Ímpetu y luz
Orquesta de Córdoba | Crítica de música
La ficha
***** Destellos de juventud. Segundo concierto de abono de la Orquesta de Córdoba. Programa: Fanny Mendelssohn, Obertura en do mayor. Wolfgang Amadeus Mozart, Concierto para violín n. 3, K. 216. Robert Schumann, Sinfonía n. 1 en si bemol mayor, op. 38. Solista: Ellinor D’Melon, violín. Directora: Beatriz Fernández. Fecha: 23 de octubre de 2025. Lugar: Gran Teatro. Lleno.
Cuando las obras que componen un concierto guardan entre sí cierta relación, el disfrute final suele ser mayor. El carácter optimista y luminoso de las tres piezas (¡y hasta de la propina de la solista!) que conformaron el concierto de ayer fue un rotundo valor añadido que se sumó a la calidad de las composiciones y a la maestría de todos los músicos intervinientes. Y que restó importancia a los aspectos menos brillantes de la interpretación (que atribuyo a la dinámica de ensayos de las orquestas) hasta volverlos insignificantes.
Uno de esos momentos mejorables pudo ser el comienzo algo desajustado de la obertura de Fanny Mendelssohn (1805-1847), pieza de orquestación brillante y enérgica, en la que la autora despliega un elegante equilibrio entre claridad melódica y colorido tímbrico. Utiliza la sección de viento-madera y los metales para añadir matices de dramatismo, aspectos que en seguida hicieron palpables la batuta de la directora valenciana Beatriz Fernández Aucejo y el buen hacer de los profesores de la orquesta.
El Concierto para violín n. 3, en sol mayor, K. 216 de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) es un ejemplo bellísimo de las cualidades del estilo clásico: claridad formal, simetría, expresión directa… Fue un placer escuchar el fraseo limpio, delicado y lleno de matices dinámicos de la solista jamaicana Ellinor D’Melon.
Su lirismo, unido al de Beatriz Fernández y los músicos de la orquesta, dio lugar al que fue para mí el momento mágico de la velada: el adagio del concierto. Celebrado como uno de los movimientos lentos más hermosos y logrados del joven Mozart (¡19 años!), la delicadeza de este fragmento emocionó con una orquesta que supo ser un suave susurro para el canto del violín.
Tras el rondó final, lleno de sorpresas y simpáticas complicidades expresivas entre la solista y la orquesta, y tras dos largas tandas de aplausos, Ellinor D’Melon nos regaló fuera de programa un fragmento de Johan Sebastian Bach (1685-1750): el reflexivo Andante de la Sonata n. 2 para violín solo BWV 1003. Aunque la sonata está en la menor, este movimiento en concreto está en la tonalidad de do mayor: la de la luz, la esperanza y la calma. La versión ofrecida por la solista, en un tempo más bien animado, destacaba más el aspecto luminoso como de resurrección de esta página memorable. Una delicia.
La segunda parte estuvo dedicada a la Sinfonía n. 1 “Primavera” de Robert Schumann (1810-1856), obra en la que nuevamente el optimismo se expresa combinando elementos clásicos y destellos de juvenil romanticismo. Aunque reaparecieran incidentalmente algunas sombras de ajuste del tipo de los reseñadas al comienzo, la interpretación tuvo innumerables aciertos y momentos sublimes con hallazgos muy personales de la dirección de Beatriz Fernández: la energía de los juegos del scherzo o el jubiloso final, por ejemplo. Y con sobradas muestras de solidez de la orquesta: el empaste del tierno larghetto.
Gracias a la Orquesta de Córdoba, a Beatriz Fernández y a Ellinor D’Melon por esta dosis tan necesaria de eterna primavera.
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