La maestra y activista cultural que terminó con la Guerra Civil
Cordobeses en la historia
Victoria Díez y Bustos de Molina consagró su juventud al ideal de enseñar al que no sabe, combatió la ignorancia bajo premisas católicas y fue víctima de la incultura y su barbarie
ERA el 11 de noviembre de 1903, cuando en la calle sevillana de Galles dio a luz Victoria Bustos de Molina a la que sería su única hija. El padre, José Díez Moreno, fue un gaditano representante de una firma comercial, cuya situación económica apenas permitió dar estudios a la niña en un colegio religioso hispalense, circunstancia que marcarían la vida y la muerte de Victoria Díez y Bustos de Molina. Su biografía sería incluida en Mujeres cordobesas. Su contribución al patrimonio y en el martirologio católico.
Cuenta el cronista Antonio Ortega Serrano que estudió en las carmelitas del Sagrado Corazón, en donde a los 10 años recibió con impacto las teorías del Cardenal Almaraz, que apostaban por difundir la enseñanza católica en las escuelas. De ese colegio pasó a una escuela para graduadas y, al cumplir los 15 años, a la de Magisterio, soñando con convertirse en misionera, sin renunciar a otra de sus grandes vocaciones, la pintura, por lo que compatibilizó su carrera como docente con seis años en la de Bellas Artes sevillana, donde destacó por sus habilidades. Pero la situación económica familiar y su deseo de "enseñar al que no sabe", y muy especialmente a los niños de condición humilde, la derivaron definitivamente a elegir destinos como Maestra de Escuela, tras concluir sus estudios en 1923. Dos años después contactó con la Institución Teresiana y con los planteamientos de Pedro José Luis Poveda, el jiennense protector de los gitanos y de los más desfavorecidos que, siguiendo a su vez el ejemplo del padre Manjón con los gitanillos del Sacromonte, había apostado por denunciar la situación de desamparo de los niños pobres y darles formación en la línea de las Escuelas del Ave María.
Victoria ingresa en la Institución Teresiana en 1926, año en el que aprueba sus oposiciones de magisterio; al siguiente es trasladada a Badajoz y en la pequeña población de Cheles transcurre su primer año, difícil y lleno de entusiasmo, por las cartas que transcribe Ortega Serrano. La primera habla del "viaje, penosísimo: de Sevilla a Mérida en tren, de Mérida a Badajoz, de Badajoz hay que ir a Olivenza en coche de línea, y desde allí, ni se sabe…". Reseña también el cronista que en un pueblo en el que apenas "se habría el Sagrario", en el mes de diciembre había preparado a 8 niñas para tomar su Primera Comunión, organizado un grupo de Hijas de María y abierto una escuela nocturna para campesinas que extiende a los domingos, por adaptarse a los momentos de descanso de "las jóvenes de 15 a 20 años que están a cero de todo".
En 1928 le dan destino en Hornachuelos y llega entusiasmada según sus epístolas. Se interesa vivamente por la historia, por el patrimonio religioso y por "paliar las necesidades que pueda" -cuenta a una amiga-, y decidida a pedir "al que más tiene para repartirlo al menos afortunado".
En ese primer curso, comprueba con tristeza cómo las niñas de entre 6 y 14 años faltan irregular o definitivamente a la escuela por sus obligaciones domésticas o en el tajo. Sin embargo, en 1929 ha conseguido abrir sin atisbo de desánimo su escuela nocturna, preparar catequesis, fundar una biblioteca y crear las Juventudes Femeninas de Acción Católica.
En 1931 es la presidenta del Consejo Local de Primera Enseñanza de Hornachuelos, ha conseguido alfabetizar a un gran número de muchachas, que la adoran y profesan la doctrina católica a la que Victoria consagraba su vida.
En esta situación encuentran a la maestra y a Hornachuelos las leyes republicanas que promulgan la retirada de crucifijos y símbolos religiosos de las escuelas. Cumpliendo órdenes, sustituyó la cruz por una imagen de la Inmaculada de Murillo y del Cristo de Velázquez, que finalmente se vio obligada a quitar, en un ambiente de tensión política y continuos enfrentamientos con las autoridades municipales.
Su posición se complicó más cuando en 1933 se prohíbe por decreto impartir religión en las escuelas, y ella optó por enseñársela a su propia madre y a las militantes de Acción Católica para que, a su vez, se la hicieran llegar a las niñas del Centro Obrero. Así las cosas, al producirse el Golpe de Estado del 36, la adhesión de los católicos a los rebeldes colocaron a Victoria en el punto de mira de los leales a la República.
Un 11 de agosto del año de la locura, sacaron de su casa a la muchacha que había salvado de la ignorancia a un buen número de niñas de Hornachuelos. Algunos serían los padres de sus alumnas; unos pocos quisieron salvarla, pero quienes se autoproclamaron jueces la condenaron. Fue la única mujer de entre las 18 víctimas que llegaron a pie hasta la Mina del Romano, a 12 kilómetros del pueblo, y la única que animó al grupo hasta que sonó el tiro de gracia, cerrando sus 32 años de existencia en el amanecer del día 12. El Defensor de Córdoba dio noticia pormenorizada de la tragedia en Hornachuelos, mientras en Córdoba detenían a un sargento de artillería por "pronunciar palabras impropias de su cargo" en el cementerio de la Salud contra los fusilamientos. La misma suerte corrió el enterrador que días antes se rebeló contra las acciones diarias de Cascajo en la parilla de Vista Alegre. Al coronel lo calificó La Voz de salvador de Córdoba; a Victoria la beatificaron en octubre de 1993. Sus restos, exhumados del cementerio de Hornachuelos, reposan en la Casa Teresiana de la Plaza de la Concha.
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