La novicia de Santa Inés amante de Juan de Vargas
Cordobeses en la historia
Elvira de Bañuelos nació entre las sedas de un linaje venido a menos, se negó a ser moneda de cambio, huyó del patriarcado y la norma, y murió en el siglo XVI por amar, como en el XXI
LA historia de Elvira de Bañuelos, en torno a San Miguel, debió transcurrir paralela a los juegos de Luis de Góngora junto a la capilla de San Bartolomé. Ambos personajes coincidieron en la Córdoba de mediados del siglo XVI, la del segundo de los reyes llamado Felipe en la capital del Reino, el monarca de la limpieza de sangre.
A esta ciudad, repartida entre los nobles y el clero, llegó una familia procedente de Burgos que cumplía ambos requisitos. Antonio de Bañuelos, recién elegido canónigo de la Catedral, y su hermano Luis, que pronto alcanzaría título de noble al casar con la futura marquesa de Valdeflores. Los dos personajes reales engendrarían dos hijos, Fernando y Alfonso, recogidos en los anales de Córdoba; y una hija, Elvira, que -aunque relegada a la leyenda- nació, creció, amó y fue asesinada en Córdoba.
Tras la muerte de Luis de Bañuelos y de su esposa, el hijo mayor, Fernando, heredó el patriarcado y una hacienda descalabrada, que quiso curar entregando a su hermana Elvira en matrimonio. El elegido por él, con la anuencia de Alfonso, fue Pedro Fajardo, un hombre rico en propiedades y sobrado en años, del que poco más se sabe, salvo la referencia que Teodomiro Ramírez de Arellano hace de otro con idéntico nombre, probablemente su nieto o hijo, que aparece luego, en 1708, como obispo de Buenos Aires, siendo cordobés de nacimiento.
Otro nombre decisivo en la vida de Elvira es don Juan de Vargas, el joven en quien la muchacha había puesto los ojos y el corazón. De él se dice que "era un caballero muy noble y estimado", dotado de un trato exquisito, gentil y tan educado en "buenas gracias y costumbres que obligaban a quererlo". En los Casos Notables de la Ciudad de Córdoba, se ocupan de la vida frívola de un tal Rodrigo de Vargas, su hijo, de quien cuentan: "Casóse contra la voluntad de su padre, pero bien", para acabar relatando su trágico final, provocado porque "dióse a la sensualidad" además de "engolfarse" en otros vicios.
La historia del hijo de Juan de Vargas permite situar a Elvira de Bañuelos en la segunda mitad del siglo XVI, al decirse textualmente: "Hallándome yo en Córdoba el año 1586, domingo de la Santísima Trinidad" - cuenta el célebre narrador Colodro-, "…don Rodrigo había dicho a don Juan que no se casase con aquella señora, que era suya". Y poco más se sabe de la vida del enamorado de Elvira.
Los planes de casamiento de don Fernando chocaron con los deseos de su hermana, quien tras rechazar el pacto, expresó su decisión de unirse a Juan de Vargas. De nada sirvieron los argumentos del hermano mayor, a los que se sumaban los de Alfonso, y tras un tiempo de desavenencias, ambos le dieron a elegir a Elvira entre el matrimonio con Pedro Fajardo o su reclusión en el convento de Santa Inés.
Escribe don Teodomiro que "Un día de enero, lluvioso y triste en estremo, las campanas de aquel piadoso albergue anunciaban la toma de hábitos de una nueva novicia: bien pronto se supo el nombre…" (sic), y se extendió la noticia por Córdoba. La iglesia y el patio del convento se llenaron de gente "entretenidas en elogios y suspiros", conocedores de la historia y apenados por su destino. Literatura o fantasía, apunta también el cronista que, camino del altar le susurraron los hermanos: "Aún es tiempo, Elvira, ¿consientes?". Y ella respondió con un no rotundo.
Los muros hoy ruinosos de Santa Inés, no fueron lo suficientemente altos como para separar a los amantes, ni la rígida clausura del cenobio logró disipar sus sentimientos. Juan de Vargas buscó la manera de hacerle llegar sus misivas a Elvira sobornando al sacristán, de tal forma que entre los regalos de la casa de los Bañuelos, introducía sus cartas. A través de ellas le hizo llegar la intención de rescatarla para marcharse juntos lejos de Córdoba. Con este fin reclutó Juan de Vargas a un grupo de hombres que habrían de recogerla. Pero uno de sus aliados prefirió serlo de Fernando de Bañuelos, y esa misma noche los dos hermanos se enfrentaron a Vargas. Existen dos versiones del final del amante, la de Teodomiro que lo da por muerto en este trance, y otra que ofrece un desenlace más dulce y novelesco.
Volviendo al momento de la huida, parece ser que Elvira saltó los muros del convento y donde esperaba el abrazo de Juan, encontró las garras de su hermano Fernando. Con Alfonso la llevó a una casa de la Ribera, propiedad de la familia, en donde tras una discusión la colgaron de una viga. Trasladaron su cadáver al convento, y "a fuerza de oro compusieron que se celebrasen las exequias, como si allí hubiera muerto naturalmente".
Dicen que está enterrada en la actual plaza que lleva su apellido y el de sus asesinos, antiguo cementerio de San Miguel, donde la literatura encaró a Fernando de Bañuelos y a Juan de Vargas, donde este último le dio muerte, donde unas baldosas grises encierran sin panteón el cuerpo de esta víctima del patriarcado y de su tiempo.
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