"A los niños le enseño que a veces con nada uno puede ser muy feliz"
Clément Randrianantoandro 'Kilema'. Músico
Kilema es un cordobés de Madagascar que no sólo viaja por el mundo dando conciertos sino que también está inmerso en proyectos solidarios, como 'Sonríe África', para ayudar a los niños
LLEGA a la entrevista con el tiempo justo, tan justo que en pocas horas parte para tierras portuguesas, después hará escala en París y hasta el próximo 2 de septiembre permanecerá en Uzbekistán. "Me considero un nómada", refiere. Un nómada que ha echado raíces en Córdoba después de que una noche de octubre de 1996 llenara con su música el Coso de los Califas. A los tres años de esa noche mágica, este músico de semblante alegre y que transmite vida, ubicó su hogar en Encinarejo, donde reside con su mujer e hijos. Desde entonces, Kilema -nacido Clément Randrianantoandro (Toliara, Madagascar, 1960)- no sólo ejerce de embajador de su tierra por todo el mundo, también ejerce de cordobés en los festivales y conciertos repartidos por todo el planeta en los que actúa o en las clases que imparte a escolares en distintos países
-¿Uno es de donde nace o de dónde pace?
-Toliara, el pueblo en el que nací, siempre lo llevo dentro, pero yo me siento un nómada. Por suerte, por mi oficio, por la música, he viajado por todo el mundo y esté en el lugar en el que esté, la raíz la siento profundamente.
-¿Qué le sedujo de Córdoba?
-Su clima, su gente, su hospitalidad. En el año 93 llegué a Europa, a París, porque Madagascar era una antigua colonia francesa y para nosotros la puerta de Europa es Francia. Allí tuve la suerte de encontrar una banda, el famoso Justin Vali Trio, en el que teníamos como padrino a Peter Gabriel, y con el que empecé a viajar por el mundo. Cada vez que llegaba a una ciudad me preguntaba si ese sería el lugar idóneo para vivir.
-Hasta aquel día de octubre.
-Recuerdo que aquel día del concierto en la Plaza de Toros había todavía una temperatura de 28 o 29 grados. Me dije, si algún día me muevo de París éste debe ser el sitio al que me mude. Y no sólo por el clima, también por el ambiente y el paisaje, que me recordaba un poco al sur de Madagascar, algo así como desértico, con las buganvillas y los higos chumbos. Fue el destino. En ese festival encontré a mi mujer y ahora somos una familia.
-Pero su país es muy diferente a en cuanto a forma de vida. Hágame de embajador de su país.
-Madagascar es un sitio que te puede enamorar, como el pueblo en el que vivo ahora, Encinarejo, en el que cuando llegas un cartel grande te explica que Encinarejo te va a enamorar. Madagascar es una isla misteriosa de la que los españoles apenas saben casi nada. De hecho, tengo un proyecto para escolares, para niños de cinco hasta 17 años, y cada vez que hago este programa de conciertos didácticos cuando les pregunto si saben dónde está Madagascar, me hablan de la película de dibujos animados, del león de la película, y Magadascar no es eso. Madagascar es la cuarta isla más grande del mundo e ideal para la gente que ama la flora. Su gente es encantadora, tanto que quien viaja allí vuelve con la intención de repetir la experiencia.
-Un lugar en el que se lleva la música en la sangre.
-Sí, la música se lleva en la sangre en muchas partes de África. La escuela está en la calle, la cultura está en la calle, vivimos en la calle. Tanto es así que los niños, como me ocurrió a mí, salen cada tarde a ella con instrumentos reciclados de fabricación propia. Mis primeros instrumentos fueron bastante artesanos. En concreto, una especie de guitarra de madera con cuerdas de nylon de pescar sujetadas con clavos. Madagascar es un país pobre. Yo siempre digo que Madagascar es un país muy, muy rico con gente pobre, porque está siendo destrozado, sobre todo, por los políticos, por esa mafia que ahora está robando. Tenemos de todo y esa gente es la que se lleva la riqueza.
