"Hay gente que se atreve a ningunear lo que significa la Mezquita"

josé maría baez. pintor

El artista, residente en Córdoba desde los años 60, revisa en un libro recién publicado la iconografía que la ciudad ha generado desde el XVI hasta la actualidad

José María Baez, en el bulevar Gran Capitán.

04 de mayo 2014 - 01:00

PINTOR, comisario de exposiciones, escritor y gestor cultural, José María Baez (Jerez de la Frontera, 1949) ha presentado en la Feria del Libro Imágenes y visiones de Córdoba (Los Sentidos Ediciones), un sugerente recorrido por la historia de la ciudad en los últimos cinco siglos desde el punto de vista de su proyección iconográfica.

-A la hora de definir y proyectar un imaginario visual propio, ¿qué elementos han distinguido a Córdoba?

-Yo enumero cuatro diferentes momentos y perspectivas. Una es la de Wyngaerde del siglo XVI, que es una visión general de la ciudad. En el siglo XVII, la de Baldi, que es el arquitecto y pintor que acompaña a Cosme de Médicis en su viaje y que, influenciado por las modas que estaba imponiendo desde Roma Anniballe Carracci, la idea del paisaje ideal, se inventa una perspectiva más ruralizada y campestre, obtenida desde lo que hoy es el Balcón del Guadalquivir. Al mismo tiempo que más campestre, también es una perspectiva más escorada, más en consonancia con la línea del barroco. Nos tenemos que ir ya al siglo XIX, al principio del cual (estamos en el neoclasicismo) el arquitecto François Ligier traza una síntesis más didáctica y se centra exclusivamente en el núcleo del Puente Romano, la Puerta de Puente y la Mezquita. A mitad del siglo, dentro de las coordenadas del romanticismo, llega otra visión con Vivian, artista inglés muy influenciado por Constable y por la predilección de los ingleses por el paisajismo. Una visión urbana de Córdoba más vinculada a los paisajes y la masa arbórea, desde la alameda del Corregidor. Reduce mucho el espectro monumental de la ciudad, que se concreta en el Puente Romano y la Calahorra. Esas son las cuatro visiones que ha generado la ciudad como tal, las cuatro imágenes más potentes. Luego ha habido particularidades y tanteos diferentes.

-¿La globalización y la homogeneización cultural están favoreciendo de alguna manera la proyección de los imaginarios locales?

-Independientemente de la globalización, creo que ese fenómeno se habría producido. En mi opinión lo que sí tenemos es una mala lectura de por qué han pasado las cosas y por qué se nos han impuesto. La memora es muy frágil y lo que más pronto perdemos es el recuerdo de por qué se hacen las cosas. Las imágenes, muy potentes de por sí, nos dan una idea a veces equivocada. Las imágenes se producen por una causa y nacen en un contexto histórico. Tenemos que analizar cuál ha sido ese desencadenante para interpretarlas bien. Cuando carecemos de ese análisis y ese contexto histórico, caemos en errores. Y automáticamente de ahí ya surgen manipulaciones, mitificaciones, etcétera.

-Muchos foráneos se han sentido atraídos por Córdoba en términos de exotismo, por su conexión orientalizante. ¿En qué medida ha perjudicado o beneficiado esto la proyección de la ciudad?

-No es la ciudad la que atraía sino la historia de la ciudad. Cuando los viajeros venían aquí se encontraban con una ciudad provinciana y aletargada que no tenía nada que ver con ese imaginario. Lo único que mantenía este hilo que había motivado el viaje y el descubrimiento era la Mezquita. En realidad, toda esta catarata del descubrimiento de España se produce a partir de la Guerra de la Independencia: a partir de la presencia de los ejércitos franceses e ingleses se produce el desvelamiento general del país. Y también porque España había quedado completamente al margen de las rutas y los contactos con Europa. Era un territorio excesivamente lejano. El siglo XIX está muy fascinado por la Edad Media y eso se potencia con el romanticismo, que es un movimiento efímero, dura unos quince años, pero que deja muchísima huella, hasta el punto de que deja una serie de sucesores y continuadores que no están en la misma onda pero mantienen el imaginario de lo exótico. España resulta muy atractiva en este sentido porque puede lucir un pasado oriental completamente diferenciado. Todo esto también viene motivado de alguna forma por Delacroix, un pintor que tuvo un enorme éxito en su momento retratando una realidad que existía en Marruecos. Otra serie de pintores siguen esta onda y los escenarios andaluces les sirven perfectamente para estos ambientes extraños y singulares que perseguían. El problema es que luego nosotros acabamos creyéndonos eso. Pero también hay una reacción española: Parcerisa marca la diferencia respecto a las intenciones de los extranjeros. Mientras que estos habían buscado siempre el rasgo diferencial, Parcerisa busca los puntos de contacto de la cultura española con la europea. Por eso es el primero que refleja elementos de una arquitectura que como el gótico y el renacimiento fueron comunes en toda Europa: son auténticos estilos europeos. En su colección de estampas cordobesas están las iglesias de San Lorenzo, Santa Marina y San Miguel, el Hospital de San Sebastián… Aquí lo que hay es una pulsión política para normalizar la visión del país, una intencionalidad que se hace desde España y en el siglo XIX.

