El genio de la dramaturgia que no quiso ser funcionario de Justicia

Cordobeses en la historia

Paco Morán fue en su infancia un niño alegre y cómico, con todas las características del creador polifacético y el talento que, crecido sobre los escenarios, alcanza el culmen de la interpretación

El genio de la dramaturgia que no quiso ser funcionario de Justicia
El genio de la dramaturgia que no quiso ser funcionario de Justicia

17 de mayo 2009 - 01:00

GREGORIO Morán Vargas-Machuca iba diariamente de la antigua estación a la calle Alonso de Burgos, donde el ferroviario vivía con su mujer, Ana Ruiz Sánchez, sastra de profesión y almodovense de origen. Mientras por el siglo pasado transcurrían la dictadura de Primo de Rivera, la II República y 1936, fueron llegando Gregorio, Francisco y, los mellizos, Maruja y Rafael, nacidos todos en la casa materna de la calle el Santo de Almodóvar, donde una placa perpetúa el 9 de noviembre de 1930, día en el que vio la luz el segundo de sus hijos, Paco Morán Ruiz. Recuperada del parto, Ana volvía a Alonso de Burgos, a sus piezas de tela y a los pespuntes que, cuando llegaba febrero, convertía en pequeños disfraces o en la excepcional galería de tipos infantiles que conforman el álbum familiar de sus hijos. Uno de ellos, provoca la primera aparición en la prensa del actor, con sólo dieciocho meses, vestido ya de galán.

El gusto por la transfiguración seguiría tan latente en él como la alegría que Ana puso en su infancia, a caballo entre la alberca cordobesa de Santana, con turnos de lunes y miércoles para las mujeres, y la huerta del abuelo en Almodóvar. A la primera, recuerda, iban "muy contentos con unos meyba a cuadros, muy modernos, que nos hizo mi madre a todos, hasta que uno dijo: ¡Cuidado, que se tiran los manteles!"; de la segunda recuerda al abuelo Pedro -que lo adoraba-, bajo el emparrado del porche con frutos donde estaba el pequeño Paquito en 1936. Vitalista y positivo, sólo recuerda de aquel julio la presencia de un miliciano que "llegó, cogió un peine que había en la mesa, se peinó, se lo guardó en el bolsillo, mordió un pepino y se marchó". No tiene otro recuerdo de la guerra "o quizá sí, nuestra casa, con mucha luz, cuando pasaban los aviones (no sé si republicanos o nacionales) y nos ponían sobre un colchón. Otras veces, nos llevaban al refugio de San Nicolás". Y recuerda los viajes a Torremolinos y a Madrid, agotando el kilométrico del padre, a solas con sus hermanos, todos niños.

Estudió en los Salesianos y, con 12 años, diciendo que tenía 14, entró a trabajar con el constructor Vargas Aguilera que acabó marchándose a América, no sin antes preguntarle donde quería que lo recomendase. "Le dije que quería ser dependiente en La Campana. Cosas de la edad. Me encantaba estar allí, con el babero que me hizo mi madre, vendiendo clavos y sartenes. Y, encima, escaparatista ¡en una ferretería! con martillos y mazos ¿qué escaparate montaría? Ea, pues me gustaba". Su voz, profunda, evocadora y tremendamente varonil, gustó también a Federico Algarra. En Radio Córdoba EAJ-24, creó el programa Viajar por España encarnando a dos personajes (padre y niño), pionero y antecedente del Sardá y el Casamajó de los 80; como lo fue luciendo la ropa de Muñoz y Salcedo, cuando su nombre fue el primero en pronunciarse en los desfiles, rompiendo el anonimato de los modelos.

Con 17 años ingresó en el Conservatorio, donde terminó Arte Dramático y Declamación; aprobó sus primeras oposiciones a la Administración de Justicia e hizo giras de actor, cumplidos los 20, por el antiguo Protectorado marroquí y el norte de la Península, siendo cofundador del Teatro Español Universitario en Córdoba e incipiente diseñador gráfico, autor de la etiqueta que pervive en las botellas del Moriles-47. En 1946 tenía plaza de funcionario en el Tribunal Supremo, pero no quiso abandonar su ciudad. La marcha, como con tantos grandes personajes cordobeses, fue forzada, tras la eliminación de su programa de la emisión local, a pesar del éxito rotundo de audiencia. Entre las intercesiones de sus seguidores y amigos, ante las que Algarra no cedió, se produjo una recomendación de Matías Prats para RTVE en 1957. El resultado lo define esta frase del maestro de la radio: "A Paco lo dejé en el primer escalón y él sólo, sin molestarme más, ha subido a la azotea". El mismo resultado obtuvo la confianza que Guerrero Zamora puso en él, al ofrecerle su Otelo, en 1963. "Sabía que me lo jugaba todo. Podía salir para siempre, pero fueron veinte minutos de antología que hicieron que se bloquearan los teléfonos". Comienza ahí una carrera imparable que lo convierte, por méritos propios, en uno de los actores más conocidos y valorados del mítico Estudio-1 y otras series de la pequeña pantalla, donde llega a protagonizar más de 2.500 representaciones, al margen de sus intervenciones en el cine. Pero su vocación seguía siendo el teatro. De su mano y con Irene Gutiérrez Caba, llegó a la ciudad Condal en el 69, con El Apagón, cosechando un éxito rotundo que sigue un camino ascendente en La extraña pareja, La jaula de las locas o El enfermo imaginario, con la que anoche hizo doblete "algo que sólo hago en Córdoba, mi tierra ". Y sin dejar de visitarla ni de ejercer de cordobés, tiene su residencia en Barcelona desde los años 70, donde pinta acuarelas para él, mimado por un público que lo venera, lo adula y lo interpela en catalán, dentro de un cariño mutuo al que siempre corresponde en castellano y con su peculiar seseo.

Su trayectoria ha sido premiada con numerosos reconocimientos nacionales, como la Medalla de Oro de las Bellas Artes o el Micrófono de Oro de la Asociación de Radiofonistas de España, que menciona con una humildad que se torna emoción al recordar su elección como pregonero del Carnaval de Córdoba en 2003, un regalo y un honor impagable para quienes son, y se sienten, hijos del Sur.

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