-Supongo que ese panorama le motivará a la hora de los proyectos que lleva a cabo en favor de los niños de su país.
-Por supuesto, se trata de algo que está pasando también en muchos lugares del mundo, no sólo en África. Está pasando en Europa y en España. Los políticos están mirando por sus intereses y no por los del pueblo. En mi tierra, la mayoría de la gente vive de la agricultura y, al contrario que en otros muchos lugares, por lo menos no pasa hambre, porque tiene la tierra para comer y si no, pues salen a pescar. Se convive con eso, pero eso que está ocurriendo es muy vergonzoso e injusto.
-¿Como vergonzosos son los intereses en el momento actual de la música?
-Yo tengo muchísima suerte en ese sentido, porque la música que hago tiene su hueco en todos lados del mundo. Llevo casi 23 años en Europa y conozco cómo se mueve todo. La música con raíces, étnica, world music, me proporciona trabajo prácticamente en todo el planeta: Taiwan, Malasia, Japón, Australia, Nueva Zelanda, distintos países de Europa.... y no sólo hago conciertos, festivales y teatros, también cada mes de octubre, desde 2009, me muevo por Escandinavia, por Suecia y por Noruega, con mis conciertos didácticos para que la gente descubra otra cultura, la viva y la sienta.
-¿Este año también?
-Este año estaré en Taiwan, donde tengo un proyecto muy bonito. En ese país me conocen bien porque le arreglé un disco a uno de sus músicos, Chalao, con la colaboración de un buen amigo y vecino, el guitarrista de flamenco Isaac Muñoz. Tras ese disco, Isaac y yo hicimos una gira por Asia y ahora estamos pensando preparar otra gira europea para el año 2016. Fue algo inesperado, además el disco ganó dos Grammys Awards de Taiwan, uno para el chaval como mejor cantante aborigen de su tierra y otro como mejor disco.
-¿Estar al margen de la industria de la música beneficia o perjudica al músico?
-En mi caso, beneficia. Yo tuve una mala experiencia con los managers y hoy en día soy yo el que lleva toda mi carrera y animo a los músicos a que lo hagan. Internet, por ejemplo, es una herramienta muy válida a la hora de encontrar un concierto en cualquier parte del mundo. Mandas tu biografía y un link de video y si gustas te van a responder.
-Pero habrá casos y casos. No es lo mismo para quien trata de abrirse un hueco en el mundo de la música.
-Insisto en que las tecnologías ayudan mucho, incluso a la hora de los arreglos y la producción, y de la promoción. En mi caso, hay mucha gente que me conoce y conocen mi música, porque llevo ya tres discos publicados y ahora estoy preparando el cuarto y porque me he movido por muchos sitios. Las multinacionales buscan a veces figuras que van a durar tres o cuatro meses y luego se olvidan y yo por suerte, con mi forma de ver la música, llevo desde 2000 aquí.
-¿Qué queda en el artista en el que se ha convertido de aquel pequeño aprendiz de músico que ayudaba a su padre, agricultor y policía?
-Queda todo. El artista que antes fue ese aprendiz de músico se emociona cada vez que le plantean un proyecto relacionado con los niños y sobre todo si son de su tierra. Por ejemplo, colaboro con el Malagasy Gospel Choir, un coro de niños de Madagascar, que es un proyecto de la Fundación Agua de Coco. Se trata de coger a niños de la calle, niños que ya no tienen padres o con pocos recursos y darles una educación. Hace diez años montaron un coro con esos niños realizando giras por todo el mundo y este año van a venir a España. Ahora van a sacar un disco que hicimos en Ciudad Real y que se llama Los Malagasy Gospel y Kilema.
-Nada como provocar la sonrisa en un niño, ¿verdad?