-¿Cuáles han sido los escritores e intelectuales más perspicaces a la hora de captar las esencias de la ciudad?

-En general los escritores suelen tener un ojo no muy educado, les cuesta más trabajo analizar las cosas porque están más acostumbrados al ámbito de la reflexión literaria. Suelen ser bastante convencionales en sus descripciones. En el caso de la Mezquita hay una especie de catarata de convencionalismos que se van sucediendo, es difícil encontrar algo que sea singular. Se incide mucho en el rechazo de la construcción cristiana. Hay una visión que sí me interesa mucho que es la del crítico alemán Julius Meier-Graefe, una de las cabezas pensantes más maravillosas del siglo XX, que entronca todos los discursos del siglo XIX con la modernidad y nos da paso a la percepción contemporánea del arte. Él estuvo en España, vino para estudiar a Velázquez y se entusiasmó con El Greco. Publicó un libro sobre su viaje español, que curiosamente no está publicado en español, en el que sorprendentemente muestra que no entendió la Mezquita. Reconoce con honestidad que él no estaba preparado para analizar y enjuiciar ese monumento. Venía de una práctica analítica completamente diferente. Hoy vemos con mucha frecuencia que hay gente que ningunea lo que significa la Mezquita. El templo musulmán se erige sin capacidad de simbología, a diferencia de las construcciones cristianas. Son parámetros completamente distintos y a veces esto cuesta trabajo entenderlo. Ahora, con la polémica reciente, hay gente que se atreve a ningunear lo que significa la Mezquita, el alarde maravilloso de ingenio que consiste en construir algo dándole la vuelta a la normativa: el arquitecto de la primera Mezquita hace una operación milagrosa en la que lo diáfano queda abajo y lo pesado está arriba, rompiendo todas las reglas, una cosa verdaderamente sorprendente. Y los siguientes arquitectos respetaron y ampliaron este concepto, incluso además se atrevieron a hacer esa cosa maravillosa que son los arcos cruzados. Todo esto cuesta entenderlo todavía hoy porque estamos acostumbrados a la interpretación de los templos desde otro punto de vista.

-Ese gran imperio de la Mezquita como icono de Córdoba, ¿ha lastrado la proyección de otras realidades?

-El problema surge porque desde el momento en que ese icono empieza a proyectarse internacionalmente, es el único que hay verdaderamente llamativo en Córdoba. El patrimonio se ha ido desvelando a lo largo del siglo XX, un patrimonio que había que desvelar porque estaba secuestrado bajo distintas capas. Se dio a lo largo del siglo una serie de procesos de rehabilitación y mejora, sobre todo a partir de los años 50 con Antonio Cruz Conde. También es verdad que la visión que se tenía antes de la Mezquita no es la que tenemos ahora. Cuando viene Benedetto Croce a principios del siglo XX, lo que le llama la atención es lo feas que son las capillas laterales. Sin embargo, hoy, con el proceso que el Cabildo lleva a cabo de reforma de esas capillas, parecen maravillosas. El patrimonio de Córdoba ha sufrido ese desfase del tiempo, y también hay que reconocer las incapacidades de la ciudad, como a la hora de actuar conjuntamente, de elaborar un programa con un cierto análisis de qué es Córdoba… La ciudad se ha ido dejando, y hablo desde el punto de vista político: nadie se para a pensar realmente qué queremos de ella, hay pocas iniciativas en este sentido. Y además Córdoba no ha sabido generar ningún otro talismán de la importancia de la Mezquita.

-¿Es partidario de la titularidad pública de la Mezquita?

-Yo creo que lo que no era necesario es promover todo esto. Se ha creado una polémica falsa e innecesaria, en mi opinión.

-¿Cómo se ha llevado Córdoba con la modernidad?

-De una manera rara. Toda Andalucía quedó muy fijada en el costumbrismo del siglo XIX y a partir de ahí se crearon muchas cosas que falsearon un poco la propia historia de nuestro territorio. Estamos demasiado supeditados a festejos populares de una tradición relativamente reciente y a situaciones que nos van encauzando y que nos impiden tener una visión mucho más abierta y generosa respecto a lo que han significado posteriormente los discursos del arte. Lo que sí ha tenido Córdoba es ejemplos aislados de los que se puede enorgullecer porque no son fáciles de encontrar en otro sitio.

