El monaguillo de La Paz que replanteó el Hospital y llevó agua al Guadiato

Cordobeses en la historia

Francisco Cerezo Serrano nació junto al Granito de Oro, estudió en la calle del Sol, fue aprendiz de zapatero, amigo de toreros y caminó aguas arriba las tierras de Córdoba y Jaén

El monaguillo de La Paz que replanteó el Hospital y llevó agua al Guadiato
Matilde Cabello

24 de marzo 2013 - 01:00

R EINABA Alfonso XIII y era alcalde de Córdoba Rafael Jiménez Ruiz; este espeleño recibía a Jaén Morente, que le exigiría la alcaldía un año después junto a su primo Manuel Ruíz-Maya. El hermano de éste y juez de instrucción, Germán Ruiz Maya, marchaba a veranear a su pueblo y Rafael Romero Pellicer recogía el estudio de su padre en Madrid. Pero la noticia más destacada del día era la corrida de los taximetristas cordobeses, pro-damnificados en el terremoto de Montilla.

Uno de aquellos escasos taxistas, en exclusiva para el Simón y el Regina, era Francisco Cerezo Rojas, a quien le cupo el honor de llevar a Azaña y a su mujer en su visita a Córdoba. Nacido en Adamuz en 1899 y primo hermano del Niño el Museo, Cerezo Rojas había sido fogonero y víctima de los despidos de las primeras huelgas del siglo XX. Se había casado con una sastra del barrio pontanés de La Matallana, Manuela Serrano de la Rosa. En Córdoba se instalaron una casa de vecinos del número 11 de La Palma, donde nació su hija Pepita; luego vendría Manuel y aquel lunes 4 de agosto de 1930, el más pequeño de todos, Francisco. Para entonces estaban instalados junto al Granito de Oro por la débil salud de la hija que moriría finalmente con poco más de 20 años.

La familia regresó a las casas de vecinos, primero en la Trinidad y luego en Mateo Inurria, en donde Francisco Cerezo Serrano y su hermano Manuel crecieron en la posguerra asistiendo a la escuela; primero en el palacete de los Fernández de Córdoba de la Cuesta del Bailío, luego en el colegio de dos plantas que albergaba el Palacio de Viana y, finalmente en San Andrés. Allí las clases comenzaron a ser nocturnas por la incorporación al trabajo de los muchachos.

Antes de cumplir los nueve años, Francisco Cerezo había sido monaguillo de La Paz y Esperanza, trabajaba como aprendiz de zapatero remendón y trasladaba muebles de Rutilio Beato con un carrillo de mano. La escuela seguía siendo nocturna. En la de Artes y Oficios de la calle del Sol aprendió Delineación y, paralelamente, en el taller de Electromecánicas. Allí pasaron la guerra pensando, erróneamente, que aquella zona sería más respetada por las bombas republicanas.

En plena adolescencia, Francisco compaginaba trabajo y formación con labores orfebres en el taller de su tío Recaredo, frente a los cuarteles de Medina Azahara. Todavía no conocía el mar y, como tantos chiquillos de la época, tuvo su oportunidad en los campamentos de verano del Frente de Juventudes en el Puerto de Santa María (Cádiz). Los toros eran ya su otra pasión y Manolete tenía en él la admiración que no toda Córdoba compartía en vida. Aquel día de agosto de 1947 hizo guardia frente al chalé de la actual avenida Cervantes y fue un testigo fiel de la tragedia que asoló a Córdoba, quedando su imagen en blanco y negro junto a las flores y las muchachas de luto. Luego, el destino le llevaría a cumplir el servicio militar en las mismas dependencias en donde estuvo el torero, algo que vivió y recordó siempre con intensidad.

En 1949 el antiguo taxista era ya chófer en la Comunidad de Regantes (luego Confederación Hidrográfica del Guadalquivir) que necesitó un delineante y, con 19 años, Paco Cerezo entró a trabajar junto al padre. Su primer trabajo como topógrafo lo llevó a la Sierra de Cazorla, al pantano del Tranco y al Plan Jaén. Coincide con el proyecto de la carretera Panamericana que quiso atravesar Sudamérica de Brasil a la Patagonia para el que fue seleccionado; pero la carta nunca llegó a sus manos.

De Jaén pasó a desarrollar el proyecto del pantano de Puente Nuevo, a las órdenes del ingeniero Rafael Castellano, asistiendo al nacimiento y desarrollo de aquel poblado de los años 60 entre Villaviciosa y Espiel. Aquellos pueblos vivían aún en los tiempos de los lavaderos en los huertos y las colas de mujeres en las fuentes públicas cuando la confederación plantea llevar el agua desde Espiel a Fuenteobejuna, un camino que Francisco recorrió paso a paso con su teodolito, junto a su compañero y amigo Pepe Sújar. Con él acometió igualmente la presa de Sierra Boyera, al que seguiría el Yegüas y la Breña II.

Paralelamente y, sin perder la costumbre del pluriempleo de su infancia, Francisco trabajó en las noches en que regresaba a Córdoba en el replanteo del Hospital Provincial, entre otros edificios locales. Ya sustentaba a una familia de cinco hijos junto a una muchacha del Alcázar Viejo. Dotada de una belleza excepcional, Dolores López Calero lo encandiló siendo él un adolescente y ella una niña de 12 años que vendía leche por la Judería. Se casaron en San Basilio un 4 de agosto de 1958.

Siguieron las tardes de café y fútbol con Manolo Cruz Carrascosa y Lucía; su primer y único traje de luces en la inauguración de un pantano, cuando la prensa tituló su suerte como la "cerecina" o la creación de la primera peña que Córdoba fundó al maestro José María Montilla, a la postre su compadre y con quien tanto quiso. Fue en la taberna Vinícola La Montillana de la calle San Álvaro, amparados por Curro y Rosario.

Otro incondicional amigo de Francisco, Rafael Guzmán, le abrió las puertas de su bodega en la calle Judíos para la creación de la primera tertulia taurina dedicada a Finito de Córdoba. Amigos y compañeros, inalterables durante más de medio siglo, le mostraron en vida su gratitud en incontables homenajes y reconocimientos; fueron los mismos que le dieron el último adiós un 19 de enero de 1998.

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