Frutería Ayala: la tercera generación de un clásico en el corazón de Santa Rosa

Comercios con historia

El establecimiento, que nació como un ultramarinos de la mano de José Ayala, lleva más de 65 años en el barrio

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Frutería Ayala, en Santa Rosa

En la calle Santa Rosa número 2, en pleno corazón del barrio homónimo, hay un comercio que tiene más de medio siglo de historia, de ahí la popularidad entre los vecinos de un negocio que abre desde primera hora de la mañana. Es la Frutería Ayala, y hoy es su tercera generación, Susana Ayala, quien se encarga de levantar la persiana todos los días. Aunque ella no viva en el barrio, sí se siente parte de él, porque lleva allí toda la vida. No en vano fue su abuelo, José Ayala, el que inauguró el establecimiento hace unos 65 años.

“Esto empezó siendo un local, y a partir de lo que es el mural es donde vivían ellos", comenta Susana para describir el lugar que fundó su abuelo. En aquellos primeros años de vida, como era común en la época, este comercio no era tan especializado, sino que se dedicaba a vender diferentes productos. "Esto era un ultramarinos, donde había latillas, harina al peso, como antiguamente, azúcar, aceite... Fue cuando se jubiló mi abuelo, cuando mi padre cogio la tienda y la fue convirtiendo en frutería, aunque en un rincón pequeño incluso había carnicería”, describe la actual dueña.

Frutería Ayala es un negocio familiar donde cada uno de los dependientes que ha pasado por ella ha ido aprendiendo del otro, para dar el mejor trato al cliente y consolidar todos los años de experiencia que cargan a sus hombros. “Siempre ha sido de nuestra familia, hemos trabajado siempre nosotros. Hace dos años, se jubiló mi padre y me quedé yo”, sintetiza Susana, a quien la idea de estar detrás de aquel mostrador siempre le rondó la cabeza: “Una vez que yo ya dejé de estudiar, sabía que esto era lo mío. Empecé con 16 años y tengo 43, llevo toda la vida aquí".

A pesar de su experiencia, describe su trabajo como una tarea que cada día le sorprende. "Aquí te enseña el día a día, los clientes te enseñan, yo les enseño a ellos... aunque mi padre fue un maestro increíble. Me ha enseñado el trato con la gente, de la fruta, yo he tenido un pedazo de maestro, estoy orgullosa de ser la tercera generación", señala emocionada la frutera.

Actualmente, en los meses finales de este 2025, Susana tiene un compañero, ya que “esto sigue funcionando” y necesita a alguien que le ayude con las tareas propias del negocio. Abre de lunes a sábado y los tres primeros días de la semana también por la tarde, aunque “la gente viene más por la mañana, la tarde es más tranquila". "Yo me despierto a las cuatro y media de la mañana, los fruteros empezamos a esa hora, porque tenemos que llegar, comprar y luego montar la frutería, que entre el producto por los ojos", describe Susana mientras recuerda ese trabajo laborioso de los comerciantes que no siempre se ve.

Ayala coloca algunas frutas en sus cajas. / El Día

Como cada comercio, en la Frutería Ayala también existe una especialidad que llama más la atención de los clientes. “Lo que más vendo son melones, su época para mí es la mejor. Fíjate que se está terminado y sigo vendiendo", apunta Ayala, que asegura que puede vender alrededor de 300 o 400 kilos porque "con verlos, ya sé elegir un buen melón". Además, añade que también tiene mucha salida "la naranja, ahora cuando entra”.

Aunque las modas con los tiempos también han llegado a la fruta y el catálogo de productos ha dado la bienvenida a nuevos manjares, por ejemplo, “la pitaya, el pepinillo este pequeñito, la papaya, el aguacate... Yo vendo también mucho para ensalada, incluso hacen salmorejo con él”, recuerda Susana.

Con respecto a las estaciones, también hay preferencias: “Verde en verano no hay nada, todo es a partir de otoño. Ahora mismo lo que más se vende es la naranja, la mandarina, el plátano, la castaña, las nueces... aunque las naranjas y peras están siempre”, añade. Para Navidad, Ayala ya lo tiene todo pensado: “Dos días antes empezamos a encargar las uvas", señala, recordando que el sábado del reciente puente se quedó a las 13:00 "sin un montón de cosas y te da mucho apuro decir que no tienes algo, por eso cerré".

Con los clientes, la confianza y la complicidad es tangible, pues “después de tantos años el trato es especial, sobre todo con la gente mayor que me ha visto de pequeña”, recuerda Susana, que no quiere pensar mucho en el futuro, en una cuarta generación del negocio: "Yo tengo un niño, pero la verdad es que no me gustaría, porque es mucho trabajo, aunque a mí me ha gustado siempre, por mucho que mi padre me dijera lo que era y que teníamos que estar a pie del cañón".

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