-¿Las ciudades son propensas a generar imaginarios demasiado estereotipados de sí mismas?

-Sí, eso es habitual. Es como cuando tú intentas hacer un titular y sintetizar en él algo de lo que se está hablando. En el momento en que intentas hacer una síntesis corres el riesgo de reducir el mensaje al puro enunciado.

-¿Medina Azahara es un recurso desaprovechado?

-No necesariamente. En Medina Azahara se ha hecho bastante respecto a lo que era. Pero hay que partir de la base de que, desde el punto de vista de que es una ruina arqueológica, tiene la capacidad que tiene. No se le pueden pedir peras al olmo. La mayoría de la gente no tiene capacidad, a pesar de los intentos pedagógicos, para asimilar la grandeza de lo que pudo haber sido.

-¿El problema de Córdoba ha sido y es la falta de unas élites mejores?

-Yo diría eso y también que el problema llega cuando los intereses que se anteponen son los personales en lugar de los colectivos. Y pasa en todos los ámbitos.

-¿La Capitalidad Cultural representaba una verdadera oportunidad para dar un salto adelante?

-Un salto adelante no, pero evidentemente era una oportunidad para haber hecho proyectos de interés.

-Lleva más de 50 años en Córdoba. ¿Qué destaca de la evolución de la ciudad en este tiempo?

-Ha cambiado como todo el país, política y socialmente. Yo conozco la Córdoba de la dictadura franquista y luego vinieron la liberación política de la Transición, el desarrollo económico, la incorporación al mercado común…, toda una serie de circunstancias que han ido transformando y mejorando la ciudad y el país. Yo siempre he estado vinculado a barrios, he vivido en Cañero, la Viñuela…, en sitios en los que he encontrado gente extraordinaria, generosa, sin malicia, solidaria. Una sensación de barrio que te abrigaba. Esa siguen siendo para mí la imagen más fuerte de la ciudad. Cuando te haces más profesional y empiezas a conocer otras cosas también empiezas a ver soberbias y egos, cosas raras, malos humores… Pero yo he intentado permanecer en un plano más bien secundario, que es algo que aprendí de Miró, que cuando empezó a tener proyección fuera de Barcelona se distanció un poco de la ciudad. Porque enquistarte en el ámbito local te roba muchas energías. No es que no me interesen las cosas de la ciudad sino que me interesan de otra forma. Y lo que me interesa es trabajar y hacer cosas por la ciudad sin pensar en el beneficio y las opiniones contrarias.

-¿Cómo se gestiona en Córdoba la cultura desde lo público?

-La cultura desde lo público siempre tiene un problema. Normalmente los políticos gestores de la cultura cuando llegan al poder centran su discurso en que quieren ayudar a los creadores cordobeses. Y yo siempre digo que eso es un disparate, un discurso erróneo. Un político debe poner su gestión cultural al servicio de la ciudad. No al servicio de un colectivo. Cuando un abogado termina la carrera no se va al Ayuntamiento a pedir una plaza y a que le den trabajo: se mete en el mercado laboral e intenta hacerse camino. Un pintor tiene que asumir un riesgo: implicarse en un mercado. La gestión cultural tiene que estar al servicio de la ciudad, no de los creadores.

-En algunas dimensiones, ¿Córdoba se paró en Romero de Torres?

-No. Hay que aclarar que Romero de Torres, que hoy nos parece un paradigma indiscutible, en su momento fue muy discutido. Su cartel de 1912 fue muy criticado por la ciudad por la imagen de tristeza que emanaba. La gente no se veía representada en ese cartel; ha pasado el tiempo y eso ha vuelto de forma distinta. En los años 50 hay dos fenómenos importantes, Rafael de La-Hoz y Equipo 57, y después Pepe Espaliú, que tuvo una proyección nacional muy considerable. No es fácil para una ciudad generar creadores de gran talento como estos.

-¿Sigue buscando en la pintura lo que buscaba cuando empezó?

-Yo llevo dos años con una cosa completamente distinta, con papeles que recorto… Pero básicamente sigo siendo lo mismo, nunca he renunciado a las herramientas con las que siempre he trabajado: el color, la práctica artesanal de la pintura. Yo valoro cosas que hoy no tienen una gran proyección como el gusto por los materiales. En el mundo del arte las cosas no son tan fáciles, no todo se reduce a una cuestión evolutiva; cuando creemos que un tema se ha agotado, sorprendentemente nos da nuevas posibilidades. Por eso nunca se puede decir taxativamente que la pintura ha muerto, hay bucles que van apareciendo. Yo he logrado aceptar que no siempre vas a tener una aceptación general, eso es muy difícil, y me he dado cuenta de que en ocasiones lo que parece que se recibe con desdén, con el paso del tiempo se acaba aceptando.

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