Cordobeses en la historia

El jarote que sí estuvo buscando la mar bajo los adoquines

  • Ernesto Caballero Castillo nació a la par que el odio entre las dos Españas, burló sus rencores y encaminó sus pasos hacia una senda de libertad, dentro y fuera de las fronteras y los barrotes

HITLER preparaba su genocidio y Lenin terminaba con los movimientos contrarrevolucionarios. En España, Alcalá Zamora presidía la segunda República y Lerroux el Consejo de Ministros durante el Bienio Negro (1934-1936). En ese contexto histórico nació en la calle Alegría de Villanueva de Córdoba, un 9 de mayo de 1935, Ernesto Caballero Castillo, el penúltimo de los cinco hijos de Julián Caballero Vacas y Dolores Castillo Coleto. Él llegaría a ser el primer alcalde comunista de aquel pueblo de Los Pedroches un 7 de marzo de 1936; se empleaba en el campo y, cuando no había peonás, vendía ranas y peces. Ella había aprendido a escribir de chicuela con un zapatero remendón con el que se sentaba a la vuelta de los mandáos. Ya casada, civilmente, trabajaba en la casa y en el campo, segando o cogiendo aceitunas. Así iban sacando adelante a sus hijos: Marina, Alfonsa, Miguel y Ernesto. Para cuando nació la pequeña, Dolores, las circunstancias habían cambiado, como casi siempre para los pobres, a peor.

Con la Revolución de Octubre del 34, Lerroux ordena las detenciones de numerosos líderes sindicalistas y políticos; en el 35 le tocaría a Julián, presidente de Unión Sindical. En la cárcel estaba aquel mayo de 1935 cuando supo que Dolores había alumbrado a su cuarto hijo. Le hizo llegar una nota con los cuatro nombres que deseaba para el niño: José Stalin, Molotov, Voroshilov y Ernesto, por Ernst Thälmann, que fuera Secretario General del Partido Comunista de Alemania. Entre tanta rareza, la mujer eligió este último "que le parecía el menos feo", dice Ernesto Caballero en su libro Vivir con Memoria, un relato terriblemente dulce, editado por El Páramo. Las primeras imágenes que retrata remiten a la noche del 19 de julio de 1936 junto a las hogueras, en el campo, con más familias, y los ruidos mortales de los aviones golpistas bombardeando el pueblo; un niño que corre hacia el refugio, luego una de las cárceles, y los besos y las caricias allá por 1938 de una joven maestra de Villaviciosa llamada Laura Contreras, retratada en estas páginas en el verano de 2009.

Tras la Guerra Civil, con cuatro años, el padre en el Maquis, la madre encarcelada en Córdoba y los hermanos repartidos entre familias, Ernesto es acogido por la de Las Floras, parientes de los Caballero, e instruido en la escuela de Mulitas. Son años de miseria, los del hambre; el chiquillo, con cinco ó seis, come cáscaras de cacahuetes y rebaña lo blanco de las naranjas; pide por las casas, con sus hermanas Alfonsa y Dolores, con el Ave María Purísima en los labios, y quizá el "perdone, por Dios, hermano", que tan magistralmente reflejó Vicente Núñez en La Limosna.

Era ya ayudante de vaquero por un real al día; con siete años, herrero; con nueve pastor, ayudante de retratista a los 10 y, tras la muerte del padre, el 11 de junio de 1947 en la Huesa, guardó las ovejas de El Cardito por una peseta y la comida. Ya leía tebeos de cambiar en los quioscos, y se encandilaba con el cine, si lograba la perra gorda de la entrada.

Dolores, ya viuda, pero madre soltera para los vencedores, se refugia en el barrio de El Naranjo y dos años más tarde reúne a los cinco hijos dispersos en un cuarto de nueve metros. Pero el hambre era más difícil de combatir allí que en su pueblo. Ernesto se hace recovero; con 15 años trabaja como peón de albañil y en 1957 marcha a Sevilla, Montejaque y el Sáhara, cumpliendo el Servicio Militar. En 1955, se enamora de Teodora Aperador Mansilla, de El Guijo, y tres años después, a través de la célula del barrio, comienza a militar en el Partido Comunista, a escuchar la Pirenaica y a vivir la clandestinidad que, en 1960, le obliga a escapar del cine del Padre Ladrillo para evitar la detención. Llega a Madrid en bicicleta y los compañeros de El Pozo del Tío Raimundo le facilitan la salida a Francia. Allí coincide con Carrillo, Líster, Semprún o Benítez Rufo entre otros; aquí, un tribunal militar lo ha juzgado en rebeldía y decretado su busca y captura. Aún así, vuelve a Córdoba para reorganizar el partido en Puente Genil, Montilla y Castro del Río, mientras su familia y Teodora lo creían en la antigua Unión Soviétic. En los 60, la militancia le lleva a Francia, Cuba y la URSS durante seis años, en los que Teodora seguía esperándolo. Las cartas de los enlaces tardaban meses, y cuando en 1966 ella marcha a Francia en su busca, Ernesto estaba en España. Logran un encuentro fugaz en París tres meses más tarde, y a finales de ese año una primera boda, con invitados, tarta y champán "sin curas ni jueces"; a los nueve días es detenido en Barcelona. Luego vendría su hijo Julián y otras cárceles desde Palencia a Granada hasta 1972. Un lema le hace célebre entre los presos: dignidad para rechazar el vino en fila y la censura epistolar, o exigir el usted.

En libertad decide su tercera boda, ahora con juez y complicada sin cura. El 23 de enero de 1973, dice, "nos casó el juez, con desgana y en unos segundos, previos comentarios despectivos de la secretaria", porque Teodora esperaba en pocos meses al segundo hijo, Miguel Ángel. Dos años después Ernesto representaría al PCE en la Junta Democrática, en el Juan XXIII, viviendo aún el General. Fue parlamentario andaluz y nacional con la pureza y la memoria intactas.

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