El ideólogo, traductor y descubridor de Cántico

Cordobeses en la historia

Ricardo Molina Tenor llegó a Córdoba siendo adolescente, sintió y sufrió sus calles y se fundió con ella en cada uno de sus cantes, sus escarchas, sus sudores y soledades.

Azulejo en la calle de los Lineros.
Azulejo en la calle de los Lineros.
Matilde Cabello

18 de septiembre 2011 - 01:00

A QUEL 28 de diciembre de 1917 gobernaba la ciudad José Sanz Noguer, mientras al ex-alcalde Manuel Enríquez Barrios se le moría su joven esposa, María, madre de sus siete hijos. Córdoba era lo más parecido a una gran urbe para el niño que nacía a orillas del Genil, donde el membrillo aromaba los graneros y las sábanas en las cómodas. Eran las primeras sensaciones de un poeta que llevaría el nombre y los paisajes de Puente Genil hasta la calle cordobesa de las Badanas, para confundirlo y fundirlo con sus sensaciones y versos.

Le pusieron de nombre Ricardo Antonio de San Francisco de Sales, y llevó los apellidos de Molina y Tenor. Sus primeros recuerdos los desglosa él mismo en un documento rescatado por José María de la Torre, autor de La obra poética de Ricardo Molina y uno de los estudiosos que más ha ahondado en la vida y la obra de este poeta, que rememora en su diario su temprano amor por la naturaleza pura y los misterios insondables.

Ricardo Molina, en 1925, cuando llega a Córdoba, lo hace junto al padre y los tres hermanos, instalándose, posiblemente, en el entorno de la calle de los Lineros, de la que nunca se alejó sentimentalmente. De su madre hace mención en mayo del 45, y todavía vive junto a ella. Aquí en Córdoba estuvo hasta 1934, en que marchó a Sevilla para estudiar Filosofía y Letras en aquella Facultad. Pero su carrera se interrumpió en el primer curso; más concretamente en las vacaciones de 1936. La fecha quedó también señalada en el diario que rescata de la Torre: "Diario anterior a mi aislamiento en el Batallón. 18 de julio de 1936: baño en la alberca. Oíamos cañonazos desde la azotea. Paso allí la noche. Vuelvo a Córdoba el 19 por la mañana (…) Empiezo los Poemas de agosto, interrumpidos. Bombardeo en la calle Badanas".

Su militancia en el bando golpista fue voluntaria hasta 1938. Luego, en 1940, aparece ya como licenciado en Geografía e Historia, sin que se tenga noticia de su regreso a Sevilla para concluir aquellos estudios de Filosofía y Letras que inició en el curso 1935-36. Dada la fórmula que se implantó en los años 40 para suplir la carencia de maestros, profesores, abogados u otras profesiones que sufrieron bajas masivas, es posible que, como tantos, obtuviera el título en un solo examen. Con el de profesor impartió la docencia en diferentes academias y centros, compaginándolas con clases particulares en su casa de la calle de los Lineros, que hoy se señala con una placa; esta labor no se vio sin embargo reconocida por el Estado hasta unos años antes de su muerte, en que entra a formar parte del Cuerpo de Funcionarios.

En 1939 había ya contactado con Juan Bernier, con quien compartió la pasión por la poesía y la soledad de un hombre, extremadamente sensible, en un ambiente excesivamente asfixiante. Juntos atravesaron los primeros años de post-guerra, evocando en secreto a Antonio Machado y a otros grandes, entonces prohibidos, y en 1943 comienzan los hallazgos de poetas, más jóvenes como Pablo García Baena, o heridos por el tiempo y la soledad como el bueno de Mario López. Cristalizará en la celebérrima revista Cántico, ilustrada por Miguel del Moral y posteriormente por Ginés Liébana, de la que Ricardo fue uno de los principales valedores.

Todo se ha dicho sobre el grupo Cántico y su revista, aunque pocas veces ha conocido el gran público la labor de traductores que en ella llevaron a cabo tanto Julio Aumente como Ricardo Molina, entre otras la Segunda Gran Oda de Paul Claudel o de algunos fragmentos de Les Nourritures Terrestres del Nobel André Gide. En el otro extremo nos dejó un paseo intimista por Córdoba en sus plazas, y la creación del Concurso Nacional de Arte Flamenco en 1956.

Hombre cultísimo, portador de una voz singular, en 1945 aparece su primer poemario, El río de los ángeles, que sería igualmente su primer libro; en el 48 verían la luz tres poemas y el que muchos consideran su gran obra: Elegías de Sandua. Con estos últimos quiso obtener el premio Adonais, que lograría al año siguiente con otro título, Corimbo, a juicio de la mayoría de los críticos de menos altura. Pero lo logró, tal vez, porque en él confesaba "Querer es poder, porque me he educado en la serenidad, en la soledad, en el silencio -¡qué tres "s" fecundas!-, y yo no quiero nunca lo que no puedo; ni siquiera lo deseo. Es demasiado vulgar". La tristeza y la frustración le invaden por momentos, hasta el extremo de pensar que la muerte sería una forma de paliar el sufrimiento. Otras veces, sus reflexiones destilan la amargura de saberse mejor que quienes están más reconocidos aún con una obra más escasa en calidad y en cantidad; la conciencia, en definitiva, de estar escribiendo para el futuro que nunca podrá gozar.

Si Vicente Núñez se sintió en su biblioteca de Poley como Kavafis en la suya de Alejandría, luego sería Pablo quien comparara la relación de Ricardo Molina con Córdoba con la de este poeta egipcio con su ciudad, al decir: "Los dos poetas se anudan estrechamente a las dos ciudades históricas en que viven hasta tal punto que no podemos separar su obra (…) de la escenografía de una Córdoba aún bella, con areneros, con posadas, con campanas y patios…". En el mismo texto, su Última elegía al amigo, describe el encuentro con una lápida junto a la ribera, que señala la fecha de la muerte: "Encontré allí su nombre en la modesta losa: Ricardo Molina, 23 de enero de 1968. Una fecha lejana desde esta tarde que nublan, bajas, las aguilillas".

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