-Siempre que algo tiene que ver con los niños, estoy ahí. Ahora estoy en un proyecto que me emocionó mucho cuando me lo plantearon porque venía de gente sencilla. Me lo propusieron Manuel Tirado y Álvaro Hinojosa. La idea es que una, dos o tres personas, aportando su granito de arena poco a poco podemos cambiar este mundo. Si no lo hacen quienes tienen los bolsillos llenos, vamos a intentar hacerlo nosotros.
-Sonríe África...
-En efecto, así se llana la asociación que hemos creado. Hemos empezado por intentar iluminar las sonrisas de los niños. Vamos a llevar en noviembre a Andoharotsy, un pueblo que está a unos 70 kilómetros del mío, Toliara, lámparas solares, que son muy ligeras, que son duraderas, que no contaminan. Y a lo mejor mañana tú u otra persona colabora para llevar a otro pueblo canalizaciones de agua. Poco a poco podemos contribuir de esta manera a cambiar este mundo. Esa era la idea de Manuel y Álvaro, porque hay niños que viven en los pueblos, que andan como 15 o 20 kilómetros para ir a la escuela, otros 15 o 20 para volver a casa y luego tienen que ayudar a sus padres en las tareas de la casa, en la agricultura, con el ganado; lo último que hacen, ya sin luz, es las tareas de la escuela y estudiar. Sabemos que hay más de 200 niños así en ese pueblo y con esta iniciativa también favorecemos a sus familias enteras.
-¿Cómo se puede colaborar?
-Sólo tiene que entrar en la web de Sonríe África y aportar lo que su corazón le dicte. Además, hemos hecho una campaña de crowfunding para preparar y financiar el viaje. Lo que necesitamos no está aún cubierto, pero sabemos que aquí, en Córdoba, la gente es generosa. En Encinarejo, por ejemplo, nos han dado una importante inyección y se la queremos agradecer al pueblo y al alcalde.
-Tiempos difíciles para recaudar fondos con tanta ONG que también los pide.
-Es cierto que hoy en día hay miles y miles de ONG y hay mucha gente que está harta de ellas porque muchos no saben dónde va el dinero que recaudan, pero en este caso, Manuel y Álvaro son dos personas muy transparentes. La gente necesita transparencia, por eso cuando vayamos a llevar las lámparas a Madagascar queremos que con nosotros viajen dos o tres personas para comprobar en qué se ha gastado el dinero. Además, vamos a hacer un corto documental del viaje que puede servir pata animar a la gente a hacer ese tipo de cosas solidarias.
-¿Hasta dónde piensan llegar en Sonríe África?
-Necesitamos que cada cual aporte lo que buenamente pueda para seguir con nuestros proyectos. Magadascar es un sitio baratísimo, por eso no necesitamos millones para hacer esto. En Madagascar un euro significa que un niño coma dos días: o sea, un niño come con 50 céntimos al día.
-¿Qué mensaje le suele transmitir a los niños?
-Sólo pensar en ello me pone los pelos de punta. Yo les enseño un mensaje muy sencillo, que a veces con nada uno puede ser muy feliz y les pongo como ejemplo lo feliz que en Madagascar es un niño con una lata como instrumento .
-Algo difícil de inculcar en un niño en esta sociedad consumista.
-Muy difícil, pero hay niños que lo piensan y si hay un trabajo de fondo se les puede convencer. Yo les muestro a mi hermano tocando esa lata de leche y bailando sólo con la lata y les digo que observen la cara de felicidad que tiene. No estamos valorando las cosas.
-¿Estamos viviendo demasiado deprisa y no apreciamos lom que realmente nos puede dar la felicidad?
-Creo que sí. En Madagascar hay una filosofía que se llama Mora, Mora, despacito. Hay que vivir la vida despacio, como los camaleones, ir despacio pero con los ojos mirando 180 grados para atrás para ver lo que hay. Tenemos que aprovechar el momento, vivir la vida e intentar que este mundo sea un poco mejor.
-Pinta un paraíso en un mundo que no lo es.
-Podemos convertir la vida en un paraíso si cada uno aportamos nuestro pequeño granito de arena, como en Sonríe África.
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