Un larga jornada sin tregua abre el paso a la Resurección
Miles de personas se echan a la calle en una jornada que comenzó de madrugada con la Buena Muerte y se adentró, de noche, en el Sábado Santo
Todo conducía a un Viernes Santo de excepción, y al final la jornada cofrade no defraudó. Miles de personas se echaron a la calle para disfrutar de los pasos y la climatología volvió a mostrarse benigna con las hermandades, los penitentes y el público. El día había amanecido algo nublado pero sin apunte ninguno de lluvia, mientras que la tarde se quedó despejada y con una ligera brisa primaveral que incluso se agradecía. Día por tanto perfecto para ir echándole al cierre a una Semana Santa que, más allá de polémicas sobre la nueva carrera oficial, ha discurrido sin incidentes reseñables y con todas las cofradías cumpliendo con su estación de penitencia. El viernes se registró además una mayor puntualidad que en jornadas precedentes, lo que la propia Agrupación de Cofradías achaca a una mejor organización fruto de la experiencia vivida en las procesiones previas.
El Viernes Santo fue de este modo una sesión maratoniana, que arrancó a las doce en punto de la noche previa en la recoleta Colegiata de San Hipólito, en el Centro. Allí se echó a la calle, con puntualidad y solemnidad, la hermandad de la Buena Muerte, gran protagonista de la madrugada. Cientos de personas, muchísimos jóvenes entre ellas, acudieron a ver salir esta procesión, en la que brillan especialmente las imágenes, ese Cristo muerto en la Cruz que tanto impresiona por su expresividad y Nuestra Señora de los Mártires, ambos salidos del taller del imaginero sevillano Antonio Castillo Lastrucci, uno de los grandes del arte sacro español del siglo XX. La Buena Muerte, tras cruzar las anchuras de un Bulevar de Gran Capitán en el que reunió numeroso público, se adentró en la Judería a través de Las Tendillas y Jesús María para perderse luego en los aledaños de la Mezquita-Catedral. De la carrera oficial, tras hacer estación de penitencia, salió a eso de las cuatro de la madrugada para entrar en su templo pasadas las seis. La Buena Muerte, un año más, demostró ser una de las cofradías más rigurosas de Córdoba en el planteamiento de su cortejo, tan dramático en su profundo silencio.
La mañana amaneció por tanto con esta cofradía tan cordobesa ya en su templo y con poca gente en la calle. La jornada anterior había sido larga y la gente recuperaba fuerzas para un viernes que prometía, y con razones. Aún así, hubo quien sacó fuerzas y ganas para no perderse el Vía Crucis del Cristo de la Caridad, que protagonizaron de nuevo los soldados del Tercio Gran Capitán de la Legión. Marcialidad y solemnidad de este imponente crucificado de autoría anónima. Hermosas estampas, también muy cordobesas, de algunos abuelos llevando a sus nietos a ver este Vía Crucis con el que Córdoba se despierta el Viernes Santo.
La jornada tuvo después de esto el único remanso del día. Al contrario que en las jornadas anteriores, la primera procesión salía pasadas las seis de la tarde, por lo que dio tiempo a afrontar un almuerzo tranquilo y un breve descanso, lo que se agradece tras tantos días de procesiones, de caminatas y de horas en pie. Algunos nazarenos incluso comentaban agradecidos que les había dado tiempo a descabezar un breve y reparador sueño o coscón antes de vestirse la túnica y el capirote, lo que seguro se agradeció durante la estación de penitencia.
La primera procesión en salir fue por tanto la del Cristo de la Expiración, un de los platos fuertes del día. Se hizo a la calle desde su sede canónica poco antes de las seis y medía, cuanto ya un gentío se agolpaba en la remozada calle Capitulares y en las escalinatas del Ayuntamiento para disfrutar de la primera estampa del Viernes Santo. Salió el paso del Cristo con lentitud y silencio, llevado con suma delicadeza y cuidado, y avanzó hacia la calle Esparterías. Y luego le llegó el momento de la salida a la Virgen del Rosario, con su palio brillando bajo el sol de la tarde abrileña. Hubo un pequeño parón que despertó la intriga entre la concurrencia, pero al final el pasó con gran belleza por las estrechuras de las columnas y se hizo a la amplitud de esta vía ahora peatonal. Ondeaban en el Consistorio las banderas mecidas por el ligero viento y la gente reprimía unos aplausos que no correspondían dado la seriedad litúrgica de la jornada que se celebraba. El cortejo se perdió camino de la Catedral, aunque Capitulares se quedó llena a la espera de otras dos hermandades que a lo largo de la tarde pasarían por este trayecto.
