Trasplante cardíaco

La oportunidad de seguir viviendo

  • Vanessa Aguilera, Loli Cabrera y Gema Barrera han pasado por la difícil experiencia de ser trasplantadas de corazón y han vivido el duro proceso de la asimilación del órgano

Vanessa Aguilera ya ha vivido por dos corazones y ahora lo hace por un tercero que los profesionales del Hospital Reina Sofía le trasplantaron el 7 de febrero de 2017. A los 16 años le diagnosticaron una miocardiopatía dilatada de origen desconocido -los médicos la achacan a un virus- ya que esta joven nació sin problemas congénitos. "La enfermedad llegó de la noche a la mañana" y Vanessa empezó a estar hinchada, tener ahogos y no podía hacer ningún esfuerzo e incluso tuvo que dejar de estudiar. "Mi vida era de la cama al sofá y del sofá a la cama", explica.

A esta joven de Alcalá la Real (Jaén) la trataban en el Hospital Virgen de las Nieves pero por el empeoramiento de su estado de salud la derivaron al Reina Sofía. "Estuve un periodo grande en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), hasta que me pudieron estabilizar, y ahí fue cuando escuché hablar por primera vez del trasplante", indica. El primer corazón llegó en marzo de 2005, cuando tenía 17 años. Curiosamente, dos años antes había estado en Los Pirineos practicando actividades en la naturaleza, es decir, "mi vida era totalmente normal".

Ahora valoro más lo que tengo e inculco a mis hijos valores que antes no veía", apunta Loli

Mientras esperaba ese trasplante "era un ir y venir de casa al hospital" y justo en un permiso de tres días, cuando se encontraba en su pueblo, la llamaron porque había un posible órgano que fue para ella. Después de la intervención "lo llevé mal, estuve mucho tiempo con sentimiento de culpa porque tienes en la conciencia que una persona ha muerto para que tú puedas vivir y eso me pesaba mucho". Con el paso del tiempo, Vanessa se recuperó "bastante bien" y "quité mi angustia dando gracias al donante".

Recuperó su vida y "estuve un periodo de tiempo muy bien" hasta que en 2007 tuvo un rechazo importante que no fue fácil de detectar y dañó el órgano. A pesar de ello, "estuve mucho tiempo bien", hasta 2014, cuando comenzó a sentirse mal. Intentaron controlarla con medicación pero "mis médicos me propusieron de nuevo para la lista de espera del trasplante y caí en una depresión porque tenía una vida hecha, estaba casada, tenía mi casa y mi trabajo y sentía que todo se desmoronaba de nuevo para volver a construirlo". En esos momentos "me faltaba ánimo y fuerza porque pensé que con el primer trasplante se acababa el sufrimiento y me di cuenta de que no; aquello me sirvió para madurar", señala esta joven.

El corazón de Vanessa tardó dos años en llegar, un tiempo que fue "destructivo, iba de mal en peor, estaba prácticamente siempre ingresada y tenía muchos problemas de salud", a lo que tampoco ayudaba su vida personal ya que en ese periodo se divorció. "Ahora pienso que es lo mínimo que me ha podido pasar pero fueron años duros", asevera.

El 7 de febrero de 2017 estaba en casa de sus padres cuando recibió la llamada para el trasplante: "la primera vez lloré amargamente porque no quería pero esta vez cuando mi madre me dio la noticia daba saltos de alegría". La operación fue difícil y la recuperación complicada pero una vez que salí de la UCI "no he tenido ningún problema, este órgano parece ser que es más compatible que el primero pero eso no quita el que yo esté igual de agradecida a mi primer donante porque sin él no hubiera estado viva para recibir el segundo ni llevar la vida tan agradable que llevo". "He sufrido y he tenido momentos en los que he tenido que pelear mucho desde muy joven pero aún así merece la pena", señala. Ahora tiene una vida "plena" y anima a la donación porque "dentro de una muerte injusta, lo único que puede hacerla más liviana es el donar los órganos porque permite seguir estando vivo en otra persona; ahora me doy cuenta de que las personas receptoras somos las que les damos la oportunidad de seguir viviendo en nosotros y por nosotros", asegura.

Loli Cabrera también ha pasado por el duro proceso de la asimilación después del trasplante. Ella llegó al Reina Sofía procedente de Cueva de San Marcos (Málaga) por un problema de corazón que "al parecer venía derivado de una operación de anginas que me hicieron con tres años" por la que tuvo fiebres reumáticas pero que no tuvo consecuencias hasta los 22, cuando sufrió un síncope y le detectaron una miocardiopatía hipertrófica.

