Dos años de covid en Córdoba: luz al final del túnel tras 1,8 millones de vacunas
El impacto de la pandemia en la provincia
El primer caso se diagnosticó el 10 de marzo de 2020; las primeras muertes, el 20
Desde entonces ha habido 1.307 fallecidos infectados, 139.741 contagiados y 6.775 hospitalizados
Dos años de covid en Córdoba: la pandemia en primera persona
Han pasado solo dos años, pero parece un siglo, parece un mundo. Han pasado seis olas, aunque parece un tsunami. Córdoba, como el resto del mundo –unos algo antes y otros algo después–, lleva desde marzo de 2020 conviviendo con el coronavirus SARS-CoV-2, ese maldito bicho que ha venido para quedarse y que ha puesto patas arriba todo. Porque sus consecuencias, también en la provincia, son nefastas: 1.307 fallecidos, 6.775 hospitalizados (773 en UCI), 139.741 contagios... y miles de encuentros perdidos, miles de besos camuflados, miles de adioses anticipados. Antes y después de la aparición de la vacuna, desarrollada en tiempo récord, que ha dejado 1.752.029 dosis puestas y al 87,9% de los cordobeses inmunizados, convirtiéndose en bastión clave para rebajar la gravedad de la enfermedad.
Una infección que aún está latente, como se puede comprobar día a día en las calles llenas de gente protegida con mascarilla, en negocios que te reciben con un bote de gel hidroalcohólico, en saludos convertidos en rituales de boxeo para minimizar los contactos. Aspectos de salud pública, simples en apariencia y vitales para salvaguardar el control de un virus que ha transformado el diccionario, lleno de palabros antes fuera de la cotidianidad: PCR, hisopo, antígeno, serológico, EPI, autocovid, vacunódromo, rastreador... y hasta ERTE, ese arma de la economía que, en mayor o menor medida, ha conseguido mitigar los efectos de la crisis sanitaria en miles de hogares, en miles de empresas. Sin olvidar ese recuerdo a la Antigua Grecia, de la que se han rescatado los nombres de las variantes (delta, ómicrom) para satisfacción de los que estudiaron griego en el Bachillerato.
Todo por culpa de ese virus de Wuhan, con múltiples teorías sobre su origen, que pasó de ser solo un problema de China en las semanas iniciales de 2020 –o finales de 2019– a convertirse en una pandemia con azotes a todo el planeta. A Europa entró por Italia y, desde allí, comenzó su inexorable expansión. A Córdoba llegó precisamente por un ciudadano de nacionalidad transalpina. Aquel primer caso se diagnosticó el 10 de marzo; apenas una semana más tarde eran 78 los infectados. El principio de todo. Porque a partir de ahí comenzó el goteo de casos, primero por unidades, luego por decenas... hasta que el 20 de marzo se notificaron las primeras muertes, tres de una tacada. Oficiales, pues entonces no había tanta capacidad diagnóstica y los infectados que morían sin una PCR que confirmara el positivo, nunca han contado en las estadísticas.
El covid-19 empezaba a causar estragos, ya con la población confinada en casa, a excepción de los considerados trabajadores esenciales, los únicos con posibilidad de saltarse esos cierres perimetrales impuestos con el objetivo de frenar la propagación del virus. Los hospitales, con Reina Sofía como referencia, empezaron a habilitar nuevas áreas de hospitalización y hasta los quirófanos como sala UCI ante la necesidad de camas. No hubo colapso, como en otras zonas de España, sobre todo por el buen hacer de los profesionales sanitarios, pero la situación fue crítica. Tanto que se tuvieron que posponer operaciones programadas menos urgentes y visitas de enfermos con patologías graves, por no citar la atención telefónica en la Atención Primaria. El coronavirus era la absoluta prioridad.
Hasta el punto de que en tiempo récord se desarrolló la vacuna, con cuatro fármacos autorizados en España que se mantienen por el momento. El 27 de diciembre se administraron las primeras de un tratamiento que ya va por tres pinchazos, con el cuarto tocando la puerta. Lógicamente, sus efectos no fueron inmediatos, pero el plan de inmunización ya fue cambiándolo todo. La habilitación de espacios ajenos a la Sanidad y hasta la creación de vacunódromos, como Vista Alegre, disparó por encima de las 10.000 las dosis diarias en muchas jornadas. La concienciación de la importancia de vacunarse caló, sobre todo en la provincia, a la cabeza siempre en las estadísticas andaluzas.
Y eso transformó el panorama. La incidencia pasó a ser mayoritaria en poblaciones más jóvenes, pues la vacunación empezó por los mayores –y los inmunodeprimidos– y fue bajando poco a poco por grupos de edad, hasta llegar a los niños de 5 a 11 años, los últimos en incorporarse el pasado mes de diciembre. Así, la presión se trasladó de los hospitales a los centros de salud, porque el virus ya no atacaba con tanta virulencia y la inmunización hacía su trabajo. En verano, con delta, y luego en plena Navidad, ya con ómicrom y la fiebre de los autotest, la Atención Primaria colapsó, con las listas de espera interminables y plazos de dos semanas para ser visto por el médico de cabecera. Hubo momentos de tensión y miedo cuando los contagios se dispararon a cifras récord que la evolución de la enfermedad fue neutralizando, gracias sobre todo al éxito, incontestable, de la vacuna.