Pocos minutos después de que la Expiración saliese de su iglesia, también se vivieron momentos emotivos con la Virgen de la Soledad. La calle Agustín Moreno, con las estrecheces que tan bien conocen los conductores que tienen cochera en la zona, se convirtió desde bien temprano en un hervidero para ver salir a esa cofradía de origen setentero. La Virgen, obra de Álvarez Duarte, lucía una saya negra que era de estreno, hecha con tela de una antigua capa pluvial y que ha sido obra del artesano Francisco Mira. El terciopelo brillaba mientras la imagen mariana, en silencio, sin música, hacia el primer y comprometido giro para luego adentrarse en la calle don Rodrigo en dirección a la Cruz del Rastro y las anchuras de la Rivera. La Soledad llegó a la Carrera Oficial apenas pasadas las ocho de la tarde.
A la misma hora que salía este paso, otro punto de la ciudad tan cofrade como la plaza de Capuchinos, la metafísica plaza de Capuchinos como se dijo aquí hace unos días, se llenaba hasta la bandera para cumplir con una tradición de raigambre hondamente cordobesa: la salida desde la Iglesia Hospital de San Jacinto de la Señora de Córdoba, la Virgen de los Dolores, y del Santísimo Cristo de la Clemencia de Amadeo Ruiz Olmos. Las puertas de la sede canónica se abrieron allí con puntualidad y dieron paso a dos casi interminables filas de nazarenos, que dejaban claro con apenas una ojeada que la devoción por la Señora sigue tan viva como siempre a pesar de que el mundo se globalice y la cultura occidental se vaya unificando. Bellísima la Virgen, con esa singularidad tan suya, con ese rostro inimitable, avanzó por la ciudad entre un tumulto que crecía y crecía sin dejar a nadie indiferente. Buena labor del acompañamiento musical, aunque el cigarrito procesional de algunos músicos se haya convertido en una fea costumbre que habría que corregir. Los Dolores entró el Catedral a eso de las diez de las noche y fue una de las últimas en recogerse, pasadas las dos de la madrugada. Momentos muy emotivos entre los cofrades y los costaleros al verse rodeados de público en unos últimos esfuerzos que quedan en su memoria y que difícilmente borrarán.
Como tampoco podrá dejar los hermanos del Sepulcro las imágenes de su salida, que este año dejó pequeña la plaza de la Compañía y las calles aledañas como Duque de Hornachuelos, donde la cola de gente llegaba casi que hasta Las Tendillas, o la angosta callejita del Reloj, que es la que conduce a Ambrosio de Morales. El impactante paso del Cristo yacente en su urna dorada suscitó un hondo silencio en la plaza, donde había muchos padres con hijos pequeños viendo una procesión que es un clásico en cualquier Semana Santa que se precie. El paso iba acompañado por el Trío de Capilla Fernando de las Infantas, que le aportaba a la tarde, ya en el crepúsculo, un tono triste tal como correspondía a la liturgia de la jornada. Detrás del Santo Sepulcro apareció entre el gentío Nuestra Señora del Desconsuelo con María Magdalena, que estrenaba mantolín, y San Juan. El paso iba acompañado por el Coro Cantabile.
La jornada del Viernes Santo se completó con la última cofradía, por orden cronológico, de cuantas salen del Campo de la Verdad a lo largo de la Semana Santa cordobesa. Se trata de la hermandad del Descendimiento, cuyo trayecto se ha acortado mucho debido a la nueva carrera oficial. Echó a andar poco antes de las ocho de la tarde. Cientos de personas vieron pasar a esta hermandad por la Calahorra y el Puente Romano, tanto en la ida como en la vuelta y en lo que era la última estampa cofrade de este enclave tan característico de la Semana Santa cordobesa y de las hermandades del aquel lado del río Guadalquivir. Los dos pasos de esta cofradía regresaron a la popular Parroquia de San José y Espíritu Santo, en el Cerro, pasadas también las dos de la madrugada y metidos en el Sábado Santo. Blanco y rojo en las túnicas de los nazarenos que llegaban tras el largo trayecto y cuyo color parecía aludir a la Resurrección que desde hoy mismo celebrará la Córdoba cofrade con la procesión que saldrá esta mañana desde la iglesia de Santa Marina. La Semana Santa, en fin, que tras un año en el que el clima ha sido un fiel aliado deja sus últimas pinceladas antes de dejar expedito el camino a la primavera festiva y a las hermandades de Gloria. En el recuerdo quedarán sin embargo los instantes vividos en unos días intensos como pocos y que han cumplido las expectativas de hasta el más exigente cofrade de esta ciudad.
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