tabernas olían a vino de Montilla y los barrios populares lucían los tonos almagra que aún conserva el entorno de aquel templo en que fueron bautizados. Estudiaron juntos en los Salesianos, hasta que Miguel se decantó claramente por las artes y pasó a la Escuela de Artes y Oficios de la calle Agustín Moreno, conocida entonces por la del Sol. En aquellos años adolescentes entró en contacto con los grandes artistas de finales de los años veinte, incluidos los Romero de Torres, de cuyas visitas a la casa familiar se conserva alguna foto en sepia.

A principios de la década de los treinta, el alumno destacaba por la originalidad de sus personales trazos, que le valdrían el sobrenombre del Zurbarán cordobés. En su ciudad pequeña y provinciana, del Moral compartía, y aún no departía, con otros amantes de la plástica y la palabra, como Liébana o García Baena.

Cuenta el Antiguo muchacho, que los dos eran casi niños cuando se cruzaban con un Miguel adolescente y el dibujante de los ángeles, susurraba: "Es un pintor, es un pintor". Así eran las cosas, el fatídico sábado de julio de 1936. Mientras Pablo y Ginés jugaban en casa de este último, la familia del Moral preparaba el traslado a su nueva vivienda, junto a los cuarteles de la avenida de Medina Azahara. Todo se interrumpió con el sonido de un cañonazo en la puerta de la plaza de Los Tejares, también la carrera de Miguel, ahora en el Frente de Extremadura.

Al regreso, la familia había abandonado San Miguel, para vivir junto a la Veterinaria, primero en Ximénez de Quesada y en Virrey Caballero Góngora luego. Corría el año 1947; había contactado con los jóvenes creadores de Cántico y desde el primer número hasta 1949 y en la segunda etapa, la revista se ilustraría con sus ángeles, los niños campesinos, las damas, los príncipes y los abrazos. Hojas de Poesía que conservan también la firma del siempre joven maestro Liébana, junto a los versos de Pablo y Juan Bernier; de Ricardo Molina y Julio Aumente; de Jacobo Meléndez y Gerardo Diego y Carmen Conde, Rafael Montesinos o Mario.

Consolidado ya como dibujante y pintor, su peculiar sentido de la estética y su extrema sensibilidad, habían cristalizado en otras formas de expresión artística que le llevan a experimentar, con acierto y éxito, en la escultura y la cerámica. Pero sería su vertiente de ilustrador la que le permitió sustentarse en Madrid y completar su formación en el Círculo de Bellas Artes, en tanto colabora en El Español o La Estafeta Literaria, entre otras.

En los museos de aquella ciudad se apasiona con sus clásicos, mientras sigue creciendo en la peculiar forma de destilar y expresar una obra que obtiene entonces dos primeros premios, ambos de gran alcance: el del Círculo de Bellas Artes y el de la Exposición Hispano Americana de Arte Taurino. Era el año 1951; en el siguiente se marcha a París; en el 53 regresa a Córdoba y expone en ella por vez primera, recibiendo el primer premio de su ciudad en el 54 otorgado por la Diputación Provincial. Al llegar el año 1955 viaja a la ineludible Italia, de honda huella en la trayectoria del pintor -según sus biógrafos y críticos- y se producen las estancias en Austria, Yugoslavia y Hungría, antes de instalar definitivamente su estudio en la calleja de la Hoguera, cuya plazuela lleva hoy su nombre.

Nos dejó una Verónica con el sello único de sus sanguinas y sus lienzos, y el Cristo del Remedio de Ánimas, rescatado y restaurado. En 1997 tuvo lugar la cuarta y última exposición en su ciudad, la que le aliviaba y le hería; la que paseaba contando a quién quisiera escuchar la última barrabasada urbanística, las demoliciones de sillares, la invasión de los carteles y tenderetes de su barrio, rebautizado por él como el de La Jodería. De ella rescató la columna que puso en la fachada de su estudio y que reza: "SOY DE DOM LVIS DE GONGORA ANNO DNI 1627". La había salvado de los escombros de la plaza de Las Bulas, la de "las bellaquerías" y las "tortas de manteca" de Góngora.

Agonizaban las inolvidables noches buenas con los poetas en torno a su Belén. Coincidiendo con el 81 aniversario de su nacimiento, un pequeño accidente le complicó su diabetes. Tras una corta estancia hospitalaria, en la que no dejó de pintar, murió el 29 de abril de 1998, reivindicando el Cervantes para Pablo. Le despidieron en La Trinidad y lo enterraron en el panteón familiar de La Salud. Su sobrina Ana María colocó su cuadro inconcluso en el caballete de su estudio de La Hoguera, un museo extraoficial que ella mantiene limpio, intacto y vivo; como el patio, las flores, la memoria y la obra del otro gran pintor de Cántico.

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