Mujeres singulares de Córdoba

Pilar Chofles Miranda, el ángel de los niños abandonados

  • Su modestia y dificultades no le impidieron volcarse en la educación y cuidado de los menores desamparados de Córdoba, a los que siempre trató como a sus hijos

El barrio del Realejo siempre ha reconocido los valores humanos de Pilar Chofles.

El barrio del Realejo siempre ha reconocido los valores humanos de Pilar Chofles. / El Día

Nació el 30 de noviembre de 1918 en La Carlota, en el seno de una familia humilde, cuarta hija de un matrimonio campesino de doce hijos. Comentó alguna vez que la confirmaron siete veces los misioneros en su pueblo, tantas como ella se puso en la cola para conseguir el bollo de pan que daban a cada niño. Pronto se instala su familia en el Cerro de la Golondrina, donde transcurre su juventud, rodeada de familias de piconeros y de niños traviesos. Vivió también en la calle Escañuela del barrio de San Lorenzo.

No se casó, tuvo un novio y a punto de contraer nupcias –ya tenía hasta el vestido de novia–, su pretendiente la dejó. Los avatares de la vida la llevaron a convertirse en madre soltera de dos hijos, Pilar y Salvador, a los que sacó adelante con mucho trabajo, limpiando casas ajenas, en una época hostil para todo el que se saliera de los cánones. Luego se mudó al número 57 de la calle Almonas, junto a la pensión El Carmen.

Un día llegaron a ella varias furgonetas cargadas de muchachas jóvenes, que venían a Córdoba a buscarse la vida. Para su sorpresa, algunas de sus huéspedes, extranjeras, propusieron a Pilar atender a sus hijos mientras ellas trabajaban, a cambio de pagarle su manutención. Así comenzó a cuidar niños. Le pagaban a 10 reales de la época. Y al poco tiempo las madres no solo se olvidaron de pagar, sino hasta de sus propios retoños. Se esfumaron sin más. Y Pilar se encontró con cinco hijos más, que para ella fueron tan carne de su carne como los dos primeros, unidos a sus hermanos postizos por el cariño que la madre les inculcó.

Entonces todos los vecinos se volcaron con Pilar y le llevaban comida para los niños. Más de 100 niños, abandonados o semiabandonados por sus familias, cuidó y educó Pilar a lo largo de su vida. Siempre la han ayudado, unas veces los plateros que se reunían en un bar de la calle Almonas, otros, le llevaban sacos de garbanzos y la panadería La Catalana le daba todo el pan que necesitaba. También le ayudó mucho la señora de la Plaza de la Magdalena, Pepita Aguilar Fernández, mujer generosa con todos los necesitados del barrio, y la familia Altolaguirre, famosos médicos de Córdoba, que ayudaron a que su hija estudiara en las Francesas.

Hay que señalar también la extraordinaria ayuda que le prestó Ramón Cañete, un pediatra que le proporcionaba medicinas para los niños y que los visitaba cuando caían enfermos, a cualquier hora del día o de la noche. Otro vecino, Fernando García, le facilitaba dinero para comprar ropa y comida a los niños e invitaba a la familia de Pilar Chofles a la piscina de su casa. Conservó años los barreños grandes donde lavaba a los menores y la ropa de los cochecitos recién comprados, tenía cinco cunas completas y sus vecinas colaboraban con ella dando biberones.

Una vez, por mediación del párroco de San Andrés, le pidieron un niño para una adopción, a lo que Pilar se negó tajantemente: “Ni al Gobernador, ni al Rey, que vinieran. Yo uno de mis niños solo se lo doy a su madre biológica”.

Alta y espigada, de largo pelo negro, de potente carácter y una vitalidad extraordinaria, intentó llevar una vida discreta

Muchos años después, cuando su casa de vecinos ya estaba en ruinas, el mismo dueño le facilitó una vivienda en la calle Mancera, junto al Realejo. Allí la televisión descubrió a esta “madre coraje” y le llegaron reconocimientos en cascada que ella misma frenó por no remover el pasado de sus hijos. Recordaba con emoción cuando la periodista Consuelo Berlanga, la invitó al programa de TV Senderos de Gloria y su hijo y su nuera la llevaron a Sevilla. Allí, la agasajaron y le hicieron una fiesta entre todos los periodistas y los artistas invitados.

Siempre comentó su buena suerte cuando hablaba de sus dos hijos –Pilar y Salvador, “me han salido muy buenos, muy educados y todos me han hecho la primera comunión”–. Fue distinguida con un premio Patrimonio Humano en el 2006. Varios colectivos pidieron la Medalla de Córdoba para esta brava mujer, aunque ese galardón nunca llegó. Mujer generosa, ha sido un vivo ejemplo de luchadora en unos tiempos en los que la miseria, económica y humana, causaba estragos entre las familias más pobres. Su hermano era Luis Chofles, cantaor flamenco, y la estirpe flamenca ha seguido en un nieto de esta mujer, José Chofles, bailaor.

Alta y espigada, de largo pelo negro, de potente carácter y una vitalidad extraordinaria, intentó llevar una vida discreta, siempre a lo suyo, que era hacer el bien sin mirar a quién; se las ingenió con simpatía hacia todo el mundo y un enorme amor a los suyos, para hacer a diario el milagro del pan y los peces hasta casi el final de su larga vida. Con el paso de los años y sus problemas llegó a hacerse tan popular y querida en su barrio, el Realejo, que su funeral se convirtió en un duelo colectivo como pocos se recuerdan.

Murió a los 99 años, en 2018, tras sobrevivir a un cáncer y otras enfermedades a las que se negaba a dar importancia. “Nunca he sido llorona, ni pedigüeña”, frase reveladora del carácter indomable de esta mujer. La Asociación de Mujeres de Pilar Chofles se fundó en 2006 por mujeres de la Asociación de Vecinos San Bartolomé. Son voluntarias habituales del centro de discapacitados de la calle Candelaria.

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