El estudiante de leyes que siguió a la farándula y murió en escena cervantina
Cordobeses en la historia
Ricardo Garrido Poole tuvo mezcolanza británica, gallega y cordobesa, gozó de los privilegios de la alta sociedad local y la abandonó por la bohemia, antes de triunfar como actor.



A las faldas de la Peña Roja, que dio nombre a la capital del Guadiato, las industrias del Cerco comenzaban a languidecer en la orilla de las casonas dieciochescas conocidas como "las de los ingenieros" franceses. Los hubo también ingleses, como Henry Poole, que al unir su apellido al de Sánchez Peña se quedó en el antiguo palacete de los Condes de Cabra, de la calle Torrijos, donde nació Mariana, conocida en la alta sociedad cordobesa como Nani.
En marzo de 1928 la joven había creado la primera asociación de poetisas del Liceo Artístico Literario y sus versos eran ya tan populares como su belleza, resaltada por El Defensor de Córdoba, al día siguiente de su boda. Vestida con satén de seda y "manto plateado", había contraído matrimonio en la iglesia de la Compañía, con Nicasio Luis Garrido, miembro de una saga de abogados catalanes e hijo de gallega, que pasó por Córdoba y se quedó, por Mariana.
El primer hijo, José Luis, murió al año de nacer, antes de llegar Enrique, Ricardo, Lucía, Mercedes y Luis Fernando Garrido, a la postre, conocido periodista deportivo. Pero no sería éste el único hijo popular de la pareja. El 20 de noviembre de 1931 las mismas páginas de sociedad de El Defensor que anunciaron su enlace, los felicitaba por el nacimiento de "un hermoso niño" al que llamarían Ricardo. Creció sano y feliz, en una Córdoba hambrienta y gris; disfrutó por igual de las fiestas del Círculo y de los veraneos en Punta Umbría, donde la huella de las explotaciones mineras de la cuenca del Río Tinto, dejó la impronta de las casonas peñarriblenses de la Sociedad Metalúrgica. Estudió el bachiller en Cultura Española (que luego sería La Salle) y lo enviaron al internado jesuita del Palo malagueño, antes de iniciar sus estudios de Derecho.
Ni el esmero del trato familiar ni la severa disciplina de los distintos colegios, lograron doblegar el carácter inquieto del muchacho, guapo, bien formado física e intelectualmente y dotado de una elegancia innata, como lo fueran tal vez sus inquietudes, sosegadas por el deporte y la fiesta taurina. En esos tiempos de desorientación y búsqueda, que tantos y tan grandes artistas atraviesan, fue futbolista, actividad para la que tuvo excepcionales cualidades, llegando a destacar en los extremos del Club Imperial. Vestido de luces, actuó en la famosa Becerrada de la Mujer Cordobesa que instaurara Guerrita, y como actor, en grupos locales de teatro. Así conjugaba sus pasiones con la ilusión de los padres de verlo licenciado en Derecho.
En 1954, estando en cuarto de carrera, la Compañía de Teatro de José Tamayo representaba en Córdoba La muerte de un viajante, obra maestra del fracaso personal y profesional, de los abismos generacionales, de la tristeza de la incomunicación y de la consciencia de los sueños perdidos como agua entre los dedos. Ante la creación de Arthur Miller, Ricardo Garrido descubrió su verdadera vocación y "sin pensárselo dos veces, y con el total rechazo de la familia" -recuerda su hermano Enrique- se marchó tras la Compañía hasta que logró que Tamayo lo admitiese como meritorio en su elenco". Con ellos inició su etapa de artista de tournée y, tras cerrar ésta, se marchó seis meses a París, donde sobrevivió de camarero o como modelo; otras veces sin más sustento que el sueño de consagrase como actor y algún dinero que pedía a su hermano Enrique, ya con despacho en Córdoba. Fue otro Enrique (Diosdado), a quien siempre consideró su maestro, el que le abrió las puertas de la Ciudad Condal.
En Barcelona conoció a Julita Martínez, que 11 años después protagonizaría la popularísima serie televisiva La casa de los Martínez. Se habían casado en el 55 y sus padres conocieron la noticia por la prensa. Ya tenía en su haber algunos trabajos en el cine y gozaba de popularidad, principalmente por sus actuaciones en las series de sobremesa de la única televisión del país, medio que abandonó finalmente para volcarse de lleno en el teatro, donde cosechó éxitos notables. El de mayor repercusión nacional,se produjo sobre el escenario del Goya de Madrid, con ¿Quién teme a Virginia Wolf? compartiendo escenario con Mari Carrillo y su maestro Diosdado. No le había ido a la zaga Irma la dulce, La casa de las Chivas o Sí quiero, entre otras muchas, que le condujeron a las tres funciones diarias, en dos teatros madrileños diferentes: el Goya y el Café Teatro de Alonso Millán de donde salía pasadas las tres de la mañana. En el escenario estaba el 3 de octubre de 1973; sobre él se desplomó. "Y la gente se reía -cuenta Enrique- porque creían que era parte de la obra; hasta que Marisol Ayuso, que era su partenaire, tuvo que quitarse la peluca y dirigirse al público pidiendo un médico". Su muerte produjo gran impacto entre el público y una enorme tristeza entre quienes le querían, que fueron muchos. Concha Velasco lo adoraba, Mari Carrillo lo consideró siempre su hijo y Julita, con quien tenía una niña de siete años, no volvió a casarse ni se le conoció otro amor.
Cuando la familia llegó a Madrid, estaba todo hecho; Alonso Millán había comprado un nicho a perpetuidad que sufragaron entre sus compañeros, y el cuerpo de aquel muchacho que vistió de luces en Los Tejares, y murió sobre el escenario como Moliere, quedó sepultado en el barrio de las Ventas madrileño.
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