Durante 21 años estuvo medicándose e incluso ha tenido tres hijos pero en 2008 empezó con arritmias que fueron a peor. En diciembre ingresó en el Reina Sofía para que la practicaran unas cardioversiones (procedimiento médico que restaura un ritmo cardíaco normal) pero su corazón estaba tan debilitado que no podía aguantarlo, por lo que entró en lista de espera para un trasplante.

Antes de llegar a Córdoba estuvo 15 días en la UCI en Antequera pero su intensivista -que había hecho la residencia con el doctor Robles- la derivó al Reina Sofía: "Fue una gran suerte porque este hospital es mi hogar, me siento con ellos como una familia", indica. Cuando llegó al centro cordobés y a la espera del trasplante entró en código cero, "me morí", asevera, y "si el corazón llega a tardar una hora más, ya no estaría aquí porque se estaban parando el resto de órganos". Fue el 22 de diciembre de 2008, tenía 43 años y "me tocó la lotería porque llegó un órgano que es súper compatible conmigo, no he tenido ningún rechazo". "Doy gracias todos los días a mi donante", añade.

En principio, cuando los doctores le plantearon el tema del trasplante se lo tomó "muy mal". Loli es católica y rezaba todos los días "pero no podía rezar porque me llegara un órgano porque era como quitarle la vida a alguien para devolvérmela a mí cuando en realidad la enferma era yo; sin embargo al hablar con médicos y psicólogos te hacen ver que tú no has matado a nadie pero durante un año después del trasplante estuve psicológicamente regular". Loli tenía "la necesidad de saber quién era mi donante, de dónde procedía, de conocer a los familiares; es algo que te pide el cuerpo", agrega.

En su casa nunca se había hablado de donación pero a raíz de su experiencia "sigo sensibilizando a la gente para que se haga donante, por lo menos para que se hable de ello". Su vida ha cambiado totalmente: "ahora valoro mucho más lo que tengo, dedico tiempo para mí e inculco a mis hijos muchos valores que antes no veía", concluye.

Gema Barrera también comparte un corazón que refleja la solidaridad de una familia que donó los órganos de un ser querido en el que probablemente fuera el momento más difícil de sus vidas. El 10 de abril de 2004, "imposible olvidar esa fecha", empezó a sentirse muy mal. Aunque es de Puertollano (Ciudad Real), vivía en Almedinilla y la llevaron al hospital de Cabra, donde le diagnosticaron una angina de pecho. Estuvo 15 días ingresada pero le dieron el alta y el 5 de mayo le volvió a repetir cuando estaba en su pueblo. La derivaron a Ciudad Real, donde tuvo una parada cardiaca y en helicóptero la llevaron a la Fundación Jiménez Díaz de Madrid. "Los médicos no sabían por qué se producían las taquicardias ventriculares que sufría y me pusieron un DAI (desfibrilador interno)", explica.

A los diez años de que su problema saliera a la luz le implantaron un desfibrilador tricameral para ayudar a funcionar su corazón pero no funcionaba ya que las taquicardias continuaban, incluso le daban durmiendo.

En 2015 los médicos le dijeron que "ya estaba próximo el trasplante" debido a su empeoramiento a pesar de que "yo nunca he tenido la sensación de estar enferma, de hecho aprobé mis oposiciones, he dado clase en institutos, he sido guía turística... La enfermedad nunca me ha coartado y por eso creo que he alargado tanto el trasplante".

Con el paso del tiempo su corazón se iba dilatando (perdía capacidad de bombeo) y el 24 de mayo de 2017, cuando iba a coger un tren con destino Puertollano, perdió el conocimiento en la estación y la trasladaron al Reina Sofía. Estuvo ingresada cinco días pero le dieron el alta. La enfermedad había evolucionado mucho y "de pensar que tenía que salir a la calle me entraban sudores porque me encontraba fatal".

Volvió a ingresar y en junio del pasado año entró en lista de espera para un trasplante. "Cuando te lo dicen te quedas un poco impactada pero pensándolo ves que es la única solución; es eso o morirse", señala Gema. Hasta que la intervinieron tuvo dos llamadas; una el 21 de julio y la otra el 4 de agosto pero los corazones no eran válidos. El 31 de agosto por fin llegó el suyo. La operación fue muy bien pero el anticoagulante que tomaba no hizo efecto y a las dos horas de la operación tuvo que volver a quirófano porque se desangraba. "Entré en coma, tuve pancreatitis aguda y se me pararon los riñones pero el corazón iba para adelante y si el corazón va para adelante, tú vas para delante, lo demás son daños colaterales", manifiesta Gema.

Tuvo que aprender a caminar de nuevo "y te dicen que tienes que salir a andar todos los días". Ella se lo ha tomado tan en serio que ya va por 20 kilómetros, "preparándome para hacer el Camino de Santiago, que era uno de mis objetivos cuando me trasplantaran".

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