Cuando la decoración de un arco da nombre a la calle

La calle María Cristina

Centro de teatros, cafés y casas nobiliarias, en la actualidad está partida en dos desde la apertura de Claudio Marcelo

Cuando se comenzó a abrir a finales del siglo XIX la calle Claudio Marcelo, muchas de las vías que estaban entre Capitulares -entonces calle de los Marmolejos- y la plaza de las Tendillas fueros partidas por la mitad. Así pasó con Azonaicas, García Lovera y María Cristina, una calle que hasta las primeras décadas del pasado siglo concentró buena parte de la vida cultural y social de una capital de provincias.

El ensanche existente en la actualidad en el tramo comprendido entre Claudio Marcelo y Alfonso XIII correspondía a parte de la desaparecida parroquia del Salvador, una de las iglesias fernandinas que fue demolida en el XVIII debido a problemas que tuvo tanto en su estructura como en la convivencia con un cercano convento de monjas. Este templo tenía un arco que cruzaba la calle y que fue adornado de tal manera cuando Felipe II visitó Córdoba en 1570 que se bautizó con el nombre de calle del Arco Real.

La descripción que hace Ramírez de Arellano en sus Paseos por Córdoba es la de una calle con aire aristocrático, en la que predominaba la casa de los condes de Honachuelos, ahora desaparecida, que estuvo sobre el tramo más bajo de Claudio Marcelo con espléndidas vista de la ciudad sobre la muralla. También estaban las viviendas de familias apellidadas Navarrete o Argote, la cual fue reconvertida en el Café del Recreo, centro de la vida social a finales del XIX.

Nada queda de esto en la calle que se rebautizó, tras el periodo revolucionario en que se llamó de Prim, con el nombre de la Reina regente que llevó los destinos del país desde la muerte de Alfonso XII hasta la mayoría de edad de su hijo póstumo.

Uno de los establecimientos más antiguos de la calle María Cristina es el más popular en la actualidad. La taberna de El Gallo es un testimonio de lo que han sido las auténticas tabernas, a diferencia de las actuales. Los techos altos, su escueta decoración de aire modernista y su inconfundible olor a fritura de pescado de primer orden.

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