El nacionalista andalusí que nos legó a Aristóteles

Cordobeses en la historia

Abu l-Walid Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd nació en la Córdoba de los almohades, bebió de los posos de luz del califato y tragó la hiel y el exilio de sus grandes pensadores

El nacionalista andalusí que nos legó a Aristóteles
El nacionalista andalusí que nos legó a Aristóteles

09 de noviembre 2008 - 01:00

EN 1126 la expedición de Alfonso I de Aragón emprendía el camino de regreso, tras un año en Andalucía, llevando con él más de 10.000 mozárabes para repoblar el Valle del Ebro.

Al-Ándalus estaba ya fragmentada en taifas, cuando la ciudad de Córdoba veía nacer al nieto del más prestigioso jurista de la corte, al que impusieron el nombre de Abu l-Walid Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd.

En un principio siguió la estela familiar, cursando estudios jurídicos, para continuar en las escuelas de Matemáticas, Medicina, Gramática y Filosofía. Estas ciencias y su talento lo convertirían en el cordobés universal conocido luego como Averroes, "posiblemente el español que mayor influencia ha ejercido a todo lo largo de la historia sobre el pensamiento humano", según la palabras de Juan Venet que recoge Galindo Aguilar.

Cuenta el mismo autor que uno de sus maestros, el granadino y cadí Ibn Tufayl, ensalzó las virtudes de aquel alumno frente al soberano almohade Abu Yaqub, quien le llamó a su lado, como médico de la corte y cadí luego, situación que mantuvo con el siguiente califa.

En 1169, se cree que ya casado, marchó a Sevilla para ejercer el cargo de cadí y allá estuvo durante dos años, antes de volver a Córdoba, también como juez. Averroes ya se había ganado el afecto de los sevillanos por el sentido de la honestidad y la justicia que, consideraba, debían tener los cargos públicos en su proceder. Ya en su ciudad, alguna crónica quedó en el juicio a un muladí a quien, habiéndole hallado numerosos elementos, propios de los ritos cristianos, no le aplicó la pena capital por considerar que no estaba suficientemente probada su práctica.

Dotado de capacidades innatas para limar situaciones comprometidas, alguna anécdota cuenta Asín Palacios sobre el modo de llevar las relaciones interpersonales, aunque no perdía ocasión para asegurar que en inteligencia y virtud, los cordobeses superaban a los de otras ciudades vecinas. Un día se entabló una conversación entre Ibn Zuhr de Sevilla y el pensador cordobés, sobre las maravillas de sus respectivas ciudades; sucedió en presencia del califa y la cosa empezó a tomar visos de discusión, hasta que Averroes la zanjó con el siguiente comentario: "Muere un sabio en Sevilla y, si su familia ha de vender los libros, tiene que llevarlos a Córdoba, donde hallará venta segura; por el contrario, cuando muere un músico en Córdoba hay que ir a Sevilla para vender sus instrumentos".

Coinciden todos los expertos, incluido Cruz Hernández, en que fue ante todo, el puente de Aristóteles entre Grecia y Europa, aunque no se limitó exclusivamente a escudriñar el pensamiento aristotélico. Al margen de los cargos políticos que, al parecer, cumplía escrupulosamente, fue dejando escritas más de medio centenar de obras de Gramática, Filosofía, Teología, Jurisprudencia o Anatomía. En ellas se vislumbra su profunda pasión por Al-Ándalus; al que siente un país diferenciado y diferente al resto de los territorios conocidos; el rasgo lo introduce y lo reseña en los textos más insospechados; al mencionar las virtudes del aceite u otros productos de estas tierras, al hablar de medicina y de los cuidados del cuerpo, y, bajo cualquier excusa o materia, al referirse a la estética y el carácter de sus gentes, de esa mezcolanza que, a su juicio, pone en la piel andaluza rasgos de belleza únicos y viveza en el espíritu. Bajo un planteamiento que bien pudiera ser un nacionalismo anticipado, a Averroes no le duelen prendas al asegurar que el andaluz es un pueblo superior, condición que achacaba al poso de las diferentes culturas que aquí se asentaron.

Amó a su país, y sufrió por y con él; de tal modo que llevado por su sentido crítico, escribió un ensayo sobre La República de Platón, donde cuestionaba la validez del sistema en su tiempo. Defendió que una sociedad con carencias puede ir mejorando hasta alcanzar la perfección con una sucesión ininterrumpida de "buenos reyes", si bien no eran los que podían darse en un ambiente que valoraba más las "excelentes hazañas que las convicciones valiosas". Analizaba si la aristocracia de tales sociedades no acaba convertida a veces en tiránica, para poner luego ejemplos claros, con datos históricos y fechas, de cómo la demagogia, apoyada en un gobierno "timocrático", llevaba a dicha tiranía. Ni el monarca ni su cohorte palaciega se lo perdonaron. Tras un polémico juicio, fue desterrado a Lucena, después de confiscársele sus bienes. Luego de ser perdonado, emigró a una ciudad de murallas rojas y palmerales, junto a un alminar gemelo al de la mezquita almohade de Sevilla; allí, a la sombra de la Kutubía, recibió la noticia del perdón y decidió regresar; pero un 11 de diciembre de 1198 escuchó por última vez la llamada del almuédano. Cuenta Cruz Hernández que lo que quedaba de su cuerpo tras varios meses de espera en Marrakech, llegó a Córdoba para ser enterrado, junto a algunos ejemplares de sus libros, en una de tantas tumbas perdidas. Siglos después, su legado filosófico estaba en las universidades de Europa, mientas en su tierra era un verdadero desconocido.

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