Una oportunidad de oro para salir de la espiral
El Córdoba CF ha vivido en los últimos 25 años con el anhelo de alcanzar una élite que solo saboreó de manera efímera, mientras que la entidad sufría los desmanes de presidentes ahora condenados por su gestión, hasta la llegada de una propiedad impersonal que, curiosamente, ha devuelto la estabilidad
Especial 25 años de El Día de Córdoba
Cuando el 19 de noviembre del año 2000 El Día de Córdoba llevaba a los quioscos su número fundacional, el club deportivo más representativo de la ciudad y la provincia –el Córdoba CF– vivía las horas previas de su partido ante el Extremadura en El Arcángel. Aquel duelo, que el cuadro blanquiverde ganó por 2-0 con goles de Óscar Ventaja y Alfonso Espejo, permitió al equipo colocarse en la tercera plaza en Segunda División y desatar la ilusión por un ascenso que, para sorpresa de nadie, terminaría esfumándose por la vía rápida. Y es que, en sus primeros pasos, a este periódico le costó casi dos meses volver a contar una victoria del conjunto cordobesista.
El arranque de esta historia compartida entre El Día de Córdoba y el Córdoba CF sirve como ejemplo perfecto para ilustrar lo que han sido los últimos 25 años en una entidad que ha vivido obsesionada con alcanzar una élite a la que tardó mucho en acercarse y que, una vez que logró tocarla con la yema de los dedos, la dejó escapar de la manera más triste para dar los primeros pasos hacia la etapa más oscura que se recuerda en El Arcángel.
En el cuarto de siglo que esta publicación conmemora, el Córdoba CF se ha empeñado en llevarle la contraria a su propio mundo. El siglo XXI marcó un punto de inflexión en el fútbol español, refugio de presidentes excéntricos que derrocharon auténticas millonadas hasta llevar a sus entidades al borde la quiebra, pero el conjunto cordobesista se empeñó en vivir siempre por debajo de sus posibilidades. Y no fue por falta de dinero, más bien por la mediocridad de sus dirigentes o, mejor dicho, los intereses bastardos que les movieron a sentarse en la poltrona del desgastado palco de El Arcángel.
Solo así se explica que el equipo de fútbol de una de las 15 ciudades más pobladas de España solo haya pisado la Primera División una temporada en los últimos 25 años, dicho sea de paso, para firmar uno de los ridículos más espantosos que se recuerdan en el fútbol español. Dejando de lado aquel curso 2014-15 en el que la ilusión de verse en la mejor liga del mundo apenas duró unos meses, el Córdoba CF ha pasado la mayor parte del último cuarto de siglo en Segunda División (18 temporadas contando la que ahora disputa), llegando incluso a caer a Segunda División B en cuatro ejercicios, antes de vivir el momento deportivo más bajo de su historia reciente con aquel efímero y revitalizante paso por la Segunda RFEF, que fue el germen del último ascenso al fútbol profesional –sellado aquel inolvidable 24 de junio de 2024– tras dos campañas en la entonces novedosa Primera Federación.
El negocio del palco
Esa modesta y errática trayectoria deportiva del Córdoba CF se explica en gran parte por la caótica y desordenada gestión que la institución ha sufrido en las últimas tres décadas. El club abrazó la llegada al fútbol de las Sociedades Anónimas Deportivas de la mano del conocido constructor y empresario Rafael Gómez (uno de los rostros más reconocidos de la España del pelotazo inmobiliario y la corrupción urbanística), para pasar después a formar parte del entramado empresarial de Prasa, en una época de oportunidades perdidas para haber consolidado a la entidad en el profesionalismo y que sembró la semilla de lo que estaba por llegar.
Porque, en 2011, con las constructoras asfixiadas por el estallido de la burbuja inmobiliaria y el fútbol perdiendo el atractivo que había supuesto para estas sociedades, el Córdoba CF fue a parar a a manos de Carlos González, el propietario y presidente que mantiene el honor de haber sido el último en conducir al club a la Primera División, así como el oprobio de haber protagonizado algunos de los episodios más tristes de la historia reciente de la entidad. Todo ello bajo una gestión dirigida al enriquecimiento personal que recientemente ha recibido el pertinente castigo judicial.
El punto de inflexión
Con todo, y aunque cueste creerlo, lo peor estaba por llegar. En 2018, y tras exprimir el limón hasta que ya no quedase ni una gota de zumo, González dejó el Córdoba CF en manos de Jesús León, un propietario que en apenas año y medio fue capaz de coleccionar tal cantidad de delitos en su afán de saquear en beneficio propio el patrimonio del club que terminaría su etapa en El Arcángel siendo detenido tras una intervención de la Guardia Civil. Sucesos que ocupan un lugar privilegiado en la historia negra de la institución.
Con el equipo viviendo un momento deprimente en lo deportivo (anclado en Segunda División B) y la institución al borde del colapso económico que le hubiera llevado a la total desaparición, el Córdoba CF logró abrir una ventana a la esperanza hasta entonces inexplorada. La última pirueta de una entidad anclada en la convulsión permanente llegó de la mano de Infinity, un grupo inversor con sede en Bahréin, que adquirió la unidad productiva del club para lograr darle continuidad mercantil, jurídica y deportiva a una institución necesitada de un reseteo completo.
Por primera vez, la propiedad del Córdoba CF traspasó las fronteras nacionales para en el nuevo fútbol, manejado cada vez más por grandes fondos de inversión de los que poco o nada se conoce, más allá de su intención de invertir con decisión, siempre en la búsqueda de un retorno que en El Arcángel otros quisieron encontrar antes incluso de haber abierto su cartera.
Seis años después de una operación que desde diversos sectores se trató de desbaratar –muchas veces bajo el rancio argumento de que el club tenía que estar en manos de cordobeses–, el Córdoba CF ha vuelto a la casilla de salida, encontrándose ante una oportunidad de oro para abandonar la espiral sin fin en la que había vivido en las dos décadas anteriores. Aunque sigue lejos del ideal, casi siempre por esa falta de transparencia casi endémica en El Arcángel, el Córdoba CF cuenta ahora con una gestión profesional que ha dotado de sentido al proyecto de la entidad y que invita al optimismo desde el ámbito deportivo.
Aunque le costó arrancar en el inicio de este nuevo camino, el Córdoba CF y su masa social demostraron que cuando la estabilidad alcanza todos los estamentos del club hasta una temporada en Segunda Federación puede resultar gratificante y conciliadora. Aquel rápido ascenso de la temporada 2021-22 fue un primer paso para que tras dos cursos en Primera Federación la entidad blanquiverde recuperase un sitio en La Liga, donde ahora trata de asentarse de manera sólida para volver a mirar a medio plazo a la élite. Ese objetivo se mira ahora más como una meta que alcanzar a través de una adecuada gestión y no desde la enfermiza obsesión que muchas veces lastró a la institución.
Consecuentemente, desde la estabilidad y serenidad institucional, en el último lustro el Córdoba CF ha sido capaz de alcanzar objetivos que parecían imposibles en las dos décadas anteriores. El club cuenta en la actualidad con la mayor masa social de su historia (17.370 abonados), ha logrado consolidar una identidad deportiva de la mano de Iván Ania –el primer técnico en 50 años capaz de estirar su etapa en el banquillo de El Arcángel más de dos temporadas– y poco a poco se va cargando de argumentos para que volver a ilusionarse con alcanzar la élite no sea el sueño efímero e irreal de los últimos 25 años.