El muchacho de Cañero que descubrieron los Goya
cordobeses en la historia
Fernando Tejero Muñoz-Torrero nació en Cañero, lo apadrinó un artista cordobés, soñó con ser actor y siguiendo unos versos de Sabina llegó a un Madrid que le abrió las puertas del éxito
EN aquel invierno de los 60, Córdoba aparecía como en cualquier verano de los 90-2000 saturada de adoquines, hormigoneras, palaustres y obras que, desde la Cuesta de la Pólvora a la Calahorra, o del Naranjo a la Fuensanta, alcanzaban casi la veintena. Antonio Guzmán Reina estrenaba un segundo mandato, y la barriada de Cañero vivía una semana decisiva en la consecución del lugar modélico que lograrían. El presidente de la Asociación Cabezas de Familia, Francisco Estévez, regresaba de ver al ministro de la Vivienda acompañado por Joaquín Martínez Bjorkman. Pretendían jalonar la obra de Fray Albino y resolver las desavenencias con la Sagrada Familia, presidida ya por el obispo Fernández Conde.
Era un viernes 24 de febrero de 1967, el mismo día en que los vecinos de Cañero anunciaban una asamblea en marzo informando de las reparaciones de viviendas y calles, y la cesión en propiedad de las casas que ya consideraban suyas. Entre aquellas familias, y en Cañero Viejo, estaban Antonio Tejero y María Muñoz-Torrero, vecinos de la calle Cerámica, dueños de una pescadería en la Plaza Grande, y padres ya de Antonio, Pedro y José María, cuando nació el cuarto de los niños, Fernando Tejero. Vinculados al toro, habían acogido como a un hijo al joven torero Fernando Tortosa, padrino del último de sus varones a quien dio nombre. Luego vendrían dos niñas: María del Mar y Encarnación.
Fernando Tejero creció en el paisaje fronterizo entre Córdoba y las huertas de Poniente, que ofrecía a los niños las ventajas de la ciudad vistiéndose de asfalto y circundada aún por lo rural. Desde los primeros años, Antonio y María escolarizaron a sus hijos, aún cuando alguno, como Antonio, compatibilizara trabajo, academia y horas en la pescadería ya duplicada.
Fernando tuvo además la oportunidad de seguir estudiando tras acabar el antiguo Bachillerato. Pero sus ojos y su vocación estaban ya en el Conservatorio Superior de Música y Declamación, una disciplina sin "futuro" por entonces. Así fue como comenzó a trabajar en el negocio familiar sin abandonar su sueño de actor. En esa desalentadora Córdoba, se abrían tímidamente las bambalinas de Trápala con jóvenes licenciados brillantes, como Juan Carlos Villanueva; con ellos dio sus primeros pasos mientras seguía vendiendo pescado.
Definitivamente seducido por la inefable Talía, un revés sentimental desencadenó su marcha a Madrid, por no caer -como tantas veces ha contado- en "añorar lo que nunca jamás sucedió", que nos advirtió Sabina en los 90. Siguiendo esos versos se fue a la escuela de Cristina Rota con 28 años "A estrenar el futuro corrigiendo el pasado", sin desprenderse del trabajo familiar. Durante casi un año compatibilizó la academia de Madrid con el puesto de Córdoba y los interminables viajes de 5 horas en autobús con parada en Andújar. Le animaban los mejores augurios y pronto comenzarían a cumplirse al formar parte del Animalario de Alberto San Juan.
La actividad le obligó a buscar trabajo en Madrid, en una pescadería, diciendo adiós a la de Córdoba; pero nunca a la ciudad, a los amigos, a la infancia y la juventud que sigue abrazando y cuidando, aún cuando su éxito y su esfuerzo han alcanzado merecidas cotas de reconocimiento. El papel que David Serrano le ofreció en Días de fútbol (2003) fue decisivo. Obtuvo el Premio Goya al Mejor Actor Revelación y el beneplácito del público con la serie televisiva Aquí no hay quien viva. Desde entonces, su posición ascendente y preferente en todas las disciplinas es una realidad. Actualmente supera la veintena de películas, amén de las series televisivas y las obras de teatro; el escenario en directo que tanto añoró y hoy es su hábitat natural .
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