Córdoba

Algo más que un elemento estético

  • El Puente Romano fue hasta 1953 la única conexión entre las dos orillas del río · Las riadas y las acciones militares fueron las causas que motivaron las sucesivas obras de reconstrucción

El Puente Romano es uno de los elementos más característicos de la ciudad. Su ubicación, junto a la Mezquita-Catedral, y su importancia, tanto militar como de comunicaciones, lo convirtió desde un primer momento en un símbolo de Córdoba. Tanto es así que desde 1381 forma parte del sello de la ciudad que actualmente utiliza el Ayuntamiento como logotipo de la institución.

Como recoge el profesor Francisco Cosano en su obra Iconografía de Córdoba, la imagen de la ciudad que se perpetuó a lo largo de los siglos fue la vista de la ciudad desde la margen izquierda del río. Por esta razón, en infinidad de cuadros, grabados y fotografías aparece este perfil de la capital con el Puente Romano, como no podía ser de otra manera, en primer plano.

La primacía de este elemento constructivo no estaba tanto en su valor artístico o monumental, como se reconoce en la actualidad, sino en su utilidad para los ciudadanos. De una parte, era la única conexión firme entre las dos orillas del Guadalquivir, lo que, frente a un posible puente de barcas anterior, daba seguridad a las comunicaciones y garantizaba el acceso a aquellos cordobeses que vivían de las explotaciones agrícolas situadas al sur de la ciudad. Por estas razones, el Puente Romano ha sido una pieza de especial sensibilidad a la que en cada momento se le ha prestado la atención requerida. La construcción originaria poco tiene que ver con la que ha llegado a nuestros días. El ingeniero Luis Sáinz Gutiérrez, que fue el encargado de una reforma realizada a finales del siglo XIX, escribió un artículo en 1894 en la Revista de Obras Públicas en el que detalla la historia de esta infraestructura, desde las hipótesis sobre su construcción hasta el momento de redacción del artículo.

Hasta abril de 1953, momento en que se inaugura el Puente de San Rafael, que popularmente sería conocido como el Puente Nuevo, el romano es el único del que dispuso Córdoba durante casi 20 siglos. Por eso ha contado siempre con la atención de los gobernantes, como Hixén I, quien inició en el siglo X unas obras de ampliación que culminaría Abderramán III. Tras la reconquista se sucedieron las intervenciones, y Sáinz Gutiérrez señala que alrededor de una docena de arcos fueron reconstruidos entre 1236 y 1474, año en el que se realizó la primera de las intervenciones documentadas, previa a la construcción del arco oblicuo -ahora recuperado- junto a la Calahorra.

En 1517 se recalzaron dos arcos, cuyos tajamares serían reforzados casi un siglo más tarde. En este tiempo, los monarcas de la Casa de Austria dictaron distintas provisiones para crear impuestos de todo tipo, en los que también estaban involucrados los municipios más cercanos, para garantizar el mantenimiento del puente.

Una avenida del Guadalquivir de 1684 se llevó por delante el arco noveno, llamado del Emperador. La reparación efectuada con una estructura de madera no daría buen resultado, pues poco más tarde se hundieron los arcos décimo y undécimo, cuya reparación ascendió a 341.000 reales.

El siglo XVIII fue una sucesión de reparaciones que no se culminaron por falta de fondos, y se volvió a agravar la patología del Puente Romano. El Rey envió un ingeniero para una reparación completa que costó más de un millón de reales, casi lo mismo que importó la reparación tras la riada de 1822. Poco más tarde sufriría su última acción militar cuando fue bombardeado por el general Gómez en 1835 dentro de la Primera Guerra Carlista. A partir de este momento queda el puente que ha quedado inmortalizado a través de la fotografía, proceso en el que se pueden seguir las transformaciones habidas en el último siglo y medio y que han sido la base de la reforma realizada por Juan Cuenca.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios