El maestro al que no quiso admitir el Conservatorio

Cordobeses en la historia

Rafael Rodríguez Fernández, Merengue, aprendió a tocar la guitarra con su propio método, lo han traducido a cinco idiomas, triunfa sobre los escenarios del mundo y forjó a los mejores concertistas

El maestro al que no quiso admitir el Conservatorio
El maestro al que no quiso admitir el Conservatorio

EN la calle del Sol, lindando con la iglesia de Santiago, estaba La flor de mi viña, regentada por Rafael Rodríguez. En la misma casa de vecinos de la que formaba parte la taberna, vivía el cantinero con su mujer, Enriqueta Fernández, y sus dos hijas, Rosa y Pepi. Eran los años de un hambre que se ahogaba con los quejíos de Ramón Montoya y otros grandes, al son de la guitarra de Merengue, conocido así por su dulzura. Y escuchando sus soleares y alegrías le nació el primer varón: Rafael, el 29 de agosto de 1944. El niño heredó el alias de su padre y cumplió el año en otro patio de vecinos, contiguo al Zoco de la calle de los Judíos, donde llegarían luego Enrique, Julita y Pedro; éste último siete meses después de morir el padre, en 1949.

La situación laboral de Merengue -sin contrato ni nómina- deja a la viuda en una situación tan precaria, que los tres niños pequeños son recogidos en el Auxilio Social, actual Delegación de la Consejería de Trabajo. Rafael tenía cinco años, Enrique cuatro y Julita dos. A la madre sólo le permitían una visita cada 15 días. La primera reacción del niño -recuerda- fue "llorar muchísimo, sobre todo cuando se llevaron a mi Julita al Muriano". Luego preguntó: "¿Qué se hace para salir de aquí y poder ver a mi madre?". Alguien le contestó que hacerse monaguillo; y tras aprenderse la misa en latín (que a sus 64 años todavía recita), entró en la plantilla de monagos del Sagrario y de San Pedro. Extraordinario dibujante, trabajó duro, y gratis, para las editoriales de tebeos y con nueve años ingresó en la Universidad Laboral cuando ésta se inauguró. Tres cursos después, estudiaba y trabajaba en Gemasa, sin sueldo, supliendo la paga de viudedad que le arreglaron a la madre. Pero el transporte a Rabanales, la jornada laboral, las clases y los estudios, acabaron por agotar al chaval, que había empezado a ayudar en la bodega del Zoco, donde su madre servía medios y él "ponía sillas y hacía los mandaos" para el tablao de Antonio Romera.

Confiesa que "salvo el chimpúm-chimpúm de la rondalla de la Laboral, no había hecho nada". Sin embargo, la madre conservaba una guitarra de Miguel Rodríguez del año 33, que Ramón Montoya vendió al padre cuando los artistas iban a La flor de mi viña a buscarse la vida. Y con esa reliquia comenzó Merengue a buscarse la suya, junto a la farándula del Zoco.

Los maestros Antonio El del lunar o Tomate el viejo, le animaron a presentarse al concurso de Jerez en 1962, donde obtiene el 2º Premio Nacional de Acompañamiento y la atención de los grandes del Cante de la época como Curro de Utrera, Valderrama, Enrique Montoya, Juanita Reina o Salvador Távora, entre otros, recorriendo, durante tres años, toda la geografía nacional. Había aprendido de la noche que "si se ganan quince duros no pueden gastarse, y mucho menos, entramparse con el tabernero. Yo se lo arrimaba a mi madre". Enriqueta acabó casándose con el "segundo padre" de Merengue, Antonio Romera. Regentaban el quiosco San Rafael y El Molino Rojo de la Victoria y animaron a Merengue a abrir su propio mesón flamenco, Abderramán III. Duró tres años. A la muerte de Romera la herencia familiar quedó legalmente unida a sus hermanastras. Para entonces Rafael era uno con Concha Calero, la niña del camarero del San Rafael. Tenía ocho años cuando se conocieron; él era un adolescente. Un día apareció por el mesón "con 19 años, guapísima, cómo es ella, y yo dije: ésta es para mí". Se casaron en diciembre de 1971; años después, nacieron Mª Ángeles y Desireé.

Fosforito le había alentado ya en 1968 a presentarse al Concurso Nacional de Córdoba. Ganó el 1º Premio de Acompañamiento coincidiendo con el de Paco de Lucía como solista. Ya eran amigos, juntos se habían examinado para el carné de artista en Sevilla, y amigos siguen.

Tras el cierre del Abderramán III, le proponen marcharse a Haití. Concha pone como única condición dos pasajes de vuelta que tardó un año en producirse; coincidiendo con la nostalgia de ella por Córdoba y un éxito rotundo. Fue el mismo que les precedía en los mejores tablaos de Madrid, Barcelona, Munich, París o Tokio y en los platós de TVE, cuando, a finales de 1970 abren la academia de la calle Previsión. Era el antecedente de la actual y cuna de los grandes concertistas que le reconocen como Maestro y Amigo: Paco Serrano, José Antonio Rodríguez, Alberto Lucena, Manuel Silveria, Rafael Trenas o Vicente Amigo. Unos, premios nacionales, otros profesores de Conservatorio andaluces, grado que Merengue aprobó en Córdoba, aunque nunca le llegó el nombramiento oficial. Después de "haber mandado a tantos niños allí y llevar más de 30 años dedicado a la enseñanza". Su labor didáctica se extiende también a Monterrey, Tijuana, París, distintas ciudades de Italia o Japón, en los mismos cursos que, durante ocho años consecutivos viene dando en Francia, o los nueve de Ámsterdam, aunque en el Festival de la Guitarra de Córdoba no haya pasado de 3 ó 4. "Uno se siente vetado; no por la gente ni por los barrios, que nos premian y nos quieren, a Concha y a mí". Junto a ella y a su hija Desireé, atesoran tres premios nacionales, 19 años de éxito ininterrumpido en El Cardenal del Palacio de Congresos, la Fiambrera del Ateneo (tan querida también por él), y una tirada editorial casi desconocida en su ciudad: su método para aprender sin solfeo, Encuentro. Comenzó a venderse en París hace 15 años y hoy los libros y videos están traducidos a cinco idiomas, incluido el japonés, el que más costó, "por esas cosas de Córdoba: pego, fartusco…".

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