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La muleta que bailaba al compás

  • La Coja del Pianillo. Su instrumento de trabajo era un organillo montado en un carrito tirado por un burro que paseó por toda la ciudad de Córdoba entre los años 1945 y 1965

La muleta que bailaba al compás

La muleta que bailaba al compás

Personaje muy singular de mediados de los años 40 y parte de los 50 del siglo XX. Era singularísima, inconfundible, no sólo por la pata de palo, sino por el conjunto. De edad más bien madura, facciones agitanadas, con faldón largo que escondía su cojera. Pelo negro y moño recogido al que en verano incorporaba un buen ramo de jazmines. Normalmente bien vestida y limpia. Su instrumento de trabajo era un organillo montado en un carrito tirado por un borriquillo adornado con madroñeras y cascabeles. Paseó por aquellos años entre 1945 y 1965 su pianillo por toda Córdoba.

La muleta de madera, con un apoyo de trapo o gutapercha basto, amarrado para soportar el roce en la axila, que dominaba perfectamente al moverse. La muleta describía casi un perfecto círculo al avanzar, mientras se sostenía en la pierna buena, y en la otra mano llevaba el platillo metálico, en el que hacía saltar las monedas incitando al respetable a soltar alguna, pidiendo a los acomodados clientes de los cafés una ayuda después de la actuación musical en agradecimiento por la alegría que les ofrecía mediante el acompañamiento de pasodobles, chotis, tangos, cuplés y fragmentos de zarzuelas. Las piezas musicales las cambiaban con un juego de palancas delante del pianillo.

Al terminar la actuación saltaba, apoyándose en la muleta, al varal, recogía la muleta en horizontal y a otro lugar. El borriquillo, tremendamente cumplidor con su faena, sin protestar nunca, adornado con cascabeles que sonaban al andar y madroñeras. Detrás su acompañante era su marido o eso suponemos, delgado, pequeño, callado, con un bigotillo alfonsino y una gorra como de marinero dándole al manubrio, al que trataba ella con bastante genio muchas veces. Siempre discutiendo, y era verdad, le metía unas broncas impresionantes, y el hombre callaba.

Normalmente su estancia era la puerta del Obispado, pero también las cafeterías del centro de la ciudad, por los bares de elite de aquellos tiempos, como eran las cafeterías Chastang, Dunia, Gran Bar, La Perla, Siena, el Círculo Mercantil y Labradores y, cómo no, en Las Tendillas. De vez en cuando hacían un recorrido por los barrios más típicos y populares de Córdoba. Posteriormente regresaba a la que era su casa, la posada de Venceguerra en la calle Lineros, que ahora es un bloque de pisos, desde donde salía diariamente en torno a las 10:00 o 10:30. Podía realizarse este acontecimiento musical gracias a que no era interrumpido por la escasa circulación de aquellos años.

En Córdoba, por los años 50, se juntaron dos pianillos que además de hacerse la competencia generaban graciosas anécdotas. El de Prados Luna, más conocido como El Tío del Organillo y su burrito Rayao. El recorrido diario se efectuaba también partiendo de la calle Lineros.

Se recuerda la historia de la carrera que se pegó la coja y su pianillo cuando en cierta ocasión la desbandada de un toro, que era conducido al matadero, ocasionó sustos, carreras y revolcones. Y según, cita el diario de entonces, casi fue embestida por el animal en el Puente Romano, en 1953. La coja, dando muestras de una preparación física sin precedentes, corrió que se las pelaba, parece ser que el borriquillo sufrió un varetazo, llevándose la peor parte. De aquella situación salieron hasta refranes. Desde entonces el dicho: "Que corres más que la coja del pianillo".

También era una escena típica de la protagonista coger la muleta y arremeter contra el "miembro colgante" del borriquillo que tiraba de su carrillo musical. Al parecer este noble animal, sobre todo cuando sonaba el pasodoble de España cañí, se le subían los vientos, por lo que se le enervaba el miembro que le colgaba a modo de un badajo de campana en grado superlativo. La verdad era que el borriquillo y su "miembro colgante" presentaban una escena un poco estrafalaria en plenas Tendillas, que no tenía nada que ver con la dulzura posible de la música. Esto no le gustaba a la simpática coja y por ello arremetía contra el animal muleta en mano para normalizar aquella ordinaria "vergüenza".

La Coja del Pianillo iba acompañada en ocasiones por el Feo, tan alto y tan formal con su gorra de plato, verdadero virtuoso del manubrio, cambiando de mano sin que se notara nada en la ejecución del chotis o pasodoble.

La coja traspasó el pianillo a un tal Juan El pelirrojo, que le fue viento en popa con el negocio. Incluso su hijo prosperó bastante, pues en el año 1993 se quedó con un restaurante en la zona antigua de Córdoba (Casa Pepe), que precisamente fue visitado por Juan XXIII poco antes de ser nombrado papa. Al hijo del pelirrojo se le empezó a conocer en el sector de la hostelería con el nombre del aviador merluzo, pues nada menos que se compró una avioneta de segunda mano para poder ir diariamente (según decía él), a por la "merluza" fresca para el restaurante. Tamaña pirueta de piloto resultó poco menos que una especie de locura. Por lo que la avioneta, el restaurante y la merluza, se fueron al garete.

En 1996, las interpretaciones carnavalescas le dedicaron una comparsa, El pianillo la coja, original de Miguel Amate Escudero. El pianillo acabó depositado en la cuadra del Palacio de Viana.

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