Porque ese ha sido el bastión clave para contener la pandemia. Y para muestra, los datos. El 2021 dejó en Córdoba 72.303 contagios, casi el triple de los 26.569 anotados en los nueve primeros meses de la pandemia, en 2020. Sin embargo, ese crecimiento no se reflejó en los otros parámetros: las muertes se redujeron prácticamente en un centenar, pasando de 613 en el primer año a 514, y las hospitalizaciones, si bien crecieron –de 2.523 (266 ingresos en UCI) a 3.194 (442)–, lo hicieron en una proporción menor que un año antes. Proporcionalmente, el virus tuvo menor impacto en 2021 -y menos aún en este 2022 que ya ha dejado más de 200 muertos y otros miles de contagios-, ya con la inmunización en progresión, que en 2020, cuando aún no había vacuna. Y eso es algo que han defendido y defienden los sanitarios, primer eslabón de la cadena en esta lucha contra el covid-19.
La importancia de invertir en prevención
"El virus está controlado por la vacuna, aunque a lo mejor hay que revacunar; confío en que sean efectivas ante nuevas olas", sostiene la jefa del servicio de Medicina Preventiva y Salud Pública del Hospital Reina Sofía, Inmaculada Salcedo, que da un valor fundamental a "las medidas preventivas, que son baratas", pues "todo ha contribuido a que la enfermedad no se agrave; todo son escudos protectores que juntos hacen que la gente no muera y no enferme de gravedad, que no es poco".
"Han venido para quedarse medidas que no considerábamos tan importantes y son vitales: higiene de manos, mascarillas, espacios al aire libre…", insiste la facultativa, consciente de que las medidas universales "cobran un valor incalculable para el covid y otras enfermedades, porque salvan muchas vidas". "Es importante invertir en prevención para atender a todos los pacientes que lo necesiten", continúa, dejando claro que entre las lecciones que deja la pandemia están que "hay que reforzar la Atención Primaria, las medidas preventivas o de salud pública y todo lo que podamos para ahorrar que el enfermo llegue al hospital, reservando los ingresos para lo que no se pueda resolver en otros escenarios. La gente no quiere enfermar, ni ingresar ni morir, y eso que parece simple pasa por reforzar unos buenos servicios de Atención Primaria y de Salud Pública".
Salcedo, que también es portavoz del grupo asesor de seguimiento del coronavirus en Andalucía, el llamado comité de expertos, reconoce que en estos dos años la crisis sanitaria "ha cambiado mucho, porque al principio no conocíamos nada y carecíamos de medidas preventivas y de protección para pacientes y profesionales, y no había vacunas tampoco; el miedo al contagio era muy elevado por parte de todo el mundo, pero solo se podía aislar cuando había sospechas para evitar el contacto que pudiera generar una mayor cadena de contagios".
Ahora recuerda que hay que "saber lidiar con el virus", al que "no hay que perderle el miedo", pero "intentando hacer una vida normal, vigilando que aún puede haber brotes". De hecho, la doctora señala que "esta sexta ola no ha sido como la del principio; normalmente, a mayor proporción de contagios, hay más ingresados y más muertes, pero el volumen de la sexta ola no se ha traducido en eso, y eso es una base importante que nos hace estar medianamente tranquilos, aunque la nueva variante no sabes cuándo puede surgir".
"Hemos sufrido mucho, en la primera ola fue tremendo", prosigue Inmaculada Salcedo, que reseña que en Andalucía "pusimos el foco en las residencias de mayores", lo que evitó que se vivieran escenas tan dramáticas como las ocurridas en otras comunidades autónomas, si bien un punto clave fue hacer ver a la gente que "hacerse muchas pruebas de diagnóstico no evitaba el contagio, pues podías infectarte después de hacértela". Es más, la tarea básica ha estado precisamente en "atajar la cadena de contagio para lo que hemos trabajado sin descanso" con las labores de rastreo.
Y es que la jefa de Salud Pública del Reina Sofía incide en que "el control de la pandemia empieza en el sistema de vigilancia epidemiológica, que es clave, porque si cortas la cadena de transmisión, evitas que un ciudadano se convierta en paciente o pase a engrosar la lista de fallecidos". Aspecto que, por su desempeño, conoce a la perfección, de ahí que recuerde que "los problemas de salud pública son así, pero no estábamos acostumbrados a que una cosa afecte a tantas personas y se paga muy caro no hacer las cosas bien".
"Hemos pasado momentos con mucha angustia, escenas escalofriantes de no poder despedir a familiares, no poder siquiera darles la mano, y mucho miedo, miedo lógico al desconocimiento, pero hoy tenemos otro escenario y la situación es esperanzadora", apunta Salcedo, que retiene en su memoria imágenes duras como "esa soledad más allá de las llamadas de los médicos o personas que han fallecido solas en sus domicilios". Situaciones que, por suerte, cada vez se repiten menos, pues los profesionales médicos –y la población en general– reconocen como "agotadora" una crisis que se ha cobrado más de 1.300 vidas y ha infectado a casi 140.000 cordobeses. Todo en apenas dos años, que parecen un siglo, que parecen un mundo.
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