Costas Cotsiolis | Crítica de música

Cotsiolis, fiel a su esencia

Costas Cotsiolis, durante su concierto en el Festival de la Guitarra de Córdoba.

Costas Cotsiolis, durante su concierto en el Festival de la Guitarra de Córdoba.

El Festival de la Guitarra de este año parece haber decidido contar con personalidades históricas, leyendas que han sido significativas en anteriores ediciones. Es por ello que no resulta extraño que contase con el guitarrista griego Costas Cotsiolis, el cual ofreció un concierto ecléctico y representativo.

Su aparición en el escenario fue de especial brillo, tanto por su carisma como por el distintivo vestuario blanco. Comenzó, cómo no, con el maestro Leo Brouwer, al que le dedicaría el grueso del programa.

La primera obra, Hika, dedicada a la memoria de Toru Takemitsu, entra en el podio de las mejores composiciones del maestro cubano. Sin embargo, la profundidad de la obra se vio un tanto mermada por una microfonía que dejaba mucho que desear, contando con una exagerada reverberación que emborronaba el discurso musical.

Este problema no afectó a la firmeza que mostraba Cotsiolis, desenvolviéndose en el escenario con una soltura envidiable acompañada de una pulsación potente. Presentaba un sonido curioso impregnado de dejes metálicos e incisivos.

Después, siguió el monográfico de Brouwer con el Elogio de la danza, una obra emblemática para guitarra en la que aún así se pudo observar la fuerza de su personalidad y la diferenciación respecto a otras versiones que se toman como referencia.

El obstinato tuvo momentos especialmente creativos, como la pequeña pausa antes de afrontar la repetición para crear más expectativa respecto al desenlace. Continuó con la ganadora del Grammy Sonata del decamerón negro, obra que dedicó el maestro Brouwer al mismo Cotsiolis. Se pudo observar una faceta más dulce, registros sonoros más redondos y la afirmación del talento del guitarrista sobre las danzas.

El hecho de que las obras de Brouwer sean idiomáticas para el instrumento no significa que sean fáciles, como el caso del cuarto movimiento La risa de los Griots, donde el guitarrista dio rienda suelta a su virtuosismo más característico. Pero aún quedaba más Brouwer, con la pequeña pieza An idea, que se vio un poco eclipsada por la magnitud de la sonata anterior.

Es cierto que después hubo un cambio de tercio, interpretando cuatro obras de Epitafios de Mikis Theodorakis, un conjunto folclórico de melodías amenas y sencillas. La verdad que no se encuentra hilo conductor en la programación más allá de grandes hits que han dado a conocer al artista, lo cual es totalmente respetable -tampoco es el único del festival que ha tomado esta decisión- pero quizás es un buen momento de innovar en las narrativas de los programas de concierto.

Una personalidad con una carrera tan consolidada y con una importancia histórica como la del guitarrista griego a lo mejor no necesita tener un detalle así en cuenta, pero es responsabilidad de la organización del festival pensar también en contar con las nuevas generaciones de guitarristas que están tomando el relevo de la mano de innovadoras propuestas perfomáticas.

Cotsiolis decidió quitar Asturias de Albéniz y pasar directamente a Granada, un verdadero deleite para los asistentes. Pero fue al final cuando se terminó de romper el muro entre intérprete y público: tras unas declaraciones llenas de honestidad y un toque de tristeza, Cotsiolis nos mostró su alma con la conocida suite Koyunbaba de Domeniconi. Esta rendición le proporcionó el calor del público necesario para regalarnos una pieza griega cuya traducción era Bella Ciudad, dirigida en esta ocasión a su ya querida Córdoba.

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